“Por el bien de todos”: Una sublime patraña (I)
Las más de las veces las invocaciones a un bien colectivo, que estaría por encima – e incluso en contra- del bien de cada cual, terminan en autoritarismo, miseria, violación de los derechos humanos y ataques constantes a la libertad personal.
Uno de los rasgos más atractivos del siglo XXI es que, gracias a los avances tecnológicos y al desencanto frente a las utopías colectivistas y estatalistas, podría ser el siglo de las personas (no de las naciones, no de los sistemas, no de los imperios, no de las muchedumbres impersonales). Y uno de los rasgos más tristes de la mayoría de los países de Hispanoamérica es que la noción de persona libre y responsable sigue siendo aplastada – en el discurso y en la práctica- por los mitos colectivos y totalizadores. ¿Nos perderemos también el siglo XXI?
Suena bonito que un partido político, o una coalición de partidos, digan que luchan “por el bien de todos”. Pero ese tipo de llamado a un bien etéreo para la totalidad colectiva esconde cientos o miles de atentados contra el bien de las personas individualmente consideradas.
Pongámoslo en términos de historia menor – que es, a la postre, la de cada uno de nosotros- y pensemos en esas pobres mujeres condenadas a ser cuidadoras de por vida de una madre o de un padre ancianos, condenadas en nombre del “bien mayor”, el “bien de todos”, el “bien de la familia”. En realidad, para esas mujeres el “bien de todos” es el bien de todos los demás, nunca el de ellas. En el mejor de los casos, se les dispensa el trato de “santas” a tales mujeres mientras el resto de la familia se dedica a sus asuntos; en el peor de los casos, se les desprecia diciendo que nacieron para ello, para hacerse las sirvientas de la familia. Eso sí, parecería que el bien colectivo ha quedado salvaguardado. Atroz negocio “por el bien de la causa”.
Traslademos ahora el ejemplo a la gran historia: Por el bien de todos las mayores atrocidades parecen justificadas, desde el asesinato de millones de judíos (que sólo los imbéciles siguen negando contra toda evidencia) hasta las hambrunas, los despojos de propiedades, pasando por la opresión de los mejores a manos de los peores, en nombre de una igualdad (“el bien de todos” se nos repite) que castiga a los competentes para que los incompetentes no se sientan postergados.
El mecanismo funciona de la siguiente manera: Alguien se consagra a sí mismo como “el supremo benefactor” y ese alguien decide por sí y ante sí, sin rendir cuentas a nadie, lo que es “el bien de todos”. Por supuesto, en los cálculos y en los supuestos del benefactor supremo – autonombrado como tal – jamás entran los derechos y las libertades específicas de los individuos. Eso, se nos dirá, son mezquindades, egoísmos liberales.
Mañana: Algunos ejemplos concretos de las barbaridades que sufrimos “por el bien de todos”.
Uno de los rasgos más atractivos del siglo XXI es que, gracias a los avances tecnológicos y al desencanto frente a las utopías colectivistas y estatalistas, podría ser el siglo de las personas (no de las naciones, no de los sistemas, no de los imperios, no de las muchedumbres impersonales). Y uno de los rasgos más tristes de la mayoría de los países de Hispanoamérica es que la noción de persona libre y responsable sigue siendo aplastada – en el discurso y en la práctica- por los mitos colectivos y totalizadores. ¿Nos perderemos también el siglo XXI?
Suena bonito que un partido político, o una coalición de partidos, digan que luchan “por el bien de todos”. Pero ese tipo de llamado a un bien etéreo para la totalidad colectiva esconde cientos o miles de atentados contra el bien de las personas individualmente consideradas.
Pongámoslo en términos de historia menor – que es, a la postre, la de cada uno de nosotros- y pensemos en esas pobres mujeres condenadas a ser cuidadoras de por vida de una madre o de un padre ancianos, condenadas en nombre del “bien mayor”, el “bien de todos”, el “bien de la familia”. En realidad, para esas mujeres el “bien de todos” es el bien de todos los demás, nunca el de ellas. En el mejor de los casos, se les dispensa el trato de “santas” a tales mujeres mientras el resto de la familia se dedica a sus asuntos; en el peor de los casos, se les desprecia diciendo que nacieron para ello, para hacerse las sirvientas de la familia. Eso sí, parecería que el bien colectivo ha quedado salvaguardado. Atroz negocio “por el bien de la causa”.
Traslademos ahora el ejemplo a la gran historia: Por el bien de todos las mayores atrocidades parecen justificadas, desde el asesinato de millones de judíos (que sólo los imbéciles siguen negando contra toda evidencia) hasta las hambrunas, los despojos de propiedades, pasando por la opresión de los mejores a manos de los peores, en nombre de una igualdad (“el bien de todos” se nos repite) que castiga a los competentes para que los incompetentes no se sientan postergados.
El mecanismo funciona de la siguiente manera: Alguien se consagra a sí mismo como “el supremo benefactor” y ese alguien decide por sí y ante sí, sin rendir cuentas a nadie, lo que es “el bien de todos”. Por supuesto, en los cálculos y en los supuestos del benefactor supremo – autonombrado como tal – jamás entran los derechos y las libertades específicas de los individuos. Eso, se nos dirá, son mezquindades, egoísmos liberales.
Mañana: Algunos ejemplos concretos de las barbaridades que sufrimos “por el bien de todos”.
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