El espejismo petrolero y sus peligros (I)
Embelesados por los altos precios del petróleo, no vemos la inminente revolución tecnológica que se avecina en el terreno energético.
Hace 30 años estaba de moda pontificar en México, en foros políticos y académicos, acerca del carácter “prioritario y estratégico” de la industria siderúrgica para el desarrollo de un país; de hecho, los subsidios abiertos y ocultos para mantener en manos del Estado la gran siderúrgica Lázaro Cárdenas – Sicartsa- costaban casi $20 mil millones de dólares cada año.
Esas carretadas de dinero público – se nos decía- estaban justificadas porque no había un solo país en la historia económica moderna que hubiese despegado del subdesarrollo sin una fuerte y gigantesca industria siderúrgica nacional. Una afirmación tan vehemente como falsa.
Hoy, la principal siderúrgica del país acaba de sufrir una huelga que la paralizó por varias semanas, ¿qué le sucedió a la economía de México tras varias semanas sin producción de acero en lo que era Sicartsa? Prácticamente nada. Con la pena, pero la industria siderúrgica es hoy, en el contexto de la economía mexicana, poco menos que irrelevante.
¡Qué miopes éramos hace 30 años respecto del acero!
¡Qué miopes somos hoy respecto del petróleo!
De seguir la actual tendencia mundial en la búsqueda de mayor eficiencia en el uso de la energía y de fuentes alternativas de energía diferentes al petróleo y a los combustibles fósiles – junto con los formidables ahorros de energía que nos ofrecen día con día las nuevas tecnologías- tan pronto como en el año 2015, o antes, podríamos estar lamentando haberle apostado tanto, como país y como fuente de ingresos fiscales, al petróleo. Si fuésemos menos miopes deberíamos estarlo lamentando hoy.
Sin embargo, hay acaloradas discusiones para generar recursos fiscales mediante el simple expediente de subirle tantos más cuantos dólares a la estimación del futuro precio del petróleo y se siguen haciendo las cuentas del gran capitán con los subsidios – abiertos o disfrazados – que podría dar Pemex a la incompetencia (y para fomentar el despilfarro energético) y a proyectos de inversión lastrados por los síndromes del espejo retrovisor (que consiste en pensar que las inversiones para el año 2010 se deben hacer con escenarios de 1970) y del mercantilismo ramplón (que consiste en juzgar que cualquier déficit en la cuenta corriente es malo y que lo mejor es exportar mucho y barato, con salarios de hambre, e importar poco y caro). Hablo, sí, del dichoso proyecto Fénix.
A esto se suma el espejismo de los “elevados” (nominalmente) precios que hoy alcanza el crudo en el mercado internacional alimentado por proyecciones lineales de oferta y demanda de petróleo, que ignoran lo más importante: El avance tecnológico y que la siguiente gran destrucción creativa en la historia del progreso económico se dará, casi con certeza, en el terreno energético.
De eso escribiré en los próximos artículos, con la esperanza de que veamos, por una vez, un poco más allá de nuestras narices.
Hace 30 años estaba de moda pontificar en México, en foros políticos y académicos, acerca del carácter “prioritario y estratégico” de la industria siderúrgica para el desarrollo de un país; de hecho, los subsidios abiertos y ocultos para mantener en manos del Estado la gran siderúrgica Lázaro Cárdenas – Sicartsa- costaban casi $20 mil millones de dólares cada año.
Esas carretadas de dinero público – se nos decía- estaban justificadas porque no había un solo país en la historia económica moderna que hubiese despegado del subdesarrollo sin una fuerte y gigantesca industria siderúrgica nacional. Una afirmación tan vehemente como falsa.
Hoy, la principal siderúrgica del país acaba de sufrir una huelga que la paralizó por varias semanas, ¿qué le sucedió a la economía de México tras varias semanas sin producción de acero en lo que era Sicartsa? Prácticamente nada. Con la pena, pero la industria siderúrgica es hoy, en el contexto de la economía mexicana, poco menos que irrelevante.
¡Qué miopes éramos hace 30 años respecto del acero!
¡Qué miopes somos hoy respecto del petróleo!
De seguir la actual tendencia mundial en la búsqueda de mayor eficiencia en el uso de la energía y de fuentes alternativas de energía diferentes al petróleo y a los combustibles fósiles – junto con los formidables ahorros de energía que nos ofrecen día con día las nuevas tecnologías- tan pronto como en el año 2015, o antes, podríamos estar lamentando haberle apostado tanto, como país y como fuente de ingresos fiscales, al petróleo. Si fuésemos menos miopes deberíamos estarlo lamentando hoy.
Sin embargo, hay acaloradas discusiones para generar recursos fiscales mediante el simple expediente de subirle tantos más cuantos dólares a la estimación del futuro precio del petróleo y se siguen haciendo las cuentas del gran capitán con los subsidios – abiertos o disfrazados – que podría dar Pemex a la incompetencia (y para fomentar el despilfarro energético) y a proyectos de inversión lastrados por los síndromes del espejo retrovisor (que consiste en pensar que las inversiones para el año 2010 se deben hacer con escenarios de 1970) y del mercantilismo ramplón (que consiste en juzgar que cualquier déficit en la cuenta corriente es malo y que lo mejor es exportar mucho y barato, con salarios de hambre, e importar poco y caro). Hablo, sí, del dichoso proyecto Fénix.
A esto se suma el espejismo de los “elevados” (nominalmente) precios que hoy alcanza el crudo en el mercado internacional alimentado por proyecciones lineales de oferta y demanda de petróleo, que ignoran lo más importante: El avance tecnológico y que la siguiente gran destrucción creativa en la historia del progreso económico se dará, casi con certeza, en el terreno energético.
De eso escribiré en los próximos artículos, con la esperanza de que veamos, por una vez, un poco más allá de nuestras narices.
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