miércoles, 11 de abril de 2007

El cuarto viaje de Colón y el cambio climático (II)

Además de haber elegido un pésimo ejemplo para sustentar su embuste – el huracán Katrina-, la presunción de Gore de que el calentamiento global por emisiones de CO2 ha aumentado la intensidad y la frecuencia de los huracanes hace agua por todos lados.

En términos de intensidad, profundidad en el océano, precipitación pluvial, velocidad de los vientos y duración el huracán Katrina no fue memorable. Al tocar tierra su intensidad era de apenas tres – en una escala que llega hasta cinco- y si causó tantas pérdidas humanas y materiales fue por el pésimo estado en que se encontraban los diques que presuntamente protegían a Nueva Orleáns de los embates del mar.

Irónicamente, como señaló con agudeza el brillante economista catalán, catedrático de la Universidad de Columbia, Xavier Sala-i-Martín – en un estupendo artículo- “hacia años que los científicos estaban avisando al gobierno de que cualquier huracán que pasara por encima de los viejos diques podría romperlos y causar una catástrofe. Digo que es una ironía porque ¿adivinan quién era el vicepresidente del gobierno que decidió ignorar esos consejos y no reparar los diques? La respuesta, señor Gore, sí es una verdad incómoda”.

Además de elegir un pésimo ejemplo Gore presume un cambio significativo en la tendencia de largo plazo de los huracanes partiendo de una serie histórica por demás escuálida – diez años a lo sumo- que, como sabe cualquier estudiante de métodos estadísticos, es inaceptable para establecer tendencias y pronósticos cuando estamos hablando de un fenómeno que se ha repetido hace millones de años.

La base de datos más amplia sobre huracanes que existe en el mundo la posee el Centro Nacional de Huracanes de Florida y empieza, apenas, en 1886, pero el propio Centro advierte a cualquier investigador que sólo a partir de 1944 – cuando empezaron a usarse aviones para estudiar los huracanes- esa serie histórica podría ser confiable y, aún así, recomienda extrema cautela con los datos de 1944 a 1969 que tienen un sesgo estadístico – sobrestimación- considerable. (Sobre estas advertencias, ver aquí).

No terminan ahí las falsedades de los profetas de la catástrofe climática; hay más, seguiré mañana.

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