¿Una crisis mutante?
Primero, una parábola: Juan y Pedro van caminando por la calle y de pronto ven, en la acera de enfrente, a Luis que ostenta una sonrisa a la que conviene el adjetivo de radiante.
Juan dice: "Mira, Luis debe saber algo que nosotros no sabemos".
Pedro replica: "Te equivocas, más bien Luis ignora algo que nosotros sí sabemos."
Es claro que Juan es, de acuerdo con la sabiduría convencional, un optimista y que Pedro es, de acuerdo con los mismos criterios, un pesimista.
Pero lo verdaderamente importante, más que andar asignando etiquetas a Juan y a Pedro, es saber por qué sonríe Luis. Saber, no conjeturar.
Apliquemos la parábola a la calamidad económica global en que estamos inmersos. En estos días, optimistas y pesimistas nos la pasamos discutiendo si Luis sonríe porque es un pobre ignorante que no sabe que las cosas todavía se pondrán más mal o si, por el contrario, sonríe porque es un hombre sabio que sabe, de alguna forma, que la recuperación está más o menos próxima.
Discutimos interminablemente - cada cual tiene indicios, pálpitos, intuiciones para sustentar sus argumentos- pero resulta que no podemos cruzar la calle, llegar a la otra acera, abordar a Luis, el sonriente, y preguntarle qué sabe que nosotros no sepamos, si acaso sabe algo, y salir de dudas.
Dicho de otra forma: ¿Luis sonríe porque vio uno de los ansiados y famosos "retoños" que anticipan el fin del del invierno o Luis sonríe porque padece alguna parálisis facial?
Dejemos hasta ahí la parábola ("narración de un suceso fingido del que se deduce, por comparación o semejanza, alguna verdad importante o una enseñanza moral" dice el diccionario) y preguntémonos qué sabemos en realidad sobre esta calamidad, qué podemos prever sobre su evolución, ¿estamos lidiando con un bicho más o menos conocido con el que ya nos hemos enfrentado, como humanidad se entiende, en el pasado y lo hemos vencido?, o, ¡ay!, ¿estamos lidiando con un virus mutante que se transforma vertiginosamente?
Va la descripción del sombrío escenario de la calamidad mutante: primero, crisis financiera más o menos acotada; después crisis financiera extraordinariamente contagiosa; más tarde crisis de confianza; unos días después: apretón crediticio y sequía generalizada; un poco más adelante: recesión severa; peor: depresión mundial, y ¿ahora qué?
Quienes se preguntan, con cierta razón, si estamos ante una crisis mutante - como esos virus terribles que vencen, transformándose, cada sucesiva batería de medicamentos y terapias-, lo hacen porque los remedios recetados (cuantiosas inyecciones fiscales, relajamiento monetario, rescates a diestra y siniestra) no parecen dar resultados. Los retoños (y estoy hablando específicamente de la economía de Estados Unidos) que alguien jura haber visto no fueron tales sino ilusiones ópticas, distorsiones estadísticas.
Y digo que no les falta razón porque de pronto aparecen los "hacedores de políticas públicas" (o, al menos, los que influyen en el animo de quienes hacen las políticas públicas) y dicen con total candor (como hizo la doctora Laura Tyson, consejera del Presidente Barack Obama en asuntos económicos, en un foro celebrado hace unos días en Singapur), que el paquete de estímulos fiscales se ha quedado corto y seguramente será necesario otro gran paquete de estímulos fiscales - ¿de cuántos millones de millones de dólares? - para que florezcan los retoños. ¡Gulp!, ¿otra carretada pantagruélica de deuda fiscal?, ¿no será que le están echando millones de millones de dólares a un barril sin fondo?, ¿no será que los "doctores" están adivinando porque no saben a qué se están enfrentando? (Alguien dirá, con algo de razón: No saben en realidad el monstruo que han estado alimentando).
Y, sin embargo, los optimistas - por llamarnos de algún modo- también tenemos motivos racionales y razonables para creer (ojo, creer no es saber) que lo peor ya pasó. Ejemplo: La tasa de desempleo en términos anuales sigue creciendo en Estados Unidos, ¡pero se detuvo, en la medición mes a mes, la oleada de despidos! (Repito la idea de hace unos días: La primera mide el saldo histórico de la calamidad, la segunda nos da cierto aviso del porvenir). Además, toda crisis, toda enfermedad, es - en cierta forma- mutante porque hay una secuencia compleja, pero lógica, de causas y efectos: Si repasamos las etapas de la crisis, del verano de 2007 al verano de 2009, veremos que cada etapa ha sido incubada por la anterior por razones que hoy, a toro pasado, nos quedan claras. Por ejemplo, es lógico que ante conductas erráticas de las autoridades financieras (caso Lehman) se desate una crisis de confianza y es lógico que, ante una pérdida de la confianza, se agrave la recesión porque todo mundo opta por inhibir inversiones, toma de riesgos, proyectos, hasta ver las cosas con mayor claridad y hasta recobrar la confianza.
Esto último no significa negar el carácter insólito de la crisis actual (en cierta forma, la historia se hace siempre con eventos insólitos), ni significa negar que sabemos más acerca de lo que NO se debe hacer (hasta ahora, no sé si con acierto, la pauta ha sido: "No hagamos lo que se hizo en 1929-1932", "No repitamos los errores del gobierno de Hoover y de la Fed") que acerca de lo que SÍ debemos hacer.
Significa, en todo caso, reiterar nuestra confianza en que a largo plazo triunfa la racionalidad y en que podemos lidiar - como humanidad, se entiende- con los problemas que nosotros mismos hemos creado..., aunque nos tardemos en llegar a la meta y aunque muchas veces tengamos que rectificar la ruta y desandar lo andado.
