¿Gobernar o apaciguar loquitos?
Carta a un gobernante en ciernes: Gobernar no es una tarea de relaciones públicas. No se trata de llevar la fiesta en paz y apaciguar a los loquitos y a los exaltados, se trata de que seamos gobernados por las leyes –iguales para todos- y no por las volubles personas.
Estimado amigo:
Me he enterado que como no quieres que alguno de tus adversarios políticos se convierta en víctima – y eventualmente gane puntos en las encuestas de popularidad- propones que reformas decisivas para institucionalizar tu país mejor se pospongan. Has de suponer que con ello el exaltado (el loquito) será apaciguado y no podrá capitalizar, como en el pasado, su papel de víctima.
Para los gobiernos los chantajes son tan o más nocivos que los sobornos. Ambos – chantajes y sobornos – se deben rechazar sin más.
Tenemos hoy mismo, en España, un ejemplo claro de un gobierno atascado en un dilema entre el respeto irrestricto a la Constitución, que se dieron a sí mismos los españoles en 1978, y la complacencia que le exigen sus aliados, que hoy promueven la aprobación de leyes que amenazan con disolver el concepto de España como nación única e indivisible. José Luis Rodríguez Zapatero, el jefe de gobierno, y su partido, el PSOE, cometieron su primer error cuando trabaron alianzas con grupos minoritarios con tal de no aceptar el concurso de su principal adversario, el Partido Popular (PP), en el gobierno.
Parecería que Zapatero y compañía nunca aquilataron el riesgo de tales alianzas, ni, mucho menos, que el método de negociación de sus coyunturales aliados consiste en el chantaje – “o me das lo que quiero o te quito el apoyo y pierdes el gobierno” – más o menos desembozado. Cedieron primero, cedieron después y hoy no saben a ciencia cierta en dónde está el límite en el que deberán dejar de ceder.
Te pongo este ejemplo, como podría citarte muchos otros, para advertirte de los peligros de tu contemporizadora opinión. Supongamos que algún político, aquejado por un delirio de persecución, asegura que tal reforma tendiente a institucionalizar contrapesos de poder (en beneficio y garantía de los derechos de los ciudadanos) va dirigida sólo a perjudicarle a él hoy o en el futuro. Nota que el delirante presume que políticas públicas que por años han sido anheladas y propuestas por muchos, sólo giran en torno a su magnificada persona. Locura, se llama eso. ¿Te parece inteligente que las reformas sean abortadas, pospuestas hasta nunca, sólo para no alimentar la paranoia del delirante? No, desde luego.
Pues eso, amigo, es lo que propones. Mal empieza quien aspira gobernar si empieza por ceder a los chantajes o si preconiza que por encima de las leyes y de las necesidades de todos, está el objetivo de apaciguar a los dementes o de complacer a los exaltados.
Piénsalo. Cero y va uno.
Con el afecto de siempre.
Estimado amigo:
Me he enterado que como no quieres que alguno de tus adversarios políticos se convierta en víctima – y eventualmente gane puntos en las encuestas de popularidad- propones que reformas decisivas para institucionalizar tu país mejor se pospongan. Has de suponer que con ello el exaltado (el loquito) será apaciguado y no podrá capitalizar, como en el pasado, su papel de víctima.
Para los gobiernos los chantajes son tan o más nocivos que los sobornos. Ambos – chantajes y sobornos – se deben rechazar sin más.
Tenemos hoy mismo, en España, un ejemplo claro de un gobierno atascado en un dilema entre el respeto irrestricto a la Constitución, que se dieron a sí mismos los españoles en 1978, y la complacencia que le exigen sus aliados, que hoy promueven la aprobación de leyes que amenazan con disolver el concepto de España como nación única e indivisible. José Luis Rodríguez Zapatero, el jefe de gobierno, y su partido, el PSOE, cometieron su primer error cuando trabaron alianzas con grupos minoritarios con tal de no aceptar el concurso de su principal adversario, el Partido Popular (PP), en el gobierno.
Parecería que Zapatero y compañía nunca aquilataron el riesgo de tales alianzas, ni, mucho menos, que el método de negociación de sus coyunturales aliados consiste en el chantaje – “o me das lo que quiero o te quito el apoyo y pierdes el gobierno” – más o menos desembozado. Cedieron primero, cedieron después y hoy no saben a ciencia cierta en dónde está el límite en el que deberán dejar de ceder.
Te pongo este ejemplo, como podría citarte muchos otros, para advertirte de los peligros de tu contemporizadora opinión. Supongamos que algún político, aquejado por un delirio de persecución, asegura que tal reforma tendiente a institucionalizar contrapesos de poder (en beneficio y garantía de los derechos de los ciudadanos) va dirigida sólo a perjudicarle a él hoy o en el futuro. Nota que el delirante presume que políticas públicas que por años han sido anheladas y propuestas por muchos, sólo giran en torno a su magnificada persona. Locura, se llama eso. ¿Te parece inteligente que las reformas sean abortadas, pospuestas hasta nunca, sólo para no alimentar la paranoia del delirante? No, desde luego.
Pues eso, amigo, es lo que propones. Mal empieza quien aspira gobernar si empieza por ceder a los chantajes o si preconiza que por encima de las leyes y de las necesidades de todos, está el objetivo de apaciguar a los dementes o de complacer a los exaltados.
Piénsalo. Cero y va uno.
Con el afecto de siempre.
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