La guerra perdida contra la vacuidad
La etiqueta va pasando de boca en boca, de oído en oído, de retina en retina, hasta que queda completamente desdibujada: No dice nada, no significa nada, es un ladrillito más para cubrir el tiempo en la radio o en la televisión o para rellenar, con pequeñas manchitas negras – como moscas- un espacio en el periódico que, de haber quedado en blanco, sería hasta pornográfico.
Me encantan los “fuertes dispositivos de seguridad” casi tanto como “la tensa calma”. Ya casi no se usa lo de la “pertinaz lluvia”. En cambio, lo de los “focos rojos” se está llevando muchísimo.
El corresponsal envía su reporte para la radio desde algún remoto punto del planeta donde, se supone, están sucediendo grandes cosas, acontecimientos “históricos”. Inicia su relato diciendo que reina “una tensa calma”. Quien escucha, si está suficientemente adiestrado, infiere una de dos cosas: 1. En realidad no pasa nada, pero hay que llenar el tiempo entre los anuncios, 2. Tal vez sí esté sucediendo o esté por suceder algo importante, allá del otro lado del mundo, pero el desventurado corresponsal no tiene la menor idea de lo que sucede y habría necesitado un poquito más de tiempo – o de perspicacia- para enterarse.
Acaba siendo una lucha denodada para llenar con etiquetas vacías el tiempo o el espacio entre los anuncios de los patrocinadores. Hay que emocionarse ante lo más anodino, hay que insuflarle adjetivos a lo más plano. La capacidad de fabulación se agota y surgen tenaces las etiquetas vacías, esos eslabones mágicos que sirven para construir cadenas imaginarias. Como quien repite ritualmente, ante un plato vacío, todos los gestos del comensal goloso – levanta el tenedor, abre la boca, mastica aire con la boca cerrada (no hay que olvidar los buenos modales), se limpia minuciosamente los labios con la servilleta- y repite al final: “Estoy saciado, he comido como nunca”.
Tal parece que el periodismo fuese un trabajo hercúleo que pretende sacar agua de las piedras. Y, hay que entenderlo, los héroes también se cansan de adornar con baratas flores retóricas el vacío. Las tareas de Hércules se vuelven rutinarias y ahí están – anodinas, usables, infatigables- las etiquetas vacías, las “calmas tensas”, los “fuertes dispositivos de seguridad”, las “jornadas históricas”, “los focos rojos”. Por cierto, ¿tantos focos rojos que el periodismo enciende minuto a minuto contribuirán al calentamiento global? Una hipótesis, sólo eso.
Me encantan los “fuertes dispositivos de seguridad” casi tanto como “la tensa calma”. Ya casi no se usa lo de la “pertinaz lluvia”. En cambio, lo de los “focos rojos” se está llevando muchísimo.
El corresponsal envía su reporte para la radio desde algún remoto punto del planeta donde, se supone, están sucediendo grandes cosas, acontecimientos “históricos”. Inicia su relato diciendo que reina “una tensa calma”. Quien escucha, si está suficientemente adiestrado, infiere una de dos cosas: 1. En realidad no pasa nada, pero hay que llenar el tiempo entre los anuncios, 2. Tal vez sí esté sucediendo o esté por suceder algo importante, allá del otro lado del mundo, pero el desventurado corresponsal no tiene la menor idea de lo que sucede y habría necesitado un poquito más de tiempo – o de perspicacia- para enterarse.
Acaba siendo una lucha denodada para llenar con etiquetas vacías el tiempo o el espacio entre los anuncios de los patrocinadores. Hay que emocionarse ante lo más anodino, hay que insuflarle adjetivos a lo más plano. La capacidad de fabulación se agota y surgen tenaces las etiquetas vacías, esos eslabones mágicos que sirven para construir cadenas imaginarias. Como quien repite ritualmente, ante un plato vacío, todos los gestos del comensal goloso – levanta el tenedor, abre la boca, mastica aire con la boca cerrada (no hay que olvidar los buenos modales), se limpia minuciosamente los labios con la servilleta- y repite al final: “Estoy saciado, he comido como nunca”.
