martes, 6 de septiembre de 2005

La diferencia entre pensión y dádivas

El éxito, ese sí comprobado, de los sistemas de pensiones bajo la fórmula de capitalización individual – frente al fracaso, también comprobado, de los sistemas de reparto-, obedece a que los primeros sí parten del dato objetivo e irrefutable de la ciencia económica: La escasez. Los sistemas de capitalización individual promueven la productividad; los de reparto, el desperdicio.

Los promotores del populismo en los sistemas de pensiones harían bien en desempolvar a Lenin, en especial aquella máxima infernal de que “se le dará a cada cual según sus necesidades y se le exigirá a cada quien según sus capacidades”. Y digo que deberían hacerlo para, al menos, darle cierto lustre histórico a sus disparates.
Hace poco expliqué porqué la máxima leninista es la fórmula perfecta no sólo para el desastre económico, sino para la corrupción moral de una sociedad. Lo repito ahora en pocas palabras: Bajo la aplicación de esa máxima, como política de Estado, todos tenderemos a exhibirnos como los más menesterosos, para obtener más, y como los más incompetentes, para que se nos quite menos. Otra manera de explicarlo es que esa máxima, que para infamia de la historia humana se aplicó en la Unión Soviética y se aplica en Cuba o en Corea del Norte, es la fórmula perfecta para matar cualquier indicio de productividad y para promover el desperdicio criminal de los recursos escasos.
Cuando se propone como “sistema de pensión universal” el dar dinero de los contribuyentes a tal o cual grupo de la población por el mero hecho de que “lo necesitan” se está actuando conforme a la máxima infernal de Lenin: Las necesidades – reales o fingidas, exacerbadas u objetivas- se vuelven un “derecho” irrecusable. Mientras más necesito, más recibo. La conclusión es obvia: Ser un ganador es convertirse en el más menesteroso y en el más incapaz. La mentira se consagra como virtud social.
Esta es la diferencia que separa – como un abismo – las dádivas con dinero del erario de las verdaderas pensiones. Una pensión debe ser el resultado de la capitalización de una vida de trabajo; sea que la reciba yo o la reciban, a mi muerte, mis seres queridos, esa pensión es un capital creado de la única forma que puede crearse el capital: Con trabajo productivo. Nótese que el adjetivo – productivo- parecería redundante porque difícilmente puede considerarse trabajo la actividad destinada a destruir valor o a desperdiciar recursos.
La productividad consiste, precisamente, en la creación de valor. Por eso el trabajo se intercambia por dinero que, a su vez, se intercambia por trabajo ajeno o subordinado, o por valores creados por el trabajo de los demás. Cuando se propone sufragar las necesidades – reales o incentivadas por el populismo- de un grupo social (ancianos, mujeres, niños, pobres de solemnidad) con la productividad que el Estado expropia a quienes trabajan (recursos fiscales) estamos planteando una siniestra ecuación uno de cuyos términos – las necesidades- tenderá al infinito. Estamos, para hacer un símil común, metiendo recursos a un barril sin fondo.

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