Seguro Social y personas desaparecidas
Es mentira que el Seguro Social salve vidas o de un pésimo servicio. Son las personas específicas – el médico Tal, la enfermera Cual, el administrativo Mengano o la afanadora Zutana- quienes son competentes o incompetentes, diligentes o perezosos, solidarios o egoístas. El IMSS sólo es un mecanismo; ¿será el mejor de los mecanismos?
¿Ha notado usted la súbita desaparición de las personas en el limbo de “lo social”? Sucede todos los días y al parecer nadie reclama por la desaparición de esas personas concretas, con nombres y apellidos, con carnes y huesos, con esperanzas y aflicciones, con virtudes encomiables y defectos execerables…
Sucedió en días recientes con motivo de las penosas negociaciones entre autoridades del IMSS y delegados del sindicato de esa institución. Los medios de comunicación y las conversaciones se llenaron de comentarios, apasionados, a favor o en contra, del siguiente tenor: “El Seguro Social es nefasto; a mi abuelita la dejaron morir sin atendarla debidamente” o, en el sentido contrario: “Hay que defender al Seguro Social, a mi padre le salvaron la vida porque le transplantaron un riñón”.
Curiosa manera de expresar el agradecimiento o el disgusto, no hacia las personas específicas por su competencia o por su incompetencia, por su diligencia o por su holgazanería, por su cordialidad o por su prepotencia…Las personas concretas que presumiblemente salvaron una vida o la hicieron perderse. No, ellas no existen. Existe esa entidad “social” que suplanta la responsabilidad de las personas. Pero en realidad esa entidad “social” (personificada tal vez en el águila a punto de proteger o a punto de devorar a una madre con su hijo en brazos) sólo es un acuerdo convencional, un mecanismo arbitrario para distribuir y asignar de determinada forma determinados recursos…Y lo que en realidad se discutía no era la existencia del oficio de curar, aliviar o atender enfermos – que existe y existirá gracias a las personas específicas, no a los mecanismos bien o mal diseñados para distribuir recursos – sino si determinado arreglo en la distribución de recursos es justo, viable y eficaz para cumplir con el fin que le hemos asignado.
Desaparecen las personas y con ellas desaparecen las responsabilidades y la libertad. El ente “social” engulle todo.
No hay personas generosas o mezquinas, lo que hay es “solidaridad” impersonal por decreto o por discurso.
La izquierda políticamente correcta (¿hay otra?) desaparece a las personas; las inmola en el altar de las grandes palabras (nación, clase, sociedad civil, interés colectivo, “pueblo con sentidas aspiraciones”) y en la misma medida nos dispensa, a las personas de carne y hueso, de la aventura hermosa y arriesgada de la vida. No más responsabilidad personal, no más libertad personal, no más singularidades irrepetibles y únicas.
Ya no hay, como soñaba el loco Quijote que había sido en la “edad dorada”, los odiosos “tuyo” o “mío”, todo se disuelve en el gigantesco egoísmo – sin culpa y sin mérito- de “lo social”.
¿Ha notado usted la súbita desaparición de las personas en el limbo de “lo social”? Sucede todos los días y al parecer nadie reclama por la desaparición de esas personas concretas, con nombres y apellidos, con carnes y huesos, con esperanzas y aflicciones, con virtudes encomiables y defectos execerables…
Sucedió en días recientes con motivo de las penosas negociaciones entre autoridades del IMSS y delegados del sindicato de esa institución. Los medios de comunicación y las conversaciones se llenaron de comentarios, apasionados, a favor o en contra, del siguiente tenor: “El Seguro Social es nefasto; a mi abuelita la dejaron morir sin atendarla debidamente” o, en el sentido contrario: “Hay que defender al Seguro Social, a mi padre le salvaron la vida porque le transplantaron un riñón”.
Curiosa manera de expresar el agradecimiento o el disgusto, no hacia las personas específicas por su competencia o por su incompetencia, por su diligencia o por su holgazanería, por su cordialidad o por su prepotencia…Las personas concretas que presumiblemente salvaron una vida o la hicieron perderse. No, ellas no existen. Existe esa entidad “social” que suplanta la responsabilidad de las personas. Pero en realidad esa entidad “social” (personificada tal vez en el águila a punto de proteger o a punto de devorar a una madre con su hijo en brazos) sólo es un acuerdo convencional, un mecanismo arbitrario para distribuir y asignar de determinada forma determinados recursos…Y lo que en realidad se discutía no era la existencia del oficio de curar, aliviar o atender enfermos – que existe y existirá gracias a las personas específicas, no a los mecanismos bien o mal diseñados para distribuir recursos – sino si determinado arreglo en la distribución de recursos es justo, viable y eficaz para cumplir con el fin que le hemos asignado.
Desaparecen las personas y con ellas desaparecen las responsabilidades y la libertad. El ente “social” engulle todo.
No hay personas generosas o mezquinas, lo que hay es “solidaridad” impersonal por decreto o por discurso.
La izquierda políticamente correcta (¿hay otra?) desaparece a las personas; las inmola en el altar de las grandes palabras (nación, clase, sociedad civil, interés colectivo, “pueblo con sentidas aspiraciones”) y en la misma medida nos dispensa, a las personas de carne y hueso, de la aventura hermosa y arriesgada de la vida. No más responsabilidad personal, no más libertad personal, no más singularidades irrepetibles y únicas.
Ya no hay, como soñaba el loco Quijote que había sido en la “edad dorada”, los odiosos “tuyo” o “mío”, todo se disuelve en el gigantesco egoísmo – sin culpa y sin mérito- de “lo social”.
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