La izquierda promueve el egoísmo
¿Quiénes son los principales beneficiarios de un subsidio público a los ancianos? Los electores económicamente activos, hijos y nietos de esos ancianos, que de esa forma se ahorran las aportaciones tradicionales que se hacen (¿hacían?) de hijos en activo a padres en retiro. Curiosa forma de fortalecer la solidaridad.
Además de ser un subsidio a fondo perdido, inviable financieramente a largo plazo, las llamadas “pensiones” a los ancianos – que no provienen de un ahorro individualizado durante la vida de trabajo del beneficiario- fomentan el egoísmo y están minando la solidaridad familiar. Por supuesto, la contraparte es que este tipo de programas generan una elevada rentabilidad electoral entre quienes de esta forma se ven dispensados, parcial o totalmente, de atender a los mayores dentro de la familia.
Lejos de mí hacer juicios moralizantes sobre la actitud de quienes se excusan de atender pecuniariamente a los ancianos necesitados en su familia; tendrán, sin duda, decenas de razones para no hacerlo. Lo que llama la atención es que la mentalidad social-burócrata que promueve este tipo de programas generalmente se presenta a sí misma, con cierta dosis de arrogancia, como superior moralmente a los despiadados neoliberales y tecnócratas que abrigamos todo tipo de recelos contra este género de ayudas con fondos públicos. Llama la atención, también, que en este caso los predicadores de la generosidad, de la solidaridad, de la ayuda a los más débiles, acaban produciendo, en los hechos, en este como en muchos otros subsidios, un efecto contrario: Dan una coartada políticamente correcta al egoísmo.
Desde la infancia me llamó la atención una frase popular con la que se ahuyentaba al que pedía algo apelando a nuestra caridad (fuera un dulce en el recreo, un lápiz para anotar una tarea o el préstamo de un codiciado balón de futbol), la frase es: “¡Que te mantenga el gobierno!”. Con el tiempo he comprendido que la frase resume perfectamente la lógica inmoral de las izquierdas y de la mentalidad social-burócrata: El gobierno – que es nadie y es todo- es una fuente ilimitada de recursos que no le cuesta a nadie y que está ahí, precisamente, para excusarnos de cualquier obligación moral hacia el prójimo necesitado.
El laicismo a ultranza corrió de los hospitales y sanatorios a las monjitas que cuidaban a los enfermos y que lo hacían buscando ganarse el cielo en la otra vida; a cambio, el laicismo nos dio una legión de “servidores públicos” sindicalizados que, a querer o no, lucran con su oficio – lo cual es perfectamente legítimo, ojo- como lo haría cualquier enfermera o médico en la llamada práctica privada; la única diferencia es que el cliente de quien ejerce la práctica privada es el enfermo o su familia (y a él le rinde cuentas) y el cliente de quien lo hace como “servidor público” es un burócrata encumbrado o el líder del sindicato.
Es curioso que la izquierda – tan moralizante, tan arrogante en sus condenas morales al liberalismo – haya hecho este mundo mucho menos hospitalario.
Además de ser un subsidio a fondo perdido, inviable financieramente a largo plazo, las llamadas “pensiones” a los ancianos – que no provienen de un ahorro individualizado durante la vida de trabajo del beneficiario- fomentan el egoísmo y están minando la solidaridad familiar. Por supuesto, la contraparte es que este tipo de programas generan una elevada rentabilidad electoral entre quienes de esta forma se ven dispensados, parcial o totalmente, de atender a los mayores dentro de la familia.
Lejos de mí hacer juicios moralizantes sobre la actitud de quienes se excusan de atender pecuniariamente a los ancianos necesitados en su familia; tendrán, sin duda, decenas de razones para no hacerlo. Lo que llama la atención es que la mentalidad social-burócrata que promueve este tipo de programas generalmente se presenta a sí misma, con cierta dosis de arrogancia, como superior moralmente a los despiadados neoliberales y tecnócratas que abrigamos todo tipo de recelos contra este género de ayudas con fondos públicos. Llama la atención, también, que en este caso los predicadores de la generosidad, de la solidaridad, de la ayuda a los más débiles, acaban produciendo, en los hechos, en este como en muchos otros subsidios, un efecto contrario: Dan una coartada políticamente correcta al egoísmo.
Desde la infancia me llamó la atención una frase popular con la que se ahuyentaba al que pedía algo apelando a nuestra caridad (fuera un dulce en el recreo, un lápiz para anotar una tarea o el préstamo de un codiciado balón de futbol), la frase es: “¡Que te mantenga el gobierno!”. Con el tiempo he comprendido que la frase resume perfectamente la lógica inmoral de las izquierdas y de la mentalidad social-burócrata: El gobierno – que es nadie y es todo- es una fuente ilimitada de recursos que no le cuesta a nadie y que está ahí, precisamente, para excusarnos de cualquier obligación moral hacia el prójimo necesitado.
El laicismo a ultranza corrió de los hospitales y sanatorios a las monjitas que cuidaban a los enfermos y que lo hacían buscando ganarse el cielo en la otra vida; a cambio, el laicismo nos dio una legión de “servidores públicos” sindicalizados que, a querer o no, lucran con su oficio – lo cual es perfectamente legítimo, ojo- como lo haría cualquier enfermera o médico en la llamada práctica privada; la única diferencia es que el cliente de quien ejerce la práctica privada es el enfermo o su familia (y a él le rinde cuentas) y el cliente de quien lo hace como “servidor público” es un burócrata encumbrado o el líder del sindicato.
Es curioso que la izquierda – tan moralizante, tan arrogante en sus condenas morales al liberalismo – haya hecho este mundo mucho menos hospitalario.
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