Tal parece que el periodismo fuese un trabajo hercúleo que pretende sacar agua de las piedras. Y, hay que entenderlo, los héroes también se cansan de adornar con baratas flores retóricas el vacío. Las tareas de Hércules se vuelven rutinarias y ahí están – anodinas, usables, infatigables- las etiquetas vacías, las “calmas tensas”, los “fuertes dispositivos de seguridad”, las “jornadas históricas”, “los focos rojos”. Por cierto, ¿tantos focos rojos que el periodismo enciende minuto a minuto contribuirán al calentamiento global? Una hipótesis, sólo eso.
Etiquetas: lengua española, palabras, periodismo, vacuidad
2 Comentarios:
Ninguna expresión periodística me causaba y sigue causando tanta risa como aquella de "desde algún lugar de la selva" refiréndose al sitio (que seguramente no era ni selvático ni desconocido) donde se encontraba el entonces llamado "Subcomandante Marcos" y ahora a "Delegado Zero" (no se si era "Zero" como el de la nueva Coca Cola de dieta o "0" como el Sprite sin calorias).
¡Es urgente iniciar una "Cruzada nacional" contra el abuso del lenguaje en el peridismo!
En el periodismo de antes solía darse un uso muy divertido de expresiones totalmente obsoletas, afectadas e insuales, tal vez para darle cierto aire de "literaura" a la redacción o para echar mano de todos los sinónimos posibles, con tal de no incurrir en alguna repetición que se consideraba de mal gusto. Así, no existían los médicos sino los "galenos" o los "facultativos"; tampoco había carniceros sino "tablajeros"; y no se diga lo que sucedía en terrenos más escabrosos en materia de moral y buenas costumbres: No había prostitituas ni putas, sino "mujeres de tacón dorado", "suripantas" o "mariposillas nocturnas" (había un Salvador Díaz Mirón escondido en cada redactor anónimo - porque no se solían firmar las notas), no había burdeles sino "casas de mala nota" o "lupanares". Ahora, por cierto, sigue sin haber putas o prostitutas - prostitutos, si es el caso- y se habla de "sexoservidoras" (lo que suena a "servibar" o a cajero automático).
Hoy con cada vez más frecuencia este abuso del lenguaje prefabricado (que acaba careciendo de significado) oculta un asunto más serio: La ausencia de verdadera información y de noticias relevantes, la trivialización o la vacuidad. Sin ir más lejos un periódico hoy anunciaba como su nota más importante que el Papa condena el aborto. ¡Vaya!, ¡eso sí que es novedad! En otra nota, el mismo periódico mexicano aseguraba en su titular que la SHCP "se lavó las manos ante los jueces", pero, al leer la nota, el lector puede comprobar que de lo que se trata es de que un funcionario de esa Secretaría le indicó a la reportera, que le preguntó al respecto, que el asunto de las prestaciones que reciben los jueces del Distrito Federal NO es competencia de esa Secretaría ni del gobierno federal, ni de la cámara de diputados federal, ni de la cámara de senadores, sino de la asamblea legislativa del Distrito Federal. ¡Genial!, quien "cabeceó" la nota se fabricó una noticia de la nada, o peor todavía: convirtió la incompetencia de una reportera (o de sus jefes) que preguntó en la ventanilla equivocada (o que la mandaron a preguntar en la ventanilla equivocada), en noticia. Mañana tal vez nos digan que la Secretaría de Agricultura se está lavando las manos en el asunto de la convergencia tecnológica en las telcomuninaciones. A este paso, a los medios se les va a pasar - sin que lo vean- uno de los acontecimientos más importantes de nuestros días: Que sólo hay una cosa más anodina que los periódicos o los noticiarios de hoy, ¡los de mañana!
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