La dialéctica del insulto
Cuando los tiranuelos se ven acosados por la contundencia de los argumentos recurren, como último recurso dialéctico, al insulto. Suponen que descalificar al emisor de un juicio acertado bastará para que la crítica quede sin sustento.
Le dolieron a Hugo Chávez, el tiranuelo que agobia a Venezuela, los juicios certeros que sobre su desgobierno emitió un obispo retirado. La irritación de este maestro de populistas latinoamericanos (Chávez) fue tal que sólo halló reposo en un rosario de insultos contra el valiente obispo y cardenal Rosalío José Castillo Lara, de 82 años de edad.
Resumo el incidente: El diario venezolano “El Universal” entrevistó al purpurado en su pueblo natal de Güiripa, Venezuela, donde vive retirado ya de sus funciones episcopales. Castillo Lara dijo en la entrevista verdades crudas acerca de Chávez y su desgobierno: “Esta llamada revolución, al principio veladamente, luego cada vez más abiertamente, ha tendido hacia la concentración de poder en el Presidente. Se pretende eliminar así todo lo que pueda ser oposición en Venezuela y mantener una situación que le permita gobernar indefinidamente.”
Preciso, el cardenal Castillo Lara describió al gobierno de Chávez como una dictadura “orientada a establecer aquí una cubanización”. Y definió: “Dictadura es el ejercicio despótico y arbitrario del poder concentrado en una sola persona”.
La respuesta de Chávez fue el insulto. Llamó al cardenal “golpista, alcahuete de gobiernos anteriores, bandido, inmoral, fariseo, hipócrita” y otras lindezas. El cardenal se tomó la agresión con calma: “Lo que Chávez hace no es tratar de demostrar que un señalamiento es falso o erróneo, sino intentar descalificar a la persona que hace el señalamiento”. Agregó: “A las afirmaciones de este señor yo no les doy ninguna importancia. Para mí es como si hubiera entrado a un manicomio y un loco me hubiese dicho cualquier cosa”.
Cuento el incidente porque en México hay personajes públicos que ante cualquier crítica (sean las cartas de los lectores quejosos a un periódico, sean los anuncios en la televisión protestando contra la inseguridad que angustia a los ciudadanos y la impunidad de la que gozan los delincuentes, sean las demandas de información puntual y transparente sobre los asuntos públicos) reaccionan de forma similar: Descalificando a los críticos para no atender, con argumentos, las críticas.
Si estos personajes locales, además, están en busca afanosa del poder presidencial y si estos personajes, adicionalmente, han forjado pactos y convenios inconfesables con algunos “poderes de hecho” para lograr su propósito (el poder y la concentración de poder omnímodo en su persona), más valen las advertencias a tiempo. Las democracias no son infalibles. Por desgracia pueden ser asaltadas y pervertidas por tiranuelos del talante de Chávez.
Es misión imposible evitar que los observadores perciban las semejanzas entre los discípulos y su modelo, aun cuando los émulos nieguen de la boca hacia fuera las evidentes similitudes entre ellos y su inconfesado maestro.
No se puede ocultar lo que está a la vista de todos.
Le dolieron a Hugo Chávez, el tiranuelo que agobia a Venezuela, los juicios certeros que sobre su desgobierno emitió un obispo retirado. La irritación de este maestro de populistas latinoamericanos (Chávez) fue tal que sólo halló reposo en un rosario de insultos contra el valiente obispo y cardenal Rosalío José Castillo Lara, de 82 años de edad.
Resumo el incidente: El diario venezolano “El Universal” entrevistó al purpurado en su pueblo natal de Güiripa, Venezuela, donde vive retirado ya de sus funciones episcopales. Castillo Lara dijo en la entrevista verdades crudas acerca de Chávez y su desgobierno: “Esta llamada revolución, al principio veladamente, luego cada vez más abiertamente, ha tendido hacia la concentración de poder en el Presidente. Se pretende eliminar así todo lo que pueda ser oposición en Venezuela y mantener una situación que le permita gobernar indefinidamente.”
Preciso, el cardenal Castillo Lara describió al gobierno de Chávez como una dictadura “orientada a establecer aquí una cubanización”. Y definió: “Dictadura es el ejercicio despótico y arbitrario del poder concentrado en una sola persona”.
La respuesta de Chávez fue el insulto. Llamó al cardenal “golpista, alcahuete de gobiernos anteriores, bandido, inmoral, fariseo, hipócrita” y otras lindezas. El cardenal se tomó la agresión con calma: “Lo que Chávez hace no es tratar de demostrar que un señalamiento es falso o erróneo, sino intentar descalificar a la persona que hace el señalamiento”. Agregó: “A las afirmaciones de este señor yo no les doy ninguna importancia. Para mí es como si hubiera entrado a un manicomio y un loco me hubiese dicho cualquier cosa”.
Cuento el incidente porque en México hay personajes públicos que ante cualquier crítica (sean las cartas de los lectores quejosos a un periódico, sean los anuncios en la televisión protestando contra la inseguridad que angustia a los ciudadanos y la impunidad de la que gozan los delincuentes, sean las demandas de información puntual y transparente sobre los asuntos públicos) reaccionan de forma similar: Descalificando a los críticos para no atender, con argumentos, las críticas.
Si estos personajes locales, además, están en busca afanosa del poder presidencial y si estos personajes, adicionalmente, han forjado pactos y convenios inconfesables con algunos “poderes de hecho” para lograr su propósito (el poder y la concentración de poder omnímodo en su persona), más valen las advertencias a tiempo. Las democracias no son infalibles. Por desgracia pueden ser asaltadas y pervertidas por tiranuelos del talante de Chávez.
Es misión imposible evitar que los observadores perciban las semejanzas entre los discípulos y su modelo, aun cuando los émulos nieguen de la boca hacia fuera las evidentes similitudes entre ellos y su inconfesado maestro.
No se puede ocultar lo que está a la vista de todos.
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