viernes, 4 de agosto de 2006

Sacrificio, resistencia civil, engaños

Un personaje de V.S. Naipaul ejemplifica cómo se pervierten las grandes palabras y las presuntas grandes causas. Ahora que se han puesto de moda los imitadores chafas de Gandhi…




En el inventario de lo políticamente correcto frases como "resistencia civil" o "desobediencia pacífica" gozan de un gran, e inmerecido, prestigio. El estereotipo dice que el mahatma Gandhi encabezó una formidable y exitosa lucha de resistencia civil contra el odioso imperio británico en la India.

Como resumen de libro de texto la frase está bien pero tiene grandes fisuras racionales (mentiras, pues) que la corrección política nos impide aceptar. Valgan, como incómoda refutación al mito, dos realidades duras: 1. La independencia de la India contó en el gobierno de la Gran Bretaña con grandes e insospechados aliados que la hicieron posible; sea por cálculo pragmático o por auténtica convicción moral esos aliados contribuyeron tanto o más que el mahatma a la independencia, 2. La inmensa mayoría de los indios, incluidos muchísimos seguidores de Gandhi, nunca entendieron cabalmente la dichosa "resistencia civil" o, más bien la entendieron como mejor les convino o se les dio la gana.

De tal entendimiento torcido de la "resistencia civil" – presunto sacrificio para justificar la pereza o la corrupción; la persistencia en el atraso o la vulgar delincuencia- nos da un ejemplo un personaje de Naipaul (ver en "Media vida", Random House, Mondadori, 2003, el caso del padre del protagonista Willie Chandran) quien realiza tres grandes "sacrificios" de resistencia civil inspirados, según él, en la lucha del mahatma: 1. Pasa de la pereza vulgar en la universidad a la pereza deliberada y hace una quema simbólica de los detestados libros de literatura inglesa en un rincón del patio de la universidad (cosa que, por cierto, pasa inadvertida para su pesar), 2. Decide casarse con una mujer de una casta inferior que en el fondo le repugna ("no un sacrificio vacío, el acto de un momento –cualquier idiota puede saltar desde un puente o tirarse delante de un tren-, sino un sacrificio más duradero, algo que habría aprobado el mahatma") con lo cual se hace infeliz y transmite su infelicidad a la pobre mujer y a los dos hijos que procrean y 3. Como funcionario público menor, encargado de combatir las corruptelas de los recaudadores de impuestos, que defraudaban a los pobres y al fisco al mismo tiempo, decide destruir las pruebas que podrían condenar a los estafadores. El razonamiento, por decirlo así, es peculiar: "Eran infinitas las pequeñas estafas entre los pobres. Los funcionarios (venales, anoto yo) no eran mucho más ricos. ¿Quién lo pasaba mal cuando no se pagaban los impuestos? Cuanto más examinaba aquellos sucios trozos de papel, más me ponía del lado de los estafadores (…) sentía gran placer al pensar que en aquella oficina, sin grandes alharacas, ejercía la desobediencia civil a mi manera".

Ah, la resistencia civil. Suena bonito engañar la tristeza de una vida mediocre con grandes palabras.

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