El terror al crecimiento
Pregunta: ¿Cuántos políticos y negociantes mexicanos, hoy exitosos, sobrevivirían en un país que creciese sostenidamente al 6 por ciento anual, con estabilidad de precios y finanzas públicas en superávit? Respuesta: Muy pocos.
Durante siglos la economía no creció en el planeta. La mayor parte de los habitantes de la tierra, hasta los inicios del siglo XIX, eran miserables según los estándares que hoy aplicamos para calificar la pobreza extrema. La explosión del crecimiento económico y de la prosperidad en el mundo que se dio a partir del siglo XIX no fue gratuita: Debieron conjuntarse varios factores, al menos cuatro, que se institucionalizaron: 1. Derechos de propiedad plenos – lo que incluye las libertades civiles. 2. Un procedimiento sistemático para examinar e interpretar el mundo, es decir: El método científico ajeno a supersticiones y otras supercherías. 3. Un moderno mercado de capitales al que acudir para financiar la producción y el desarrollo de nuevas invenciones y 4. La capacidad para comunicar rápidamente la información vital y para transportar con eficacia y en poco tiempo personas y bienes.
Simplificada al extremo esta es la tesis del libro de William J. Bernstein sobre el nacimiento de la abundancia en el planeta (The Birth of Plenty. How the prosperity of the modern world was created).
No se necesita una gran perspicacia para detectar que en muchos países del mundo – incluido México, desde luego- esos cuatro requisitos distan de ser una realidad institucionalizada y constante. (Baste el ejemplo de la ausencia de rigor lógico y científico en un país en el que la mayoría de los “formadores de opinión” empiezan sus diagnósticos y propuestas con: “Yo creo”, “Me parece”, “Siento que…”). No nos debería de asombrar, entonces, que en dichos países el crecimiento económico sostenido y con estabilidad siga siendo una especie de milagro elusivo. ¿Por qué si ahí están las claves del crecimiento no las hemos aprovechado?
La respuesta es triste: Porque un porcentaje considerable de quienes podrían inducir los cambios para el crecimiento se benefician del mantenimiento del actual estado de cosas (status quo). Más triste: Porque la prosperidad en una sociedad de personas libres con mercados libres se caracteriza por la competencia y por una jerarquía implícita entre las personas de acuerdo a los méritos en dicha competencia y - terrible noticia- buena parte de nuestros líderes políticos y en los negocios NO serían competentes en un entorno de esa naturaleza. Y lo saben.
Por eso tenemos prospectos de Presidentes que formulan ocurrencias en lugar de proyectos y por eso tenemos medios de comunicación que festejan las ocurrencias de acuerdo a etiquetas preconcebidas – “debe ser buena la ocurrencia porque es de izquierda” por ejemplo- y que viven, especialmente los medios electrónicos, de la difusión de las ocurrencias de tales políticos.
Por eso, también, todos dicen querer la prosperidad y el crecimiento para el país, pero muy pocos – si acaso – están dispuestos a formular con alguna precisión qué se debe cambiar para lograrlo.
Triste, de veras triste.
Durante siglos la economía no creció en el planeta. La mayor parte de los habitantes de la tierra, hasta los inicios del siglo XIX, eran miserables según los estándares que hoy aplicamos para calificar la pobreza extrema. La explosión del crecimiento económico y de la prosperidad en el mundo que se dio a partir del siglo XIX no fue gratuita: Debieron conjuntarse varios factores, al menos cuatro, que se institucionalizaron: 1. Derechos de propiedad plenos – lo que incluye las libertades civiles. 2. Un procedimiento sistemático para examinar e interpretar el mundo, es decir: El método científico ajeno a supersticiones y otras supercherías. 3. Un moderno mercado de capitales al que acudir para financiar la producción y el desarrollo de nuevas invenciones y 4. La capacidad para comunicar rápidamente la información vital y para transportar con eficacia y en poco tiempo personas y bienes.
Simplificada al extremo esta es la tesis del libro de William J. Bernstein sobre el nacimiento de la abundancia en el planeta (The Birth of Plenty. How the prosperity of the modern world was created).
No se necesita una gran perspicacia para detectar que en muchos países del mundo – incluido México, desde luego- esos cuatro requisitos distan de ser una realidad institucionalizada y constante. (Baste el ejemplo de la ausencia de rigor lógico y científico en un país en el que la mayoría de los “formadores de opinión” empiezan sus diagnósticos y propuestas con: “Yo creo”, “Me parece”, “Siento que…”). No nos debería de asombrar, entonces, que en dichos países el crecimiento económico sostenido y con estabilidad siga siendo una especie de milagro elusivo. ¿Por qué si ahí están las claves del crecimiento no las hemos aprovechado?
La respuesta es triste: Porque un porcentaje considerable de quienes podrían inducir los cambios para el crecimiento se benefician del mantenimiento del actual estado de cosas (status quo). Más triste: Porque la prosperidad en una sociedad de personas libres con mercados libres se caracteriza por la competencia y por una jerarquía implícita entre las personas de acuerdo a los méritos en dicha competencia y - terrible noticia- buena parte de nuestros líderes políticos y en los negocios NO serían competentes en un entorno de esa naturaleza. Y lo saben.
Por eso tenemos prospectos de Presidentes que formulan ocurrencias en lugar de proyectos y por eso tenemos medios de comunicación que festejan las ocurrencias de acuerdo a etiquetas preconcebidas – “debe ser buena la ocurrencia porque es de izquierda” por ejemplo- y que viven, especialmente los medios electrónicos, de la difusión de las ocurrencias de tales políticos.
Por eso, también, todos dicen querer la prosperidad y el crecimiento para el país, pero muy pocos – si acaso – están dispuestos a formular con alguna precisión qué se debe cambiar para lograrlo.
Triste, de veras triste.
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