Juan dice: "Mira, Luis debe saber algo que nosotros no sabemos".
Pedro replica: "Te equivocas, más bien Luis ignora algo que nosotros sí sabemos."
Es claro que Juan es, de acuerdo con la sabiduría convencional, un optimista y que Pedro es, de acuerdo con los mismos criterios, un pesimista.
Pero lo verdaderamente importante, más que andar asignando etiquetas a Juan y a Pedro, es saber por qué sonríe Luis. Saber, no conjeturar.
Apliquemos la parábola a la calamidad económica global en que estamos inmersos. En estos días, optimistas y pesimistas nos la pasamos discutiendo si Luis sonríe porque es un pobre ignorante que no sabe que las cosas todavía se pondrán más mal o si, por el contrario, sonríe porque es un hombre sabio que sabe, de alguna forma, que la recuperación está más o menos próxima.
Discutimos interminablemente - cada cual tiene indicios, pálpitos, intuiciones para sustentar sus argumentos- pero resulta que no podemos cruzar la calle, llegar a la otra acera, abordar a Luis, el sonriente, y preguntarle qué sabe que nosotros no sepamos, si acaso sabe algo, y salir de dudas.
Dicho de otra forma: ¿Luis sonríe porque vio uno de los ansiados y famosos "retoños" que anticipan el fin del del invierno o Luis sonríe porque padece alguna parálisis facial?
Dejemos hasta ahí la parábola ("narración de un suceso fingido del que se deduce, por comparación o semejanza, alguna verdad importante o una enseñanza moral" dice el diccionario) y preguntémonos qué sabemos en realidad sobre esta calamidad, qué podemos prever sobre su evolución, ¿estamos lidiando con un bicho más o menos conocido con el que ya nos hemos enfrentado, como humanidad se entiende, en el pasado y lo hemos vencido?, o, ¡ay!, ¿estamos lidiando con un virus mutante que se transforma vertiginosamente?
Va la descripción del sombrío escenario de la calamidad mutante: primero, crisis financiera más o menos acotada; después crisis financiera extraordinariamente contagiosa; más tarde crisis de confianza; unos días después: apretón crediticio y sequía generalizada; un poco más adelante: recesión severa; peor: depresión mundial, y ¿ahora qué?
Quienes se preguntan, con cierta razón, si estamos ante una crisis mutante - como esos virus terribles que vencen, transformándose, cada sucesiva batería de medicamentos y terapias-, lo hacen porque los remedios recetados (cuantiosas inyecciones fiscales, relajamiento monetario, rescates a diestra y siniestra) no parecen dar resultados. Los retoños (y estoy hablando específicamente de la economía de Estados Unidos) que alguien jura haber visto no fueron tales sino ilusiones ópticas, distorsiones estadísticas.
Y digo que no les falta razón porque de pronto aparecen los "hacedores de políticas públicas" (o, al menos, los que influyen en el animo de quienes hacen las políticas públicas) y dicen con total candor (como hizo la doctora Laura Tyson, consejera del Presidente Barack Obama en asuntos económicos, en un foro celebrado hace unos días en Singapur), que el paquete de estímulos fiscales se ha quedado corto y seguramente será necesario otro gran paquete de estímulos fiscales - ¿de cuántos millones de millones de dólares? - para que florezcan los retoños. ¡Gulp!, ¿otra carretada pantagruélica de deuda fiscal?, ¿no será que le están echando millones de millones de dólares a un barril sin fondo?, ¿no será que los "doctores" están adivinando porque no saben a qué se están enfrentando? (Alguien dirá, con algo de razón: No saben en realidad el monstruo que han estado alimentando).
Y, sin embargo, los optimistas - por llamarnos de algún modo- también tenemos motivos racionales y razonables para creer (ojo, creer no es saber) que lo peor ya pasó. Ejemplo: La tasa de desempleo en términos anuales sigue creciendo en Estados Unidos, ¡pero se detuvo, en la medición mes a mes, la oleada de despidos! (Repito la idea de hace unos días: La primera mide el saldo histórico de la calamidad, la segunda nos da cierto aviso del porvenir). Además, toda crisis, toda enfermedad, es - en cierta forma- mutante porque hay una secuencia compleja, pero lógica, de causas y efectos: Si repasamos las etapas de la crisis, del verano de 2007 al verano de 2009, veremos que cada etapa ha sido incubada por la anterior por razones que hoy, a toro pasado, nos quedan claras. Por ejemplo, es lógico que ante conductas erráticas de las autoridades financieras (caso Lehman) se desate una crisis de confianza y es lógico que, ante una pérdida de la confianza, se agrave la recesión porque todo mundo opta por inhibir inversiones, toma de riesgos, proyectos, hasta ver las cosas con mayor claridad y hasta recobrar la confianza.
Esto último no significa negar el carácter insólito de la crisis actual (en cierta forma, la historia se hace siempre con eventos insólitos), ni significa negar que sabemos más acerca de lo que NO se debe hacer (hasta ahora, no sé si con acierto, la pauta ha sido: "No hagamos lo que se hizo en 1929-1932", "No repitamos los errores del gobierno de Hoover y de la Fed") que acerca de lo que SÍ debemos hacer.
Significa, en todo caso, reiterar nuestra confianza en que a largo plazo triunfa la racionalidad y en que podemos lidiar - como humanidad, se entiende- con los problemas que nosotros mismos hemos creado..., aunque nos tardemos en llegar a la meta y aunque muchas veces tengamos que rectificar la ruta y desandar lo andado.
Etiquetas: el miedo a la recesión, euforia y miedo, locos por la crisis, los años de sequía, recuperación
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