El populista que llevamos dentro
¿A los mexicanos nos gusta el populismo? Depende de qué entendamos por populismo. Si quiere decir que me van a dar, bienvenido el populismo; si quiere decir que me van a quitar, la respuesta es totalmente diferente.
La empresa Consulta Mitofsky hizo una primera aproximación, con limitaciones y sesgos, a lo que piensan los mexicanos acerca del populismo y los resultados parecen preocupantes: El populismo goza entre los mexicanos de mejor fama de la que merece.
Un 18 por ciento de los encuestados – por teléfono – describe al populismo como “acercarse a la gente”. Sólo un 12 por ciento dice que el populismo es hacer “promesas a la gente que no son cumplidas”. Un 3.5 por ciento de los encuestados dice que populista es una “persona que se hace mucha publicidad”. Para el 3.3 por ciento la palabra populista caza con una situación en la que “el pueblo sigue mucho al gobernante”; igual porcentaje dice que populismo es “ayudar al pueblo” y un 3.2 por ciento señala, en cambio, que populismo es “manipulación al pueblo”.
Este “estudio de opinión” como lo bautiza Mitofsky tiene claras limitaciones y hasta algunos sesgos en el fraseo de las preguntas. Por ejemplo, se preguntó a los encuestados que preferían: A. “Que el Estado gaste mucho para que haya crecimiento económico, aunque se endeude” ó B. “Que el Estado gaste poco para que no se endeude aunque no haya crecimiento”, planteando una disyuntiva falsa porque si algo hemos aprendido en el mundo en las últimas décadas es que el gasto gubernamental NO es sinónimo de crecimiento y que la estabilidad económica no es sinónimo de estancamiento o pasmo.
Sería interesante que los señores de la empresa encuestadora afinaran, para futuras investigaciones, la puntería. Podrían preguntar, por ejemplo: “¿Usted cree que es bueno que el gobierno gaste lo que no tiene?”. La respuesta mayoritaria en el caso de tal pregunta quizá sería sorprendentemente contraria al populismo.
Pero, a falta de un mejor estudio, podemos dar por buena la conclusión de que una parte considerable de los encuestados ven con simpatía las políticas populistas. Y hasta podríamos inferir que esos resultados representan con cierta confiabilidad la opinión del universo de los mexicanos mayores de 18 años.
Por supuesto, y esto ya no es ciencia sino mero sentido común, todos llevamos un pequeño o un gran populista dentro de nosotros. Sea que nos dejemos llevar por el pensamiento mágico – “lo que defraudé se compensa moralmente porque soy compartido” - , por el sentimentalismo ramplón – “Ay, manita, a mi lo que me encanta es estar cerca de la gente, ver por ella”-, por la holganza, por la vil ambición – “si van a repartir algo, soy el primero en la fila”- o por la estupidez ambiente.
Al final, queda un dejo de tristeza: ¿De veras seguimos creyendo que ese viejo y conocido veneno – el populismo – es una medicina milagrosa?
La empresa Consulta Mitofsky hizo una primera aproximación, con limitaciones y sesgos, a lo que piensan los mexicanos acerca del populismo y los resultados parecen preocupantes: El populismo goza entre los mexicanos de mejor fama de la que merece.
Un 18 por ciento de los encuestados – por teléfono – describe al populismo como “acercarse a la gente”. Sólo un 12 por ciento dice que el populismo es hacer “promesas a la gente que no son cumplidas”. Un 3.5 por ciento de los encuestados dice que populista es una “persona que se hace mucha publicidad”. Para el 3.3 por ciento la palabra populista caza con una situación en la que “el pueblo sigue mucho al gobernante”; igual porcentaje dice que populismo es “ayudar al pueblo” y un 3.2 por ciento señala, en cambio, que populismo es “manipulación al pueblo”.
Este “estudio de opinión” como lo bautiza Mitofsky tiene claras limitaciones y hasta algunos sesgos en el fraseo de las preguntas. Por ejemplo, se preguntó a los encuestados que preferían: A. “Que el Estado gaste mucho para que haya crecimiento económico, aunque se endeude” ó B. “Que el Estado gaste poco para que no se endeude aunque no haya crecimiento”, planteando una disyuntiva falsa porque si algo hemos aprendido en el mundo en las últimas décadas es que el gasto gubernamental NO es sinónimo de crecimiento y que la estabilidad económica no es sinónimo de estancamiento o pasmo.
Sería interesante que los señores de la empresa encuestadora afinaran, para futuras investigaciones, la puntería. Podrían preguntar, por ejemplo: “¿Usted cree que es bueno que el gobierno gaste lo que no tiene?”. La respuesta mayoritaria en el caso de tal pregunta quizá sería sorprendentemente contraria al populismo.
Pero, a falta de un mejor estudio, podemos dar por buena la conclusión de que una parte considerable de los encuestados ven con simpatía las políticas populistas. Y hasta podríamos inferir que esos resultados representan con cierta confiabilidad la opinión del universo de los mexicanos mayores de 18 años.
Por supuesto, y esto ya no es ciencia sino mero sentido común, todos llevamos un pequeño o un gran populista dentro de nosotros. Sea que nos dejemos llevar por el pensamiento mágico – “lo que defraudé se compensa moralmente porque soy compartido” - , por el sentimentalismo ramplón – “Ay, manita, a mi lo que me encanta es estar cerca de la gente, ver por ella”-, por la holganza, por la vil ambición – “si van a repartir algo, soy el primero en la fila”- o por la estupidez ambiente.
Al final, queda un dejo de tristeza: ¿De veras seguimos creyendo que ese viejo y conocido veneno – el populismo – es una medicina milagrosa?
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