martes, 15 de enero de 2008

La economía y el pecado original (II)

Al menos hay tres oficios que no serán necesarios en el paraíso: los de economista, médico y abogado. Y la mala economía, algo que encanta a muchos políticos, consiste en pensar que podremos recrear o recuperar el paraíso terrenal.

Uno puede creer o no que existió un paraíso terrenal en el cual los seres humanos – Adán y Eva, digamos- no estaban sometidos a las pesadas cargas del trabajo (ganarse “el pan con el sudor de la frente”), de la enfermedad, del dolor y de la muerte. Uno puede creer o no (eso es materia de la fe religiosa) que en uso de su libertad esos seres humanos desafiaron a Dios, quisieron “ser como dioses”, y en consecuencia perdieron esa condición de casi-perfectos y adquirieron una carga de falibilidad y contradicción interna, un desequilibrio abrumador entre lo que desean y lo que pueden, en fin: una “naturaleza caída”. Que consiste, para decirlo en una afortunada expresión de André Frossard, en comportarnos como si fuésemos unos perros que padecen el irrefrenable deseo de maullar como gatos.

Repito que uno puede creer en esto, en el sentido fuerte del verbo “creer”: como fe religiosa, o no, pero lo que uno no puede negar es que esta idea del “pecado original” tiene un formidable poder para explicar algo que han constatado todos los seres humanos: el dolor, la enfermedad, la corrupción, la muerte y la contradicción interna entre razón y voluntad (lo que San Pablo expresaba más o menos así: “Hago el mal que no quiero y no hago el bien que deseo”).

Con esa realidad humana falible, en la que siempre juega la libertad, tienen que habérselas, al menos, tres oficios que sólo tienen sentido en un mundo que NO es el paraíso: el médico que combate la enfermedad y el dolor; el economista que lidia con el dato básico de la escasez y el abogado que justifica su tarea porque existen conflictos entre los seres humanos.

El primer dato básico de la economía, la escasez, es desde una perspectiva judeocristiana un resultado directo del pecado original. Esto tiene varias consecuencias decisivas sobre la economía. Por lo pronto adelanto cuál es, a mi juicio, el primer gran error de la peor economía: Negar la escasez, proclamar que podemos crear o reconstruir (aquí en la tierra por supuesto) alguna suerte de paraíso.

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martes, 6 de marzo de 2007

¿Qué es lo que nos hace vivir?

En una situación límite, como fue la de los campos de concentración en la Unión Soviética, hubo quienes murieron física y moralmente degradados y hubo quienes no sólo sobrevivieron, sino que descubrieron – en medio del sufrimiento indecible – lo mejor de la vida.

A fines del año pasado encontré en una de esas librerías gigantescas que florecen en Estados Unidos – sin necesidad de inopinadas leyes que impongan precios únicos- un libro extraordinariamente bien escrito por Anne Applebaum acerca de una de las grandes vergüenzas de la humanidad en el siglo XX: El Gulag, el sistema carcelario de la Unión Soviética que, de una u otra forma, torturó a millones de personas y mató a cientos de miles más.

Applebaum investigó exhaustivamente y escribió un extenso libro, más de 580 páginas sin contar los apéndices, en el que cada capítulo examina con detalle un aspecto en particular de los que conformaron esa terrible experiencia: la detención, los carceleros, las mujeres y los niños, el transporte a los campos, la demografía, el trabajo, las metas de producción, el gran terror, la agonía y muerte de prisioneros desechos, las estrategias de supervivencia…

Justo al describir las estrategias de supervivencia, Applebaum se detiene, al final del capítulo, en lo que llama “virtudes ordinarias” que en los campos de reclusión y trabajos forzados fueron virtudes grandiosas y extraordinarias: la amistad, el respeto a los otros, el auto respeto, la plegaria, el arte, la contemplación, la disciplina auto impuesta para no perder la razón y la vida, el servicio a los demás…

La víspera de la Navidad de 1940, el prisionero polaco Kazimierz Zarod asiste con otros a una misa celebrada en secreto: “Sin el beneficio de una Biblia o de un libro de oraciones, el sacerdote empezó a recitar las palabras de la Misa, el latín conocido, hablado en murmullos casi inaudibles a los que contestábamos también suavemente, como en suspiros…’Kyrie eleison, Christe eleison - Señor, ten piedad de nosotros. Cristo ten piedad de nosotros. Gloria in excelsis Deo…’

“Las palabras nos limpiaban y la atmósfera de la barraca, usualmente brutal y tosca, cambiaba imperceptiblemente, los rostros se volvían hacia el sacerdote y se suavizaban y relajaban al escuchar el murmullo apenas discernible.

“‘Todo despejado’, decía la voz de un hombre que vigilaba sentado frente a la ventana”.

