jueves, 4 de agosto de 2005

Los admirables pecados de Bernardo Graue

Cuando menos dos graves pecados contra lo políticamente correcto cometió Bernardo Graue con su artículo de ayer en El Economista. Lo felicito.
No fui incluido en la lista de notables que fueron consultados para dilucidar cuál de los cinco anhelantes priístas de todos conocidos debe contender contra Roberto Madrazo por la candidatura del PRI a la Presidencia.
Mi autoestima ha quedado por los suelos tras este implacable “ninguneo” (para un buen análisis fenomenológico del muy mexicano mecanismo del “ninguneo” sugiero consultar algunos ensayos de Gabriel Zaid).
Hablando en serio, lo que lamento es que no tuve la oportunidad, que sí tuvo mi amigo Bernardo, de cometer graves pecados contra lo políticamente correcto. Tras la exhibición que Graue hizo ayer, con humor y valor, quedaron muy mal parados no sólo los priístas del caso, sino sus asesores y hasta los muy respetables intelectuales que dieron su aval benevolente, mediante un respetable organismo – faltaba más- de la “sociedad civil”, al refinado mecanismo de simulación.
Supongo que el origen remoto de esta ocurrencia – auscultar a los notables – podrá rastrearse en alguna mala y apresurada lectura de la Política de Aristóteles; algo así como: “¿Qué tal si atemperamos los riesgos de la democracia universal con una buena dosis de aristocracia?”, lo que también puede leerse – en vertiente cínica – como: “¿Qué tal si atemperamos la repugnante demagogia con una consulta a los voceros de la oligarquía?”. En fin, volvamos a los pecados de mi buen amigo Graue.
Primer pecado: Divulgar públicamente que estuvo en la selecta lista de los notables. Este pecado tiene, a su vez, dos terribles consecuencias: Le quita cualquier misterioso encanto al método porque viola la consigna implícita del silencio que se exige a los agraciados y, además, pone en evidencia al resto de los consultados quienes, a diferencia de Graue, se tienen bien calladito que el PRI los anda consultando.
Segundo pecado: Descalificar el ingenioso método de consulta, lo que deja mal parados a los muy respetables intelectuales de la sociedad civil (ese membrete que todo lo purifica) que han avalado el método con impecables adjetivos de transparencia. (Hay que advertir, en descargo de los miembros de esa respetabilísima organización, que ellos sólo avalan el conteo de los sufragios, no el conteo de los dineros ni, mucho menos, la pureza de las intenciones. No son la ASOVNIP, Asociación Suprema y Omnisciente Verificadora de la Nobleza de las Intenciones Priístas). Sin decirlo explícitamente Graue nos deja entender que es perfectamente posible avalar la transparencia de una farsa. Algo es algo: Mejor una farsa transparente que una farsa opaca.
Además, el enojo de Graue, ante el aparente cinismo de quien le haya incluido en la lista de notables, lo hace cometer un tercer pecado de lesa corrección política: Descalifica al partido tricolor sin calcular que en el futuro próximo ese partido o su hermano dizque descarriado podrían restaurarse en la Presidencia.
Queda claro, estimado Bernardo, que jamás te van a volver a preguntar tu opinión. Bienvenido al club.

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