Cuando no importa la productividad
No estaría mal llamarle a las cosas por su nombre: Los precios subsidiados por el erario no incrementan la productividad, sino las ganancias de los industriales beneficiados. Llamarle a eso productividad es una cruel burla para los contribuyentes.
Contrastes. Nota del The Wall Street Journal del martes 30 de agosto: La aerolínea Jet Blue ha logrado el éxito mediante incrementos en la productividad, por ejemplo: Vendiendo ya el 77% de sus boletos por Internet o haciendo que sus aviones vuelen en promedio 14 horas al día, contra ocho o diez horas máximo de sus competidores, y sosteniendo la máxima flexibilidad laboral. Nota de la sección de negocios de un diario mexicano del mismo día: “Negocia IP – aquí foto de Don Fulanito de Tal líder de la Cámara empresarial Cual- nuevas tarifas de energía con el gobierno”.
Es la distancia – abismal- entre el empresario y el negociante.
Hace muchos años el director de una empresa fabricante de equipos industriales me reveló una fórmula que él consideraba exitosa para los negocios en México: “Hay que prestarle más atención al Diario Oficial que a las publicaciones especializadas en investigación científica o tecnológica”. Tenía razón, aunque por desgracia para él hubo otros negociantes más astutos – que en lugar de leer el Diario Oficial cabildeaban eficazmente con quienes dictaban todas las disposiciones aparecidas en dicha publicación- que le ganaron la partida y la empresa.
Así, con ejemplos como el anterior – y podría citar de memoria más de 50-, aprendí que para una mayoría de los hombres y mujeres de negocios en los países de Hispanoamérica la clave del éxito está en tener buenas relaciones con quienes están en el poder, para – a través de ellos- conseguir leyes, reglamentos, disposiciones favorables para los negocios. El margen de utilidad – a veces descomunal- no está en incrementar la productividad (eso es teoría de economistas o de escuela de negocios del primer mundo), sino en los “enchufes”. Así se hace el círculo aparentemente virtuoso que explica muchas fortunas en América Latina: Los “enchufes” permiten obtener una legislación propicia (por ejemplo, un régimen de concesiones otorgadas discrecionalmente en lugar de un régimen de libre competencia, sin restricciones de entrada) que permite obtener rentas desorbitadas que permiten gastar cantidades multimillonarias en comprar buenas voluntades en el mercado político, que mantengan el status quo o, mejor aún, que incrementen los márgenes de ganancia.
Esos extraordinarios márgenes de ganancia salen de los consumidores cautivos y de los contribuyentes. También, a veces, de incautos inversionistas minoritarios que carecen de una protección jurídica efectiva.
Todo esto se llama mercantilismo. Y es una manera de hacer negocios y dinero radicalmente diferente de la que prevalece en el capitalismo de libre mercado.
Por cierto: Los “industriales” que negocian con el gobierno pagar por los energéticos precios más bajos que los que prevalecen en el mercado mundial, le llaman a eso luchar por “la máxima productividad”. Ni la burla les ahorran a los contribuyentes.
Contrastes. Nota del The Wall Street Journal del martes 30 de agosto: La aerolínea Jet Blue ha logrado el éxito mediante incrementos en la productividad, por ejemplo: Vendiendo ya el 77% de sus boletos por Internet o haciendo que sus aviones vuelen en promedio 14 horas al día, contra ocho o diez horas máximo de sus competidores, y sosteniendo la máxima flexibilidad laboral. Nota de la sección de negocios de un diario mexicano del mismo día: “Negocia IP – aquí foto de Don Fulanito de Tal líder de la Cámara empresarial Cual- nuevas tarifas de energía con el gobierno”.
Es la distancia – abismal- entre el empresario y el negociante.
Hace muchos años el director de una empresa fabricante de equipos industriales me reveló una fórmula que él consideraba exitosa para los negocios en México: “Hay que prestarle más atención al Diario Oficial que a las publicaciones especializadas en investigación científica o tecnológica”. Tenía razón, aunque por desgracia para él hubo otros negociantes más astutos – que en lugar de leer el Diario Oficial cabildeaban eficazmente con quienes dictaban todas las disposiciones aparecidas en dicha publicación- que le ganaron la partida y la empresa.
Así, con ejemplos como el anterior – y podría citar de memoria más de 50-, aprendí que para una mayoría de los hombres y mujeres de negocios en los países de Hispanoamérica la clave del éxito está en tener buenas relaciones con quienes están en el poder, para – a través de ellos- conseguir leyes, reglamentos, disposiciones favorables para los negocios. El margen de utilidad – a veces descomunal- no está en incrementar la productividad (eso es teoría de economistas o de escuela de negocios del primer mundo), sino en los “enchufes”. Así se hace el círculo aparentemente virtuoso que explica muchas fortunas en América Latina: Los “enchufes” permiten obtener una legislación propicia (por ejemplo, un régimen de concesiones otorgadas discrecionalmente en lugar de un régimen de libre competencia, sin restricciones de entrada) que permite obtener rentas desorbitadas que permiten gastar cantidades multimillonarias en comprar buenas voluntades en el mercado político, que mantengan el status quo o, mejor aún, que incrementen los márgenes de ganancia.
Esos extraordinarios márgenes de ganancia salen de los consumidores cautivos y de los contribuyentes. También, a veces, de incautos inversionistas minoritarios que carecen de una protección jurídica efectiva.
Todo esto se llama mercantilismo. Y es una manera de hacer negocios y dinero radicalmente diferente de la que prevalece en el capitalismo de libre mercado.
Por cierto: Los “industriales” que negocian con el gobierno pagar por los energéticos precios más bajos que los que prevalecen en el mercado mundial, le llaman a eso luchar por “la máxima productividad”. Ni la burla les ahorran a los contribuyentes.
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