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viernes, 23 de febrero de 2007

Moral, economía y libertad

Intersección de la economía y de la moral: la libertad de elegir ante la escasez.

El dato fundacional de la economía es la escasez. En un universo en el que los recursos – empezando por la vida – fuesen ilimitados la economía no tendría razón de ser. Y en dicho universo hipotético, de abundancia absoluta, la libertad humana no sería tal como la conocemos. Se puede especular que ante la presencia de la abundancia absoluta – es decir, del Ser por sí mismo subsistente, como los teólogos y múltiples filósofos definen a Dios- la voluntad humana se doblegaría y elegiría por necesidad (valga la paradoja) dicho bien, sin considerar siquiera alguna alternativa.

Pero ya sea que creamos que un día estaremos cara a cara frente a Dios o que no lo creamos, el hecho es que vivimos ahora en un mundo precario, que se acabará (con o sin “calentamiento global”), que somos contingentes y que constantemente nos vemos precisados a elegir entre bienes igualmente precarios (que no son eternos). Ese es el terreno de la libertad y ese es el terreno de la moral. Sin libertad, sin capacidad de elegir, no hay moral. Nadie puede imputarle inmoralidad a un tigre por matar a su presa y seguir por instinto la programación inmemorial que le hace ser tigre. El tigre no elije, cumple el programa de todos los tigres que han sido y que serán.

Por contraste, ¡nada menos!, el ser humano siempre elije. Aun privado de su libertad física es capaz de elegir la actitud que asumirá ante esa privación: rebelarse, aceptarla, humillarse, mantener su señorío, su dominio de sí. Los campos de concentración nazis y soviéticos en el siglo pasado nos legaron una colección de biografías que abarca el abanico de opciones de la libertad ante un cautiverio brutal.

Por su parte la economía pretende encontrar la mejor asignación para recursos escasos entre destinos alternativos en competencia y ha encontrado, la ciencia económica, que la persona libre es quien mejor elije – en términos de costo contra beneficio- la asignación de sus propios recursos. Y hace la mejor elección aun cuando se equivoque porque quien ha de padecer las consecuencias de esa mala elección es justamente aquél que la hizo. Eso significa ser responsable. Hacerse cargo de lo que se decide libremente, de sus consecuencias: buenas o malas en términos económicos y también – buenas o malas consecuencias- en términos morales.

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martes, 20 de febrero de 2007

¡Libertad para Kareem!

Mañana, jueves 22, se reanudará en Egipto el juicio en contra del joven Kareem Amer, acusado del delito de ser “un no creyente desagradable” que criticó al Islam en su bitácora en la red.

Abdel Kareem Nabil Soliman (conocido también como Kareem Amer) publicó en su bitácora en la red (o “weblog”) el 23 de octubre de 2005 un indignado testimonio titulado: “La verdad desnuda acerca del Islam tal como pude verla en Maharram Beh”. El joven, estudiante de la prestigiosa universidad islámica Al-Azhar, describía vívidamente el ataque despiadado de musulmanes a cristianos coptos un par de día antes, el “viernes negro”, en Maharram Beh, Alejandría, y escribió que no se trataba de un salvajismo criminal aislado, sino de una conducta coherente con las enseñanzas de Mahoma, catorce siglos antes, respecto del odio que merecen los “infieles”.

Tres días después fue detenido acusado de blasfemia, fue expulsado de la universidad y hoy es repudiado por su padre, un maestro de matemáticas retirado, quien propone aplicar a su hijo la “Sharia”, o ley islámica: Tres días de plazo para arrepentirse públicamente o ser ejecutado.

Hoy en Estocolmo debió haberse realizado una manifestación de protesta frente a la embajada de Egipto en Suecia. Organizaciones como “reporteros sin fronteras” han denunciado este ataque flagrante contra la libertad de expresión (y de creencia) y se han elevado diversas protestas contra el gobierno de Hosni Mubarak, presidente de Egipto desde octubre de 1981.

Suele pensarse que Egipto es un país relativamente libre para los estándares del Medio Oriente. No es así, Egipto ocupa el bochornoso lugar 127 en el Índice Mundial de Libertad Económica y registra deplorables índices de libertad financiera, libertad de trabajo y respeto a los derechos de propiedad así como una elevada corrupción.

Es inconcebible que en el siglo XXI, en un país que pertenece a las Naciones Unidas y en el que algunos creen ver un factor de moderación y estabilidad en el mundo árabe, como Egipto, un joven sea encarcelado por horrorizarse ante el salvajismo y criminalidad que se ejerce, en nombre de la fe, contra los “infieles”.

Pero la ONU ignora el asunto y se preocupa, lo que no está mal, por una víctima de la gripe aviar en Egipto. ¿Cuándo las grandes burocracias supranacionales se preocuparán por la libertad de personas de carne y hueso?

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