lunes, 3 de octubre de 2005

El partido de la calle y el chantaje

No es necesario hacer una revolución al viejo estilo para derrotar a la democracia liberal; basta con ejercer el poder de la calle, amagar con la violencia y montarse en la mula de la intransigencia irracional. Si del otro lado hay unas autoridades temerosas, con precarias convicciones, los chantajistas ganarán.

Tal parece que tener convicciones y principios es hoy lo más parecido a la excentricidad. Con toda razón, Karl Popper advertía que la tolerancia no cabía frente a los enemigos acérrimos de la razón, de la libertad y de la propia tolerancia. Contra los enemigos de la sociedad abierta. Popper, desde luego, sería hoy un incómodo excéntrico.
Usted, como yo, quiere vivir en armonía. Bien, ¿y qué hacemos cuando alguien arremete contra nuestros derechos? La respuesta de los falsos demócratas que hoy pululan (fabricando pactos de buenas intenciones, tan escenográficos como inconsistentes) es que debemos pactar con quien esgrime el uso de la fuerza y de la disrupción social. La armonía ante todo. Llevado a su extremo, el argumento de los demócratas de pacotilla justifica el secuestro – siempre y cuando los secuestradores cumplan lo pactado y no maten a la víctima, una vez recibido el monto del rescate-, el despojo, la invasión de la propiedad, el sometimiento del Estado a las demandas vociferantes de los chantajistas.
Si alguien denuncia, con palabras claras y contundentes, que vivimos aterrados por el poder que esgrimen los delincuentes (incluidos los que gozan de fuero y extorsionan desde el liderazgo sindical, por ejemplo), gracias a la impunidad que les otorgan autoridades más interesadas en las encuestas de popularidad y en conservar la etiqueta de “tolerantes a toda prueba”, a ese alguien se le condena como alarmista, como impulsor del miedo, amén de criticarle porque se opone a los fabricantes de esperanza.
Hay que repetir, hoy más que nunca, que no todo es susceptible de pactarse. Que es criminal pactar el desastre futuro a cambio de una efímera “paz social” que consiste en apaciguar a los chantajistas.
Ya vimos cómo en Bolivia, a partir del golpe de Estado callejero contra un Presidente legítimamente electo, el partido de la calle y del chantaje desgobierna a placer. Ya vimos cómo en Argentina, los famosos “piqueteros”, monstruos creados por los políticos bajo el pretexto del “bienestar social” pagado con fondos públicos, imponen su ley. Ya vimos cómo en Perú, una inteligente reforma para aumentar la competitividad de la industria energética fue abortada por el partido de la calle. Ya vimos cómo en España, un gobierno cobarde pacta no sólo con los separatistas recalcitrantes – que quieren hacer jirones del Estado español – sino que coquetea con la posibilidad de que los terroristas accedan a dejar de matar y extorsionar a cambio de concesiones exorbitantes e intolerables para una democracia.
Ya vimos cómo en México…Bueno, en México ya somos (¿somos?) campeones del mundo en el futbol de chamacos. Festejemos.

1 Comentarios:

Anonymous Anónimo dijo...

Hay que festejar el triunfo de los chamacos Ricardo. Con su victoria lograron capturar la atención de muchísimos compatriotas y probablemente algunos de ellos no se quedarán en el grito de "si se pudo" y en los comentarios de los "expertos" que en distintos medios atribuyen el éxito a "que le hecharon todas las ganas" o "que era un grupo mentalizado" a que "jugaron sin complejos y le pusieron corazón"

Algunos sabrán escuchar los palabras del entrenador que en cada entrevista insiste en que el éxito es el resultado de la disciplina, el esfuerzo y el trabajo arduo y constante de estos jóvenes a lo largo de varios años,
a que se prepararon para la competencia, para estar a la altura de cualquier rival.

Estoy seguro que el entrenador no formó a un equipo ganador a base de tolerarlo todo.

Hay que festejar que este éxito puede inspirar a miles.

octubre 05, 2005  

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