Objeciones a Dios, no a la libertad
Ni modo, aun en estas épocas de holganza los lectores – si los hay con ánimo para leer y pensar- tendrán que soportar estas ideas al vuelo. Un par de punzantes e inteligentes críticas al artículo sobre “Dios y la libertad” me obligan a revisar el asunto y afinar algunas afirmaciones que, a los ojos de algunos amigos agnósticos, parecen cercanas al escándalo.
A riesgo de simplificar, la objeción de los lectores agnósticos a la tesis de esas “ideas al vuelo” – publicadas el 5 de diciembre y motivadas por un artículo de Carlos Alberto Montaner – puede expresarse así: “Hacer aparecer a Dios en el alegato sobre los fundamentos de la libertad suena a trampa, como quien en medio del juego de pronto se encuentra carente de argumentos y se saca de la manga una carta mágica (Dios) con la cual cerrar las discusiones y de paso censurar a los no creyentes”.
Por otra parte, me dicen los objetores con toda razón, la experiencia histórica de las teocracias ha sido más bien nefasta para la libertad de los seres humanos; parecería pues que invocar a Dios como razón última y baluarte de la libertad es impertinente.
Tienen razón. Al final, debe reconocerse lo obvio: El punto de encuentro entre creyentes liberales y agnósticos liberales es la libertad, no Dios. En todo caso que en la historia de las ideas repetidamente se haya recurrido al concepto de Dios como fundamento de la libertad del ser humano – y, por tanto, como una instancia que está muy por encima de toda autoridad humana- no demuestra la existencia de Dios (que es, me temo, el asunto que molesta en el argumento), sino tan sólo que la libertad está siempre amenzada, que es un bien precioso y frágil – ganado por las luchas históricas de un puñado de hombres admirables o recibido de Dios, que cada cual opte por explicarse su origen de la forma que mejor se acomode los hechos y a su cosmovisión.
Dicho lo anterior, debo disculparme con aquellos lectores que vieron en ese alegato a favor de la libertad sobre todo una especie de prédica fervorosa sobre la necesidad de que Dios exista. No era la intención del artículo. No debía serlo.
Por supuesto, lo deseable es que NO necesitemos apelar a Dios para que los derechos fundamentales del hombre – principalmente su libertad – sean respetados sin cortapisas y en todas partes. No lo hemos logrado.
Reconozcamos también que así como las teocracias – religiosidad militante desde el Estado- han vulnerado gravemente la libertad de quienes han sido y son sometidos a ellas, otro tanto podría decirse de los régimenes fundados en un ateísmo militante.
Lo cual me recuerda lo que se cuenta que respondió el escritor británico Graham Greene a un distinguido cicerone que le aseguraba que la Virgen de Guadalupe fue un invento de los españoles para mejor someter a los indios. Algo que trataré de relatar mañana.
A riesgo de simplificar, la objeción de los lectores agnósticos a la tesis de esas “ideas al vuelo” – publicadas el 5 de diciembre y motivadas por un artículo de Carlos Alberto Montaner – puede expresarse así: “Hacer aparecer a Dios en el alegato sobre los fundamentos de la libertad suena a trampa, como quien en medio del juego de pronto se encuentra carente de argumentos y se saca de la manga una carta mágica (Dios) con la cual cerrar las discusiones y de paso censurar a los no creyentes”.
Por otra parte, me dicen los objetores con toda razón, la experiencia histórica de las teocracias ha sido más bien nefasta para la libertad de los seres humanos; parecería pues que invocar a Dios como razón última y baluarte de la libertad es impertinente.
Tienen razón. Al final, debe reconocerse lo obvio: El punto de encuentro entre creyentes liberales y agnósticos liberales es la libertad, no Dios. En todo caso que en la historia de las ideas repetidamente se haya recurrido al concepto de Dios como fundamento de la libertad del ser humano – y, por tanto, como una instancia que está muy por encima de toda autoridad humana- no demuestra la existencia de Dios (que es, me temo, el asunto que molesta en el argumento), sino tan sólo que la libertad está siempre amenzada, que es un bien precioso y frágil – ganado por las luchas históricas de un puñado de hombres admirables o recibido de Dios, que cada cual opte por explicarse su origen de la forma que mejor se acomode los hechos y a su cosmovisión.
Dicho lo anterior, debo disculparme con aquellos lectores que vieron en ese alegato a favor de la libertad sobre todo una especie de prédica fervorosa sobre la necesidad de que Dios exista. No era la intención del artículo. No debía serlo.
Por supuesto, lo deseable es que NO necesitemos apelar a Dios para que los derechos fundamentales del hombre – principalmente su libertad – sean respetados sin cortapisas y en todas partes. No lo hemos logrado.
Reconozcamos también que así como las teocracias – religiosidad militante desde el Estado- han vulnerado gravemente la libertad de quienes han sido y son sometidos a ellas, otro tanto podría decirse de los régimenes fundados en un ateísmo militante.
Lo cual me recuerda lo que se cuenta que respondió el escritor británico Graham Greene a un distinguido cicerone que le aseguraba que la Virgen de Guadalupe fue un invento de los españoles para mejor someter a los indios. Algo que trataré de relatar mañana.
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