La economía y el pecado original (II)
Al menos hay tres oficios que no serán necesarios en el paraíso: los de economista, médico y abogado. Y la mala economía, algo que encanta a muchos políticos, consiste en pensar que podremos recrear o recuperar el paraíso terrenal.
Uno puede creer o no que existió un paraíso terrenal en el cual los seres humanos – Adán y Eva, digamos- no estaban sometidos a las pesadas cargas del trabajo (ganarse “el pan con el sudor de la frente”), de la enfermedad, del dolor y de la muerte. Uno puede creer o no (eso es materia de la fe religiosa) que en uso de su libertad esos seres humanos desafiaron a Dios, quisieron “ser como dioses”, y en consecuencia perdieron esa condición de casi-perfectos y adquirieron una carga de falibilidad y contradicción interna, un desequilibrio abrumador entre lo que desean y lo que pueden, en fin: una “naturaleza caída”. Que consiste, para decirlo en una afortunada expresión de André Frossard, en comportarnos como si fuésemos unos perros que padecen el irrefrenable deseo de maullar como gatos.
Repito que uno puede creer en esto, en el sentido fuerte del verbo “creer”: como fe religiosa, o no, pero lo que uno no puede negar es que esta idea del “pecado original” tiene un formidable poder para explicar algo que han constatado todos los seres humanos: el dolor, la enfermedad, la corrupción, la muerte y la contradicción interna entre razón y voluntad (lo que San Pablo expresaba más o menos así: “Hago el mal que no quiero y no hago el bien que deseo”).
Con esa realidad humana falible, en la que siempre juega la libertad, tienen que habérselas, al menos, tres oficios que sólo tienen sentido en un mundo que NO es el paraíso: el médico que combate la enfermedad y el dolor; el economista que lidia con el dato básico de la escasez y el abogado que justifica su tarea porque existen conflictos entre los seres humanos.
El primer dato básico de la economía, la escasez, es desde una perspectiva judeocristiana un resultado directo del pecado original. Esto tiene varias consecuencias decisivas sobre la economía. Por lo pronto adelanto cuál es, a mi juicio, el primer gran error de la peor economía: Negar la escasez, proclamar que podemos crear o reconstruir (aquí en la tierra por supuesto) alguna suerte de paraíso.
Uno puede creer o no que existió un paraíso terrenal en el cual los seres humanos – Adán y Eva, digamos- no estaban sometidos a las pesadas cargas del trabajo (ganarse “el pan con el sudor de la frente”), de la enfermedad, del dolor y de la muerte. Uno puede creer o no (eso es materia de la fe religiosa) que en uso de su libertad esos seres humanos desafiaron a Dios, quisieron “ser como dioses”, y en consecuencia perdieron esa condición de casi-perfectos y adquirieron una carga de falibilidad y contradicción interna, un desequilibrio abrumador entre lo que desean y lo que pueden, en fin: una “naturaleza caída”. Que consiste, para decirlo en una afortunada expresión de André Frossard, en comportarnos como si fuésemos unos perros que padecen el irrefrenable deseo de maullar como gatos.
Repito que uno puede creer en esto, en el sentido fuerte del verbo “creer”: como fe religiosa, o no, pero lo que uno no puede negar es que esta idea del “pecado original” tiene un formidable poder para explicar algo que han constatado todos los seres humanos: el dolor, la enfermedad, la corrupción, la muerte y la contradicción interna entre razón y voluntad (lo que San Pablo expresaba más o menos así: “Hago el mal que no quiero y no hago el bien que deseo”).
Con esa realidad humana falible, en la que siempre juega la libertad, tienen que habérselas, al menos, tres oficios que sólo tienen sentido en un mundo que NO es el paraíso: el médico que combate la enfermedad y el dolor; el economista que lidia con el dato básico de la escasez y el abogado que justifica su tarea porque existen conflictos entre los seres humanos.
El primer dato básico de la economía, la escasez, es desde una perspectiva judeocristiana un resultado directo del pecado original. Esto tiene varias consecuencias decisivas sobre la economía. Por lo pronto adelanto cuál es, a mi juicio, el primer gran error de la peor economía: Negar la escasez, proclamar que podemos crear o reconstruir (aquí en la tierra por supuesto) alguna suerte de paraíso.
Etiquetas: André Frossard, economía, economistas, escasez, fe, paraíso terrenal, pecado original, políticos, San Pablo, Utopía
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