sábado, 21 de abril de 2007

La guerra perdida contra la vacuidad

La etiqueta va pasando de boca en boca, de oído en oído, de retina en retina, hasta que queda completamente desdibujada: No dice nada, no significa nada, es un ladrillito más para cubrir el tiempo en la radio o en la televisión o para rellenar, con pequeñas manchitas negras – como moscas- un espacio en el periódico que, de haber quedado en blanco, sería hasta pornográfico.

Me encantan los “fuertes dispositivos de seguridad” casi tanto como “la tensa calma”. Ya casi no se usa lo de la “pertinaz lluvia”. En cambio, lo de los “focos rojos” se está llevando muchísimo.

El corresponsal envía su reporte para la radio desde algún remoto punto del planeta donde, se supone, están sucediendo grandes cosas, acontecimientos “históricos”. Inicia su relato diciendo que reina “una tensa calma”. Quien escucha, si está suficientemente adiestrado, infiere una de dos cosas: 1. En realidad no pasa nada, pero hay que llenar el tiempo entre los anuncios, 2. Tal vez sí esté sucediendo o esté por suceder algo importante, allá del otro lado del mundo, pero el desventurado corresponsal no tiene la menor idea de lo que sucede y habría necesitado un poquito más de tiempo – o de perspicacia- para enterarse.

Acaba siendo una lucha denodada para llenar con etiquetas vacías el tiempo o el espacio entre los anuncios de los patrocinadores. Hay que emocionarse ante lo más anodino, hay que insuflarle adjetivos a lo más plano. La capacidad de fabulación se agota y surgen tenaces las etiquetas vacías, esos eslabones mágicos que sirven para construir cadenas imaginarias. Como quien repite ritualmente, ante un plato vacío, todos los gestos del comensal goloso – levanta el tenedor, abre la boca, mastica aire con la boca cerrada (no hay que olvidar los buenos modales), se limpia minuciosamente los labios con la servilleta- y repite al final: “Estoy saciado, he comido como nunca”.

Tal parece que el periodismo fuese un trabajo hercúleo que pretende sacar agua de las piedras. Y, hay que entenderlo, los héroes también se cansan de adornar con baratas flores retóricas el vacío. Las tareas de Hércules se vuelven rutinarias y ahí están – anodinas, usables, infatigables- las etiquetas vacías, las “calmas tensas”, los “fuertes dispositivos de seguridad”, las “jornadas históricas”, “los focos rojos”. Por cierto, ¿tantos focos rojos que el periodismo enciende minuto a minuto contribuirán al calentamiento global? Una hipótesis, sólo eso.

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