Especial: Palabras de Benedicto XVI (a propósito de la entrega del viernes)
Benedicto XVI presenta a los jóvenes «la verdadera revolución»
La que proviene de Dios, aclara en la Vigilia del sábado por la noche
COLONIA, sábado, 20 agosto 2005 (ZENIT.org).- Benedicto XVI, presentó a unos 800.000 jóvenes de 193 países, congregados en la sugerente Vigilia de las Jornadas Mundiales de la Juventud (JMJ) del sábado, «la verdadera revolución» capaz de trasformar el mundo, la que proviene de Dios. Acogido con el mismo entusiasmo y aplausos que su predecesor, Juan Pablo II, creador de estas Jornadas, el recién elegido obispo de Roma explicó, hablando en cinco idiomas, que los santos «son los verdaderos reformadores». «Quisiera expresarlo de manera más radical aún: sólo de los santos, sólo de Dios, proviene la verdadera revolución, el cambio decisivo del mundo», subrayó al dirigirse a los chicos y chicas que llenaron la explanada de Marienfeld, a unos 27 kilómetros de Colonia. Entre los santos que propuso a los jóvenes como modelos de vida, mencionó las figuras de san Benito, san Francisco de Asís, santa Teresa de Ávila, san Ignacio de Loyola, san Carlos Borromeo, así como los más recientes testimonios de Maximiliano Kolbe, Edith Stein, la Madre Teresa de Calcuta y el Padre Pío. En su discurso, interrumpido sobre todo en la segunda parte por muchos aplausos, el Santo Padre recordó que en el siglo XX el mundo fue testigo de «revoluciones cuyo programa común fue no esperar nada de Dios, sino tomar totalmente en las propias manos la causa del mundo para transformar sus condiciones».
«Y hemos visto que, de este modo, un punto de vista humano y parcial se tomó como criterio absoluto de orientación. La absolutización de lo que no es absoluto, sino relativo, se llama totalitarismo», afirmó hablando desde lo alto de una colina artificial realizada para la ocasión. «No son las ideologías las que salvan el mundo--advirtió--, sino sólo dirigir la mirada al Dios viviente, que es nuestro creador, el garante de nuestra libertad, el garante de lo que es realmente bueno y auténtico». «La revolución verdadera consiste únicamente en mirar a Dios, que es la medida de lo que es justo y, al mismo tiempo, es el amor eterno. Y, ¿qué puede salvarnos, si no es el amor?» preguntó bajo un palco que recordaba la nube de Dios del Antiguo Testamento. El sucesor de Pedro reconoció que «se puede criticar mucho a la Iglesia. Lo sabemos, y el Señor mismo nos lo ha dicho: es una red con peces buenos y malos, un campo con trigo y cizaña». «El Papa Juan Pablo II, que nos ha mostrado el verdadero rostro de la Iglesia en los numerosos santos que ha proclamado, también ha pedido perdón por el mal causado en el transcurso de la historia por las palabras o los actos de hombres de la Iglesia», recordó. «En el fondo --aclaró--, consuela que exista la cizaña en la Iglesia. Así, no obstante todos nuestros defectos, podemos esperar estar aún entre los que siguen a Jesús, que ha llamado precisamente a los pecadores». «La Iglesia es como una familia humana, pero es también al mismo tiempo la gran familia de Dios, mediante la cual Él establece un espacio de comunión y unidad en todos los continentes, culturas y naciones», recalcó. «Aquí, en Colonia --concluyó--, experimentamos lo hermoso que es pertenecer a una familia tan grande como el mundo, que comprende el cielo y la tierra, el pasado, el presente y el futuro de todas las partes de la tierra».
La que proviene de Dios, aclara en la Vigilia del sábado por la noche
COLONIA, sábado, 20 agosto 2005 (ZENIT.org).- Benedicto XVI, presentó a unos 800.000 jóvenes de 193 países, congregados en la sugerente Vigilia de las Jornadas Mundiales de la Juventud (JMJ) del sábado, «la verdadera revolución» capaz de trasformar el mundo, la que proviene de Dios. Acogido con el mismo entusiasmo y aplausos que su predecesor, Juan Pablo II, creador de estas Jornadas, el recién elegido obispo de Roma explicó, hablando en cinco idiomas, que los santos «son los verdaderos reformadores». «Quisiera expresarlo de manera más radical aún: sólo de los santos, sólo de Dios, proviene la verdadera revolución, el cambio decisivo del mundo», subrayó al dirigirse a los chicos y chicas que llenaron la explanada de Marienfeld, a unos 27 kilómetros de Colonia. Entre los santos que propuso a los jóvenes como modelos de vida, mencionó las figuras de san Benito, san Francisco de Asís, santa Teresa de Ávila, san Ignacio de Loyola, san Carlos Borromeo, así como los más recientes testimonios de Maximiliano Kolbe, Edith Stein, la Madre Teresa de Calcuta y el Padre Pío. En su discurso, interrumpido sobre todo en la segunda parte por muchos aplausos, el Santo Padre recordó que en el siglo XX el mundo fue testigo de «revoluciones cuyo programa común fue no esperar nada de Dios, sino tomar totalmente en las propias manos la causa del mundo para transformar sus condiciones».
«Y hemos visto que, de este modo, un punto de vista humano y parcial se tomó como criterio absoluto de orientación. La absolutización de lo que no es absoluto, sino relativo, se llama totalitarismo», afirmó hablando desde lo alto de una colina artificial realizada para la ocasión. «No son las ideologías las que salvan el mundo--advirtió--, sino sólo dirigir la mirada al Dios viviente, que es nuestro creador, el garante de nuestra libertad, el garante de lo que es realmente bueno y auténtico». «La revolución verdadera consiste únicamente en mirar a Dios, que es la medida de lo que es justo y, al mismo tiempo, es el amor eterno. Y, ¿qué puede salvarnos, si no es el amor?» preguntó bajo un palco que recordaba la nube de Dios del Antiguo Testamento. El sucesor de Pedro reconoció que «se puede criticar mucho a la Iglesia. Lo sabemos, y el Señor mismo nos lo ha dicho: es una red con peces buenos y malos, un campo con trigo y cizaña». «El Papa Juan Pablo II, que nos ha mostrado el verdadero rostro de la Iglesia en los numerosos santos que ha proclamado, también ha pedido perdón por el mal causado en el transcurso de la historia por las palabras o los actos de hombres de la Iglesia», recordó. «En el fondo --aclaró--, consuela que exista la cizaña en la Iglesia. Así, no obstante todos nuestros defectos, podemos esperar estar aún entre los que siguen a Jesús, que ha llamado precisamente a los pecadores». «La Iglesia es como una familia humana, pero es también al mismo tiempo la gran familia de Dios, mediante la cual Él establece un espacio de comunión y unidad en todos los continentes, culturas y naciones», recalcó. «Aquí, en Colonia --concluyó--, experimentamos lo hermoso que es pertenecer a una familia tan grande como el mundo, que comprende el cielo y la tierra, el pasado, el presente y el futuro de todas las partes de la tierra».
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