¿Quién dicen que ganó en Bolivia? (II)
Evo Morales no sólo es indígena, es indigenista. Pero hay en Bolivia indigenistas aún más radicales, como Felipe Quispe, que pueden hacerle imposible el gobierno.
En México, un diputado del PRD, el profesor Iván García Solís, se dejó llevar por el entusiasmo de las efemérides – tan frecuente en las izquierdas latinoamericanas – y proclamó en la tribuna que Evo Morales será el primer Presidente indígena en América. Desde luego, el perredista se equivocó; olvidó nada menos que al mexicano Benito Juárez y recibió una andanada de críticas.
Lo que los críticos de García Solís no tomaron en cuenta es que el olvido de Juárez – en el panteón de los héroes del indigenismo de izquierdas- es explicable, toda vez que Juárez fue un indígena liberal (¡horror!), reformador, que abominaba – con justa razón – los atavismos aldeanos y trató, junto con la pléyade de los liberales mexicanos del siglo XIX, de aismilar a México a la modernidad y al mundo; un liberal, además, que admiraba sin rubor las instituciones democráticas y de gobierno de Estados Unidos (¡doble horror!). Porfirio Díaz fue, también, presidente indígena, pero tampoco cuenta en el panteón políticamente correcto tanto por su adscripción formal al liberalismo como por su tan vituperada dictadura modernizadora.
Evo Morales, en cambio, no sólo es antiyanqui sino indigenista. Proclama la reivindicación de los “pueblos orginarios” frente al “colonialismo” y en contra, desde luego, de la globalización y del presunto imperio estadounidense. (Dicho sea de paso, como ya lo mostró en sus primeras declaraciones como presidente electo, el fantasma del colonialismo le proporciona una excelente excusa frente a sus impacientes partidarios: No pueden abolirse en un día –dice- prácticas coloniales odiosas que tienen más de 500 años en América).
Sin embargo, hay de indigenismos a indigenismos. Para Felipe Quispe, también indìgena boliviano y enemigo acérrimo de los blancos y de lo extranjero, Evo Morales no es más que un traidor de la causa indigenista. Quispe sueña, y lucha violentamente por ello, con desmantelar el Estado boliviano y hacer resurgir en el territorio las orignarias naciones indígenas. Se dirá que los partidarios de Quispe no suman más del cinco por ciento del electorado boliviano, pero su capaciad de movilización y obstrucción es formidable. Quispe no deja lugar a dudas: “Soy la mala conciencia de Evo”.
Por otra parte, los fundamentalistas del indio – como Quispe – ven también como enemigos al partido que llevó a la Presidencia a Morales (Movimiento Al Socialismo, MAS) y a sus acompañantes, como el vicepresidente electo Álvaro García Linera, quien ni racial ni culturalmente tiene un ápice de indígena.
Quispe maneja perfectamente los métodos desestabilizadores que depusieron en los últimos tres años a dos presidentes en Bolivia. Evo Morales recurrió – al tiempo que lo hacía por su cuenta el propio Quispe- a tales métodos (el golpe de Estado callejero) en ambas ocasiones.
Basta tener numerosos indígenas miserables dispuestos a resistir sin pausa y mostrarse intransigente; refractario al diálogo y a la negociación.
En México, un diputado del PRD, el profesor Iván García Solís, se dejó llevar por el entusiasmo de las efemérides – tan frecuente en las izquierdas latinoamericanas – y proclamó en la tribuna que Evo Morales será el primer Presidente indígena en América. Desde luego, el perredista se equivocó; olvidó nada menos que al mexicano Benito Juárez y recibió una andanada de críticas.
Lo que los críticos de García Solís no tomaron en cuenta es que el olvido de Juárez – en el panteón de los héroes del indigenismo de izquierdas- es explicable, toda vez que Juárez fue un indígena liberal (¡horror!), reformador, que abominaba – con justa razón – los atavismos aldeanos y trató, junto con la pléyade de los liberales mexicanos del siglo XIX, de aismilar a México a la modernidad y al mundo; un liberal, además, que admiraba sin rubor las instituciones democráticas y de gobierno de Estados Unidos (¡doble horror!). Porfirio Díaz fue, también, presidente indígena, pero tampoco cuenta en el panteón políticamente correcto tanto por su adscripción formal al liberalismo como por su tan vituperada dictadura modernizadora.
Evo Morales, en cambio, no sólo es antiyanqui sino indigenista. Proclama la reivindicación de los “pueblos orginarios” frente al “colonialismo” y en contra, desde luego, de la globalización y del presunto imperio estadounidense. (Dicho sea de paso, como ya lo mostró en sus primeras declaraciones como presidente electo, el fantasma del colonialismo le proporciona una excelente excusa frente a sus impacientes partidarios: No pueden abolirse en un día –dice- prácticas coloniales odiosas que tienen más de 500 años en América).
Sin embargo, hay de indigenismos a indigenismos. Para Felipe Quispe, también indìgena boliviano y enemigo acérrimo de los blancos y de lo extranjero, Evo Morales no es más que un traidor de la causa indigenista. Quispe sueña, y lucha violentamente por ello, con desmantelar el Estado boliviano y hacer resurgir en el territorio las orignarias naciones indígenas. Se dirá que los partidarios de Quispe no suman más del cinco por ciento del electorado boliviano, pero su capaciad de movilización y obstrucción es formidable. Quispe no deja lugar a dudas: “Soy la mala conciencia de Evo”.
Por otra parte, los fundamentalistas del indio – como Quispe – ven también como enemigos al partido que llevó a la Presidencia a Morales (Movimiento Al Socialismo, MAS) y a sus acompañantes, como el vicepresidente electo Álvaro García Linera, quien ni racial ni culturalmente tiene un ápice de indígena.
Quispe maneja perfectamente los métodos desestabilizadores que depusieron en los últimos tres años a dos presidentes en Bolivia. Evo Morales recurrió – al tiempo que lo hacía por su cuenta el propio Quispe- a tales métodos (el golpe de Estado callejero) en ambas ocasiones.
Basta tener numerosos indígenas miserables dispuestos a resistir sin pausa y mostrarse intransigente; refractario al diálogo y a la negociación.
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