“Por el bien de todos”: Una sublime patraña (II y final)
Quien hoy asegura que en todo lo que hace y dice – y en todo lo que hará y dirá en el futuro- sólo lo guía “el bien de todos” ya ha dado muestras elocuentes de lo que entiende por eso. Aquí algunos ejemplos.
Por el bien de todos hay pase automático. Por el bien de todos hay universidades – como la que estableció el gobierno de la Ciudad de México- en las cuales no hay odiosos exámenes de conocimientos y aptitudes, en las cuales el ingreso se logra por sorteos azarosos.
Por el bien de todos las calles del centro de la Ciudad de México han sido hipotecadas a gremios de comerciantes ambulantes, que a su vez son fuente de ingresos paralelos para las autoridades locales y carne de cañón para usos electorales o de intimidación política.
Por el bien de todos la información sobre las obras públicas permanece oculta, resguardada frente a incómodas inquisiciones.
Por el bien de todos el Distrito Federal es una de las entidades más herméticas en materia de transparencia y acceso a la información pública. Es por el bien de todos, porque así – dicen – no gastamos en más burocracia.
Por el bien de todos se desechan los criterios de costo-beneficio en el gasto público ya que sería mezquino evaluar lo que se hace con tanto “amor al pueblo”.
Por el bien de todos no hay que preguntar a dónde fueron a parar los maletines repletos de dólares que recibieron los paladines del bien de todos.
Por el bien de todos hay que quitarle sus propiedades a una viuda para que prospere una empresa cooperativa mercantil.
Por el bien de todos hay que olvidarnos de la ley y de la impertinente aplicación de la ciega justicia.
Por el bien de todos hay que cerrar los ojos ante un linchamiento que costó dos vidas porque esos “usos y costumbres” forman parte del bien de todos.
Por el bien de todos hay que oponerse a que los organismos financieros – encargados de preservar derechos de propiedad y cumplimiento de los contratos- sean autónomos y no dependan de la voluntad omnímoda del supremo benefactor.
Por el bien de todos hay que poner en duda la imparcialidad de los órganos electorales autónomos y apelar, por encima de las instituciones y de las leyes, al supremo poder popular.
Por el bien de todos hay que vituperar a los jueces y magistrados que aplican la ley, cuando sus fallos contravengan lo que hemos decretado que es “el bien de todos”.
¿Por el bien de todos? Patrañas.
Patrañas sublimes si así se quiere, pero patrañas.
¿Hasta cuando aceptaremos que lo verdaderamente importante es el bien de cada cual y no un etéreo “bien de todos”?, ¿hasta cuándo los políticos dejaran de comportarse como déspotas más o menos benévolos?
¿Hasta cuándo entenderemos que el mayor bien para el mayor número sólo se logra dejando que cada cual busque libremente su propio bien, sin interferencias gravosas de supremos benefactores?
Por el bien de todos hay pase automático. Por el bien de todos hay universidades – como la que estableció el gobierno de la Ciudad de México- en las cuales no hay odiosos exámenes de conocimientos y aptitudes, en las cuales el ingreso se logra por sorteos azarosos.
Por el bien de todos las calles del centro de la Ciudad de México han sido hipotecadas a gremios de comerciantes ambulantes, que a su vez son fuente de ingresos paralelos para las autoridades locales y carne de cañón para usos electorales o de intimidación política.
Por el bien de todos la información sobre las obras públicas permanece oculta, resguardada frente a incómodas inquisiciones.
Por el bien de todos el Distrito Federal es una de las entidades más herméticas en materia de transparencia y acceso a la información pública. Es por el bien de todos, porque así – dicen – no gastamos en más burocracia.
Por el bien de todos se desechan los criterios de costo-beneficio en el gasto público ya que sería mezquino evaluar lo que se hace con tanto “amor al pueblo”.
Por el bien de todos no hay que preguntar a dónde fueron a parar los maletines repletos de dólares que recibieron los paladines del bien de todos.
Por el bien de todos hay que quitarle sus propiedades a una viuda para que prospere una empresa cooperativa mercantil.
Por el bien de todos hay que olvidarnos de la ley y de la impertinente aplicación de la ciega justicia.
Por el bien de todos hay que cerrar los ojos ante un linchamiento que costó dos vidas porque esos “usos y costumbres” forman parte del bien de todos.
Por el bien de todos hay que oponerse a que los organismos financieros – encargados de preservar derechos de propiedad y cumplimiento de los contratos- sean autónomos y no dependan de la voluntad omnímoda del supremo benefactor.
Por el bien de todos hay que poner en duda la imparcialidad de los órganos electorales autónomos y apelar, por encima de las instituciones y de las leyes, al supremo poder popular.
Por el bien de todos hay que vituperar a los jueces y magistrados que aplican la ley, cuando sus fallos contravengan lo que hemos decretado que es “el bien de todos”.
¿Por el bien de todos? Patrañas.
Patrañas sublimes si así se quiere, pero patrañas.
¿Hasta cuando aceptaremos que lo verdaderamente importante es el bien de cada cual y no un etéreo “bien de todos”?, ¿hasta cuándo los políticos dejaran de comportarse como déspotas más o menos benévolos?
¿Hasta cuándo entenderemos que el mayor bien para el mayor número sólo se logra dejando que cada cual busque libremente su propio bien, sin interferencias gravosas de supremos benefactores?
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