martes, 6 de septiembre de 2005

Memorias de un acarreado involuntario

Pocas inmoralidades tan deleznables como la de quienes estudian, subsidiados con recursos de los contribuyentes, no para buscar la verdad, sino para darle una “manita de gato académica” a los caprichos disparatados de algún político poderoso.

Ayer lunes fui un acarreado involuntario a un acto de campaña electoral, disfrazado de reunión académica para discutir políticas públicas. Aunque el desayuno de trabajo fue convocado bajo el título “La pensión universal en México, su pertinencia y viabilidad” en realidad se trataba de desperdiciar el valioso tiempo de muchas personas haciendo jueguitos dialécticos para demostrar lo indemostrable: “El capricho de uno de los precandidatos a la Presidencia, la llamada pensión universal, es viable fiscalmente, luego hay que hacerlo”.
La pertinencia se daba por sentada. Cuando alguien preguntó ¿por qué?, se le respondió con una cita tramposa atribuida al Banco Mundial. Magister dixit y a otra cosa, mariposa. El argumento de autoridad (vaya usted a saber qué tipo de autoridad tiene la etiqueta “Banco Mundial”) como razón irrefutable; otra vez, los ídolos del foro que criticaba Bacon.
Dar medio salario mínimo mensual a todos los mayores de 70 años en la República Mexicana – con recursos fiscales – es posible. Igual de factible que dar una dona de chocolate todos los miércoles a los nacidos bajo el signo de Acuario o regalar en abril un tulipán a cada mujer mexicana de entre 18 y 38 años de edad. Las preguntas son: ¿por qué debemos hacerlo?, y ¿qué vamos a dejar de hacer, costo de oportunidad, por hacer esto?
La discusión sobre la pertinencia nunca empezó porque los dos ponentes – uno con tímidas objeciones a la viabilidad fiscal de la propuesta y el otro un decidido entusiasta que proclamó el “éxito” indiscutible del programa en la Ciudad de México- dieron por sentada la pertinencia con una grandiosa petición de principio: “Hay que darles la pensión universal porque no la tienen”. No, pues sí; clarísimo.
Cuando uno de los asistentes reclamó que un programa de esa naturaleza debería, al menos, mostrar un análisis de los costos de oportunidad (lo que se dejaría de hacer por destinar tal monto de dinero público a la dádiva universal de los viejitos) el propagandista con título académico (doctor, “destacado académico del Colegio de México y conocedor de la materia” decía la invitación) respondió que ese tipo de comparaciones – por ejemplo, evaluar si convenía destinar el dinero a mejorar la infraestructura de transporte o a la dichosa dádiva universal- “son trade-offs que no me gustan”. Gran argumento.
Otro asistente reclamó que no se hubiese mencionado en las exposiciones un asunto crucial: La productividad que haría posible, en todo caso, los presuntos crecimientos en el PIB nacional que en el futuro sustentarían el programa. Se le respondió que no habían mencionado la productividad por falta de tiempo. Tan, tan.
Lo que sorprende e irrita es que los foros académicos hayan dejado de serlo para sumarse, con irresponsable alegría, a la propaganda electorera. Como dijo un clásico: “Ya nos acarrearon; no nos volverán a acarrear”.

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