El espejismo petrolero y sus peligros (II)
Sólo algunas anotaciones acerca de la silenciosa revolución económica mundial que se prepara en el terreno energético.
De vez en cuando quienes deciden sobre políticas públicas deberían echar un vistazo a lo que está pasando en el mundo de la ciencia y de la tecnología. No para decidir – como sucede usualmente por desgracia- si avientan más dinero público a los elefantes blancos, con su legión de burócratas académicos en busca de la beca eterna, sino para advertir por dónde puede venir la próxima sorpresa en la historia del progreso humano.
Por lo pronto yo les recomendaría – por ejemplo, a los legisladores mexicanos, deseosos de fabricar ingresos fiscales mediante el expediente de subir las estimaciones del futuro precio del petróleo- que le dieran una leída al artículo que publicó en Scientific American de septiembre, el físico Amory B. Lovins, especialista en asuntos de eficiencia energética sólo para abrir boca. Después, si el asunto les interesó más allá de lo anecdótico, podrían consultar las fuentes recomendadas por el propio Lovins, como el libro Winning the Oil Endgame y empezar a preocuparse por algo muy incómodo: La impertinencia de sus discusiones y de sus fanáticas prevenciones contra la reforma energética que México necesita. Más aún: Tal vez esas y otras lecturas podrían ayudarles a entender que la reforma energética que deberíamos estar haciendo, ¡ya!, es mucho más que un duelo retórico entre “privatización sí, privatización no”. Y que la reforma fiscal es complemento imprescindible – si es que no requisito- para la reforma energética.
Si se quieren preocupar más pueden imaginar, junto con el editor de la revista científica, George Musser, que en un futuro no muy remoto los consumidores podremos comprar en una tienda tipo Home Depot pequeños reactores portátiles de fusión nuclear para satisfacer todas nuestras necesidades de energía, de la misma manera que hoy podemos comprar – y a crédito- una máquina que lava vajillas o un refrigerador.
¿Sabía usted que Estados Unidos usa hoy 47 por ciento menos energía por cada dólar de su PIB que hace 30 años?, ¿que ese ahorro energético – productividad pura y dura, mediante aparatos más eficientes, incluidos los automóviles – equivale a unos mil millones de dólares diarios?, ¿que esto apenas empieza y que, desde el punto de vista de su factibilidad técnica, estos ahorros se pueden duplicar o triplicar mediante el mejor diseño de autos, casas, edificios, carreteras?
Visto desde otro ángulo: ¿Sabía usted que una planta de energía convencional como las que conocemos – cuyo insumo principal son combustibles fósiles como el petróleo – pierde de la planta al consumidor final más del 90 por ciento de la energía generada?, ¿sabía usted que con un mejor diseño de la planta y de las redes de distribución y con el uso de fuentes alternativas ese desperdicio podría disminuirse a menos del 10 por ciento?
De vez en cuando quienes deciden sobre políticas públicas deberían echar un vistazo a lo que está pasando en el mundo de la ciencia y de la tecnología. No para decidir – como sucede usualmente por desgracia- si avientan más dinero público a los elefantes blancos, con su legión de burócratas académicos en busca de la beca eterna, sino para advertir por dónde puede venir la próxima sorpresa en la historia del progreso humano.
Por lo pronto yo les recomendaría – por ejemplo, a los legisladores mexicanos, deseosos de fabricar ingresos fiscales mediante el expediente de subir las estimaciones del futuro precio del petróleo- que le dieran una leída al artículo que publicó en Scientific American de septiembre, el físico Amory B. Lovins, especialista en asuntos de eficiencia energética sólo para abrir boca. Después, si el asunto les interesó más allá de lo anecdótico, podrían consultar las fuentes recomendadas por el propio Lovins, como el libro Winning the Oil Endgame y empezar a preocuparse por algo muy incómodo: La impertinencia de sus discusiones y de sus fanáticas prevenciones contra la reforma energética que México necesita. Más aún: Tal vez esas y otras lecturas podrían ayudarles a entender que la reforma energética que deberíamos estar haciendo, ¡ya!, es mucho más que un duelo retórico entre “privatización sí, privatización no”. Y que la reforma fiscal es complemento imprescindible – si es que no requisito- para la reforma energética.
Si se quieren preocupar más pueden imaginar, junto con el editor de la revista científica, George Musser, que en un futuro no muy remoto los consumidores podremos comprar en una tienda tipo Home Depot pequeños reactores portátiles de fusión nuclear para satisfacer todas nuestras necesidades de energía, de la misma manera que hoy podemos comprar – y a crédito- una máquina que lava vajillas o un refrigerador.
¿Sabía usted que Estados Unidos usa hoy 47 por ciento menos energía por cada dólar de su PIB que hace 30 años?, ¿que ese ahorro energético – productividad pura y dura, mediante aparatos más eficientes, incluidos los automóviles – equivale a unos mil millones de dólares diarios?, ¿que esto apenas empieza y que, desde el punto de vista de su factibilidad técnica, estos ahorros se pueden duplicar o triplicar mediante el mejor diseño de autos, casas, edificios, carreteras?
Visto desde otro ángulo: ¿Sabía usted que una planta de energía convencional como las que conocemos – cuyo insumo principal son combustibles fósiles como el petróleo – pierde de la planta al consumidor final más del 90 por ciento de la energía generada?, ¿sabía usted que con un mejor diseño de la planta y de las redes de distribución y con el uso de fuentes alternativas ese desperdicio podría disminuirse a menos del 10 por ciento?
0 Comentarios:
Publicar un comentario
Suscribirse a Comentarios de la entrada [Atom]
<< Página Principal