¡Qué caro sale ser pobre!
La tragedia en el sur de Estados Unidos causada por el huracán Katrina es una dolorosa demostración de que uno de los efectos más lacerantes de la pobreza es que encarece – hasta hacerlas en ocasiones imposibles – las respuestas ante las adversidades.
Ni la naturaleza, ni Dios se ceban en los más pobres de la tierra. Los desastres – naturales o provocados – golpean con más fuerza a los más pobres porque no hay nada más caro en este mundo que ser pobre. La carencia de recursos – característica de la pobreza – supone también un encarecimiento desorbitado, para el pobre, de los medios usuales para responder a una situación crítica.
A veces con gran miopía se piensa que un pobre elige los medios más baratos para resolver sus problemas en comparación a los medios que emplearía una persona rica. No es así; por lo general sucede a la inversa. No porque el pobre elija mal deliberadamente, sino porque su abanico de opciones es mucho más restringido que el de una persona con recursos. Un pobre no elije por gusto – por poner un ejemplo- comprar a plazos un aparato electrodoméstico pagando tasas de interés mucho más altas que las que puede obtener un rico en el mercado: Hace eso porque es su única opción. En el peor de los casos, recurre al crédito más caro porque ignora que existan otras opciones.
Hacer libre a una persona es darle más y mejores opciones para elegir. Y hacer libre a una persona implica, así sea en términos relativos, enriquecerla. Ser miserable en Nueva Orleáns significó carecer de opciones para enfrentar el desastre. ¿Huir?, ¿cómo?, ¿por qué rutas?, ¿hacia dónde?, ¿de cuánto tiempo dispongo? Peor aún: ¿Cómo sé que no me están engañando cuando me piden evacuar mi vivienda?, ¿cómo puedo distinguir la información confiable de la que no lo es?
La pobreza, por esa misma razón, no se resuelve sustituyendo la libertad de las personas por “sabias decisiones” impuestas por un burócrata “iluminado”. Se resuelve generando más oportunidades y ofreciendo un abanico cada vez más amplio de opciones. Para ello es clave la libertad de comercio. Cuando un país, un grupo social o una familia está cautiva frente a monopolios estatales o privados – y sólo puede usar la línea telefónica “X”, o sólo puede consumir la gasolina “Y” – se trata de un país, de un grupo social, de una familia o de una persona en condición relativa de pobreza.
Además del terrible fallo de las autoridades en la preservación de la seguridad de los ciudadanos – fallo que incluye lo mismo a las autoridades federales que a las autoridades locales – la tragedia de Nueva Orleáns es reflejo de la carencia de libertad que está en la esencia de la pobreza.
No le echemos la culpa del desastre a Dios, al calentamiento de la atmósfera, al agujero de ozono. Fue una tragedia que cultivamos cuidadosamente cada vez que le negamos a los pobres – por el hecho de ser pobres – opciones para elegir.
Ni la naturaleza, ni Dios se ceban en los más pobres de la tierra. Los desastres – naturales o provocados – golpean con más fuerza a los más pobres porque no hay nada más caro en este mundo que ser pobre. La carencia de recursos – característica de la pobreza – supone también un encarecimiento desorbitado, para el pobre, de los medios usuales para responder a una situación crítica.
A veces con gran miopía se piensa que un pobre elige los medios más baratos para resolver sus problemas en comparación a los medios que emplearía una persona rica. No es así; por lo general sucede a la inversa. No porque el pobre elija mal deliberadamente, sino porque su abanico de opciones es mucho más restringido que el de una persona con recursos. Un pobre no elije por gusto – por poner un ejemplo- comprar a plazos un aparato electrodoméstico pagando tasas de interés mucho más altas que las que puede obtener un rico en el mercado: Hace eso porque es su única opción. En el peor de los casos, recurre al crédito más caro porque ignora que existan otras opciones.
Hacer libre a una persona es darle más y mejores opciones para elegir. Y hacer libre a una persona implica, así sea en términos relativos, enriquecerla. Ser miserable en Nueva Orleáns significó carecer de opciones para enfrentar el desastre. ¿Huir?, ¿cómo?, ¿por qué rutas?, ¿hacia dónde?, ¿de cuánto tiempo dispongo? Peor aún: ¿Cómo sé que no me están engañando cuando me piden evacuar mi vivienda?, ¿cómo puedo distinguir la información confiable de la que no lo es?
La pobreza, por esa misma razón, no se resuelve sustituyendo la libertad de las personas por “sabias decisiones” impuestas por un burócrata “iluminado”. Se resuelve generando más oportunidades y ofreciendo un abanico cada vez más amplio de opciones. Para ello es clave la libertad de comercio. Cuando un país, un grupo social o una familia está cautiva frente a monopolios estatales o privados – y sólo puede usar la línea telefónica “X”, o sólo puede consumir la gasolina “Y” – se trata de un país, de un grupo social, de una familia o de una persona en condición relativa de pobreza.
Además del terrible fallo de las autoridades en la preservación de la seguridad de los ciudadanos – fallo que incluye lo mismo a las autoridades federales que a las autoridades locales – la tragedia de Nueva Orleáns es reflejo de la carencia de libertad que está en la esencia de la pobreza.
No le echemos la culpa del desastre a Dios, al calentamiento de la atmósfera, al agujero de ozono. Fue una tragedia que cultivamos cuidadosamente cada vez que le negamos a los pobres – por el hecho de ser pobres – opciones para elegir.
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