¿Ejercicio de la razón o componenda?
Con demasiada frecuencia confundimos en nuestra vida pública el diálogo, que debe ser ejercicio público de la razón, con la transacción, con el batiburillo de intereses en el que las más de las veces priva el chantaje.
"Hay que arreglarse". En esas tres palabras se resume la principal enseñanza cívica real que reciben millones de mexicanos. Si el genial hacedor de historietas que fue Hergé hubiese incluido a México en la saga de su inolvidable personaje Tintín (y su perro Milú), debería haber bautizado a ese episodio hipotético como "Tintín en el país de los arreglos". Queda a la imaginación de cada cual especular qué haría el joven periodista Tintín ante un sistema en el que la norma es negociar la buena voluntad con quien tiene la fuerza para fastidiarte.
Algún ingenuo supondrá que la democracia nos ha curado de ese vicio del "arreglo" al margen de la ley – y siempre para evitar la aplicación de la violencia-, pero no es así: Nuestra democracia sigue lastrada por la ausencia efectiva de un pleno respeto a la ley, por el desprecio al Estado de Derecho. La democracia, la nuestra, no ha hecho desaparecer la cultura del "arreglo", sino que le ha otorgado una coartada respetable porque ahora lo bautizamos como tolerancia, diálogo, búsqueda del consenso.
No es, desde luego, un verdadero diálogo – que siempre debiera suponer como requisito previo la búsqueda de la verdad por parte de quienes dialogan y, de ahí, al encuentro de las razones que asisten a uno o a otro- sino un batiburillo de desplantes retóricos que culmina, chantaje de por medio, en la cesión de derechos y de razones ante el garrote de la amenaza.
Argumento de la filosofía del "arreglo" es la sentencia popular: "Hay que llevar la fiesta en paz". Ejemplo: Un taxi – "pirata", fruto del"arreglo" al margen de la ley- choca el auto del señor Pérez. Acuden los ajustadores de las aseguradoras respectivas. Le dan la razón al agraviado Pérez y se le indica al taxista que tendrá que pagar el deducible ya que ha sido su culpa el accidente. Sagaz, el taxista propone "dialogar" y lanza la advertencia: "Mire, yo no acepto lo que dicen aquí los ajustadores, prefiero que vayamos a la delegación de policía; por lo que veo usted es una persona ocupada, no se puede dar el lujo de perder todo el día en discusiones; yo, en cambio, sí puedo hacerlo; mi patrón me apoya. Si me da $300 pesos, así como cosa suya, firmo de conformidad, le arreglan su coche y usted no pierde su tiempo que debe valer mucho más".
"Hay que arreglarse". En esas tres palabras se resume la principal enseñanza cívica real que reciben millones de mexicanos. Si el genial hacedor de historietas que fue Hergé hubiese incluido a México en la saga de su inolvidable personaje Tintín (y su perro Milú), debería haber bautizado a ese episodio hipotético como "Tintín en el país de los arreglos". Queda a la imaginación de cada cual especular qué haría el joven periodista Tintín ante un sistema en el que la norma es negociar la buena voluntad con quien tiene la fuerza para fastidiarte.
Algún ingenuo supondrá que la democracia nos ha curado de ese vicio del "arreglo" al margen de la ley – y siempre para evitar la aplicación de la violencia-, pero no es así: Nuestra democracia sigue lastrada por la ausencia efectiva de un pleno respeto a la ley, por el desprecio al Estado de Derecho. La democracia, la nuestra, no ha hecho desaparecer la cultura del "arreglo", sino que le ha otorgado una coartada respetable porque ahora lo bautizamos como tolerancia, diálogo, búsqueda del consenso.
No es, desde luego, un verdadero diálogo – que siempre debiera suponer como requisito previo la búsqueda de la verdad por parte de quienes dialogan y, de ahí, al encuentro de las razones que asisten a uno o a otro- sino un batiburillo de desplantes retóricos que culmina, chantaje de por medio, en la cesión de derechos y de razones ante el garrote de la amenaza.
Argumento de la filosofía del "arreglo" es la sentencia popular: "Hay que llevar la fiesta en paz". Ejemplo: Un taxi – "pirata", fruto del"arreglo" al margen de la ley- choca el auto del señor Pérez. Acuden los ajustadores de las aseguradoras respectivas. Le dan la razón al agraviado Pérez y se le indica al taxista que tendrá que pagar el deducible ya que ha sido su culpa el accidente. Sagaz, el taxista propone "dialogar" y lanza la advertencia: "Mire, yo no acepto lo que dicen aquí los ajustadores, prefiero que vayamos a la delegación de policía; por lo que veo usted es una persona ocupada, no se puede dar el lujo de perder todo el día en discusiones; yo, en cambio, sí puedo hacerlo; mi patrón me apoya. Si me da $300 pesos, así como cosa suya, firmo de conformidad, le arreglan su coche y usted no pierde su tiempo que debe valer mucho más".
Pérez calcula el daño adicional que supondría negarse a "cooperar", se imagina el camino del calvario burocrático, gelatinoso y sórdido. Calcula su costo de oportunidad y ¡accede gratificar a quien le agravió!
Un arreglo más, entre millones, que forjan todos los días en México la cultura del "arreglo". Una ley de la selva; pero negociada, eso sí.
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