A falta de inteligencia, suspicacia
La suspicacia es el recurso de los tontos para suplir la perspicacia.
No exagera Bernardo Graue cuando dice que si Carlos Salinas de Gortari se hubiese acusado a sí mismo de todas las maldades que se le atribuyen, incluida la de ordenar el asesinato de Luis Donaldo Colosio, de inmediato nuestra legión de exegetas de la realidad nacional (periodistas, políticos, opinantes de oficio) habría cavilado que el ex presidente estaría encubriendo a alguien. Así sucedería, sin lugar a dudas, en medio de esta eclosión de la suspicacia en que se han convertido buena parte de la política y del periodismo mexicano.
Ser suspicaz es padecer una enfermiza tendencia a concebir sospechas. Es una dolencia psicológica típica de los tontos que temen ser engañados y que desconfían – con sobrada razón – de su propia capacidad para distinguir entre la verdad y la mentira. Suplen esta incapacidad cognoscitiva con la fabricación de sospechas, la imaginación febril de conspiraciones o complots y una agresividad injustificada contra su prójimo. Si estos tontos son esposos repiten el síndrome de Otelo y sospechan – todo el día, todo el tiempo, respecto de todos- que les engaña su mujer. Si estos tontos son políticos suplen su incapacidad de entender - por ejemplo, de entender los rudimentos de la economía – con la fabricación de sospechas acerca de sus enemigos políticos y de ahí a la convicción de que son víctimas de conjuras y confabulaciones que pretenden dañarles. Si estos tontos son estudiantes les desgarra internamente la sospecha de que los maestros y las escuelas han emprendido una campaña en su contra y eso, sólo eso, explica sus continuos fracasos.
El periodismo -como la investigación científica y el oficio de intelectual, entre otros- se fundamenta en la presunción de que quien lo ejerce examina con agudeza y penetración la realidad. Esa agudeza y penetración se llaman perspicacia – por favor, anoten algunos colegas la diferencia entre suspicacia y perspicacia que mucha falta les hace-, pero si carecemos de perspicacia recurrimos al sucedáneo más aparente y superficial: La suspicacia. Si carecemos de capacidad para investigar, verificar, corroborar, contrastar las hipótesis propias con la realidad ancha y ajena, nada más fácil que suplir esas carencias con la fabricación de sospechas. (Una gracejada adicional con destinatario: Si carecemos del conocimiento elemental de la lengua española bautizamos con neologismos mal paridos – sospechosismo- lo que desde siempre se ha llamado, para los que sí saben, suspicacia).
De veras lamento que el apreciable oficio periodístico en México se haya llenado de tontos acomplejados que suplen con variadas suspicacias su incapacidad para la perspicacia. Debo decir que no todo el monte es orégano, por fortuna. Es decir: Que no todos son así.
Tan sólo en los tres primeros días de esta semana he disfrutado y aprendido con la lectura de al menos tres escritos de otros tantos analistas de la realidad: Federico Reyes Heroles, Everardo Elizondo y Bernardo Graue. Gracias a ellos.
No exagera Bernardo Graue cuando dice que si Carlos Salinas de Gortari se hubiese acusado a sí mismo de todas las maldades que se le atribuyen, incluida la de ordenar el asesinato de Luis Donaldo Colosio, de inmediato nuestra legión de exegetas de la realidad nacional (periodistas, políticos, opinantes de oficio) habría cavilado que el ex presidente estaría encubriendo a alguien. Así sucedería, sin lugar a dudas, en medio de esta eclosión de la suspicacia en que se han convertido buena parte de la política y del periodismo mexicano.
Ser suspicaz es padecer una enfermiza tendencia a concebir sospechas. Es una dolencia psicológica típica de los tontos que temen ser engañados y que desconfían – con sobrada razón – de su propia capacidad para distinguir entre la verdad y la mentira. Suplen esta incapacidad cognoscitiva con la fabricación de sospechas, la imaginación febril de conspiraciones o complots y una agresividad injustificada contra su prójimo. Si estos tontos son esposos repiten el síndrome de Otelo y sospechan – todo el día, todo el tiempo, respecto de todos- que les engaña su mujer. Si estos tontos son políticos suplen su incapacidad de entender - por ejemplo, de entender los rudimentos de la economía – con la fabricación de sospechas acerca de sus enemigos políticos y de ahí a la convicción de que son víctimas de conjuras y confabulaciones que pretenden dañarles. Si estos tontos son estudiantes les desgarra internamente la sospecha de que los maestros y las escuelas han emprendido una campaña en su contra y eso, sólo eso, explica sus continuos fracasos.
El periodismo -como la investigación científica y el oficio de intelectual, entre otros- se fundamenta en la presunción de que quien lo ejerce examina con agudeza y penetración la realidad. Esa agudeza y penetración se llaman perspicacia – por favor, anoten algunos colegas la diferencia entre suspicacia y perspicacia que mucha falta les hace-, pero si carecemos de perspicacia recurrimos al sucedáneo más aparente y superficial: La suspicacia. Si carecemos de capacidad para investigar, verificar, corroborar, contrastar las hipótesis propias con la realidad ancha y ajena, nada más fácil que suplir esas carencias con la fabricación de sospechas. (Una gracejada adicional con destinatario: Si carecemos del conocimiento elemental de la lengua española bautizamos con neologismos mal paridos – sospechosismo- lo que desde siempre se ha llamado, para los que sí saben, suspicacia).
De veras lamento que el apreciable oficio periodístico en México se haya llenado de tontos acomplejados que suplen con variadas suspicacias su incapacidad para la perspicacia. Debo decir que no todo el monte es orégano, por fortuna. Es decir: Que no todos son así.
Tan sólo en los tres primeros días de esta semana he disfrutado y aprendido con la lectura de al menos tres escritos de otros tantos analistas de la realidad: Federico Reyes Heroles, Everardo Elizondo y Bernardo Graue. Gracias a ellos.
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