La factura de los incompetentes
¿Qué tienen en común los jóvenes que cierran avenidas en la Ciudad de México exigiendo “pase automático” al título universitario y los negociantes en todo el mundo luchando por mercados protegidos? La incompetencia.
¿A qué le teme el duopolio de la televisión abierta en México cuando se opone a la inversión extranjera en los medios de comunicación electrónicos?
¿A qué le temen los políticos mexicanos que argumentan con vehemencia que fuera de los partidos organizados y bendecidos con dinero público no deben existir opciones electorales?
¿A qué le temen los industriales de la petroquímica cuando exigen precios subsidiados y apoyos del fisco para sus proyectos de inversión?
¿A qué le temen los gobiernos locales que se oponen con toda clase de artimañas a la rendición de cuentas?
¿A qué le temen quienes demandan aranceles más altos a las importaciones y todo tipo de barreras proteccionistas?
¿A qué le temen los artistas, intelectuales y académicos incrustados en convenientes organizaciones cuando despotrican contra la “invasión cultural” extranjera?
¿A qué le temen los dirigentes de agrupaciones cañeras cuando se oponen con todo, incluida la violencia, a una liberalización en el mercado de los edulcorantes?
¿A qué le temen los dirigentes de los partidos políticos que hacen la apasionada defensa de las reglas y de la disciplina interna frente a cualquier brote de disidencia?
¿A que le teme el joven “rechazado” por su pésimo desempeño académico, que se lanza a bloquear calles exigiendo el “pase automático” a la universidad y exigirá más tarde el título y el empleo automáticos?
Todos ellos temen, tienen pánico, a que su incompetencia les cobre la factura. Mientras tanto, los demás pagamos la factura de dicha incompetencia, con precios más altos, mayor gasto público, productos y servicios caros y mediocres…
En 1944, Friedrich A. Hayek se preguntaba: “¿Por qué los peores se ponen a la cabeza?” – capítulo 10 del clásico imprescindible “Camino de servidumbre”- y explicaba que ello sucede cuando los sistemas políticos y sociales están organizados bajo emotivos postulados que hablan de cosas tan deseables como etéreas, digamos “el bien público”, “la igualdad de oportunidades”, “el bienestar social”…Dicho en otras palabras: El colectivismo – sea embozado o franco- sólo conduce a la dictadura de los incompetentes.
“Los criterios morales dominantes (como los que prevalecen detrás de los clisés mencionados, anoto yo) dependerán, en parte, de las características que conducirán a los individuos al éxito en un sistema colectivista o totalitario y, en parte, de las exigencias de la máquina totalitaria” (Hayek).
¿Ha calculado usted cuánto esfuerzo, tiempo, trabajo, dinero, se destina en el mundo para defender la incompetencia?
¿Ha detectado que las dispendiosas campañas de los políticos para atraerse el voto no son sino las solicitaciones encarecidas de los incompetentes para mantener el actual estado de cosas?
¿No le parece cínico que los políticos que más han hecho para evitar cambios que afectarían a los incompetentes ahora prediquen que ellos - ¡precisamente esos políticos!- pondrán al país en movimiento o en marcha?
¿A qué le teme el duopolio de la televisión abierta en México cuando se opone a la inversión extranjera en los medios de comunicación electrónicos?
¿A qué le temen los políticos mexicanos que argumentan con vehemencia que fuera de los partidos organizados y bendecidos con dinero público no deben existir opciones electorales?
¿A qué le temen los industriales de la petroquímica cuando exigen precios subsidiados y apoyos del fisco para sus proyectos de inversión?
¿A qué le temen los gobiernos locales que se oponen con toda clase de artimañas a la rendición de cuentas?
¿A qué le temen quienes demandan aranceles más altos a las importaciones y todo tipo de barreras proteccionistas?
¿A qué le temen los artistas, intelectuales y académicos incrustados en convenientes organizaciones cuando despotrican contra la “invasión cultural” extranjera?
¿A qué le temen los dirigentes de agrupaciones cañeras cuando se oponen con todo, incluida la violencia, a una liberalización en el mercado de los edulcorantes?
¿A qué le temen los dirigentes de los partidos políticos que hacen la apasionada defensa de las reglas y de la disciplina interna frente a cualquier brote de disidencia?
¿A que le teme el joven “rechazado” por su pésimo desempeño académico, que se lanza a bloquear calles exigiendo el “pase automático” a la universidad y exigirá más tarde el título y el empleo automáticos?
Todos ellos temen, tienen pánico, a que su incompetencia les cobre la factura. Mientras tanto, los demás pagamos la factura de dicha incompetencia, con precios más altos, mayor gasto público, productos y servicios caros y mediocres…
En 1944, Friedrich A. Hayek se preguntaba: “¿Por qué los peores se ponen a la cabeza?” – capítulo 10 del clásico imprescindible “Camino de servidumbre”- y explicaba que ello sucede cuando los sistemas políticos y sociales están organizados bajo emotivos postulados que hablan de cosas tan deseables como etéreas, digamos “el bien público”, “la igualdad de oportunidades”, “el bienestar social”…Dicho en otras palabras: El colectivismo – sea embozado o franco- sólo conduce a la dictadura de los incompetentes.
“Los criterios morales dominantes (como los que prevalecen detrás de los clisés mencionados, anoto yo) dependerán, en parte, de las características que conducirán a los individuos al éxito en un sistema colectivista o totalitario y, en parte, de las exigencias de la máquina totalitaria” (Hayek).
¿Ha calculado usted cuánto esfuerzo, tiempo, trabajo, dinero, se destina en el mundo para defender la incompetencia?
¿Ha detectado que las dispendiosas campañas de los políticos para atraerse el voto no son sino las solicitaciones encarecidas de los incompetentes para mantener el actual estado de cosas?
¿No le parece cínico que los políticos que más han hecho para evitar cambios que afectarían a los incompetentes ahora prediquen que ellos - ¡precisamente esos políticos!- pondrán al país en movimiento o en marcha?
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