martes, 19 de mayo de 2009

Desmemorias famosas

La mayoría de los mexicanos ilustres (o famosos, que no es lo mismo) parecen más afectos al arte de escribir sus desmemorias que al de consignar fielmente sus avatares en memorias para ser leídas. Otra forma de decirlo: Prefieren borrar episodios bochornosos, aun cuando ello les imponga renunciar al cuento de sus presuntas epopeyas.

Esta afición a las desmemorias famosas explica, por ejemplo, que Carlos Fuentes, a la sazón embajador de México en Francia, negase enfático que Luis Echeverría hubiese tenido algo que ver con el aciago 2 de octubre de 1968, como si el Secretario de Gobernación del Presidente Gustavo Díaz Ordaz no hubiese ocupado tal puesto en ese día, sino el de inspector de parques y jardines en San Juan del Río.

También explica amnesias gigantescas – algo que los maliciosos llaman “tener una cara más dura que el granito”- como las de ex presidentes famosos por su imprevisión que sin empacho dan lecciones enojadas acerca de cómo evitar la propagación de crisis financieras.

La desmemoria parece un mal general entre los mexicanos. Los mismos que en agosto pasado pontificaban que los precios del petróleo seguirían subiendo sin pausa – los genios de “el barril estará a $200 dólares para diciembre de 2008, ¿cuánto apuestas?” - desdeñan hoy la previsión del gobierno federal que contrató coberturas (opciones) para ponerle un piso de $70 dólares por barril a los ingresos petroleros. Y además de tener el tupé de calificar de imprevisores a quienes fueron prudentes y hasta visionarios, se embarcan de lleno en el juego de los pronósticos de a dedo: mientras peor, mejor para ellos.

Cuando nos regalan unas memorias – abultadas como tumor pernicioso – algunos, como José López Portillo, naufragan en la desmesura egocéntrica y en los disparates. Pero tienen el cuidado de dejar – ¿olvidado entre las místicas azucenas de San Juan de la Cruz? – cualquier episodio incómodo: “¿a qué horas dije yo eso de administrar la abundancia?, no me acuerdo de veras”.

Otros desmemoriados son de estirpe multinacional. Digamos, las agencias calificadoras que hoy posan de rigurosas y de implacables jueces de riesgos cuando, hace unos meses apenas, nada malo vieron en AIG o en la Comercial Mexicana y bendijeron inescrupulosamente los más variados “vehículos estructurados de inversión”, ayuntamientos contra natura de activos financieros de variopinta calidad y origen. En este caso hay mucho de una obsesión por lavarse la cara y las manos; émulos baratos de Lady Macbeth.

Hoy la desmemoria tiene mejor aceptación social que una corbata: “No inventes, ¿Tesobonos?, ¿error de diciembre?, no sé de qué me hablas”.

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