Gobiernos y soluciones mágicas
Para solucionar nuestras necesidades son siempre más efectivos los inversionistas – a quienes mueve el interés – que los gobiernos, a quienes también mueve el interés…pero no lo confiesan.
La madurez democrática tiene mucho de amargo desencanto. La mayoría de los países prósperos tienen instituciones y prácticas comunes que garantizan cierta satisfacción a las mutuas desconfianzas.
Un país goza de “confianza” en los mercados financieros internacionales cuando cuenta con instituciones y prácticas que satisfacen los recelos de la desconfianza. No es la “confianza” un intangible que se logre con muchas sonrisas de los políticos, con bonitos discursos, con promesas, con campañas de imagen pública.
Lo mismo sucede en las relaciones entre empresas y entre personas. Tengo confianza en que Fulano cumplirá lo pactado, porque hay un contrato firmado, porque hay una autoridad cuya tarea es velar que los pactos se cumplan, porque hay una sanción cierta e ineludible para quien traiciona la confianza. Las empresas se portan bien con sus clientes, con sus proveedores, con sus accionistas, con la comunidad, con sus trabajadores, cuando saben que portarse mal con cualquier de ellos les costará caro.
En este sentido, como recordaba un excelente artículo de Luis González de Alba (periódico Milenio) el lunes pasado, la petrolera Chevron en Papua, Nueva Guinea, se ha forjado una reputación de empresa ecológicamente responsable – en contraste con la petrolera estatal Pertamina -, y tiene tres poderosas razones para hacerlo, como lo expresó sin ambages un ejecutivo de esa empresa: Exxon Valdez, Piper Alpha y Bophal. Se porta bien porque sabe lo que costaron a las empresas responsables el derrame de un buque-tanque, el fuego en una plataforma del Mar del Norte y el gas que mató a cuatro mil personas en la India (y que hizo desparecer a Union Carbide).
Medio centenar de ocurrencias de un político, frases conmovedoras sobre la “pasión por la Patria”, “el dolor por las desigualdades lacerantes” o gestos teatrales de los buscadores del voto no garantizan nada.
Las soluciones hay que buscarlas en otra parte, en el poderoso motor del interés que mueve a los inversionistas privados de todos los tamaños. Ese interés, el vilipendiado lucro, hace que surjan las soluciones reales, porque el inversionista ganará buen dinero satisfaciendo las necesidades reales, no las abstracciones retóricas de un discurso.
En contraste, el reflejo condicionado del político es sacar la chequera pública ante cualquier supuesta necesidad de la gente. Y así tenemos carretadas de dinero público desperdiciado que se anuncian como la solución al desempleo, a la pobreza, a la inopia cultural, a la inseguridad, al analfabetismo, a la falta de competitividad…Huelga decir – todos lo sabemos- que esas carretadas de dinero NO solucionan nada y tienden a empeorar los problemas. Pero la magia de la política encuentra en el agravamiento de los problemas una nueva oportunidad y repite la dosis: Más dinero público, más presupuestos, más estructuras burocráticas elefantiásicas para - ¿ahora sí?- solucionar los “lacerantes problemas” que llenan de lágrimas los tiernos ojitos de los políticos.
La madurez democrática tiene mucho de amargo desencanto. La mayoría de los países prósperos tienen instituciones y prácticas comunes que garantizan cierta satisfacción a las mutuas desconfianzas.
Un país goza de “confianza” en los mercados financieros internacionales cuando cuenta con instituciones y prácticas que satisfacen los recelos de la desconfianza. No es la “confianza” un intangible que se logre con muchas sonrisas de los políticos, con bonitos discursos, con promesas, con campañas de imagen pública.
Lo mismo sucede en las relaciones entre empresas y entre personas. Tengo confianza en que Fulano cumplirá lo pactado, porque hay un contrato firmado, porque hay una autoridad cuya tarea es velar que los pactos se cumplan, porque hay una sanción cierta e ineludible para quien traiciona la confianza. Las empresas se portan bien con sus clientes, con sus proveedores, con sus accionistas, con la comunidad, con sus trabajadores, cuando saben que portarse mal con cualquier de ellos les costará caro.
En este sentido, como recordaba un excelente artículo de Luis González de Alba (periódico Milenio) el lunes pasado, la petrolera Chevron en Papua, Nueva Guinea, se ha forjado una reputación de empresa ecológicamente responsable – en contraste con la petrolera estatal Pertamina -, y tiene tres poderosas razones para hacerlo, como lo expresó sin ambages un ejecutivo de esa empresa: Exxon Valdez, Piper Alpha y Bophal. Se porta bien porque sabe lo que costaron a las empresas responsables el derrame de un buque-tanque, el fuego en una plataforma del Mar del Norte y el gas que mató a cuatro mil personas en la India (y que hizo desparecer a Union Carbide).
Medio centenar de ocurrencias de un político, frases conmovedoras sobre la “pasión por la Patria”, “el dolor por las desigualdades lacerantes” o gestos teatrales de los buscadores del voto no garantizan nada.
Las soluciones hay que buscarlas en otra parte, en el poderoso motor del interés que mueve a los inversionistas privados de todos los tamaños. Ese interés, el vilipendiado lucro, hace que surjan las soluciones reales, porque el inversionista ganará buen dinero satisfaciendo las necesidades reales, no las abstracciones retóricas de un discurso.
En contraste, el reflejo condicionado del político es sacar la chequera pública ante cualquier supuesta necesidad de la gente. Y así tenemos carretadas de dinero público desperdiciado que se anuncian como la solución al desempleo, a la pobreza, a la inopia cultural, a la inseguridad, al analfabetismo, a la falta de competitividad…Huelga decir – todos lo sabemos- que esas carretadas de dinero NO solucionan nada y tienden a empeorar los problemas. Pero la magia de la política encuentra en el agravamiento de los problemas una nueva oportunidad y repite la dosis: Más dinero público, más presupuestos, más estructuras burocráticas elefantiásicas para - ¿ahora sí?- solucionar los “lacerantes problemas” que llenan de lágrimas los tiernos ojitos de los políticos.
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