jueves, 17 de abril de 2008

El debate que todos eluden

Con una visión de veras de largo plazo, la reforma integral que deberíamos estar buscando – adicional a los cambios que se requieren para darle más rentabilidad a la renta petrolera- es cómo salirnos de la trampa del petróleo.

Con los precios actuales del petróleo no es extraño que los potenciales ingresos públicos que podrían obtenerse de lograrse una tasa de reposición de reservas cercana o superior al 100 por ciento, le den vértigo a los políticos: Son tantas más cuantas escuelas, hospitales, caminos, autopistas, puertos, aeropuertos, puentes, presas, termoeléctricas, viviendas o son tantas más cuantas campañas electorales por todo lo alto, tantas más cuantas prerrogativas para los partidos políticos, tantas más cuantas plazas en los tres niveles de gobierno, en los tres poderes, en los órganos autónomos, tantas más cuantas pensiones jugosas…

Muy pocos de los políticos – tal vez sólo los más preparados y los más previsores- calculan que con los precios actuales (y de lograrse una tasa de reposición de reservas cercana o superior al 100 por ciento) podría reducirse aún más la deuda pública o liquidar de una vez los inmensos pasivos laborales que lastran a entidades como el IMSS, la Compañía de Luz y Fuerza, la CFE o el propio Pemex.

Aún menos políticos considerarán la opción más sensata – desde el punto de vista económico, pero desagradable desde la perspectiva de los políticos- que es destinar la mayoría de los ingresos petroleros (mientras los haya y los que haya) a un súper fondo de inversión para cuando se acabe la fiesta del petróleo, sea por algún salto tecnológico en materia energética que deje al margen del camino a los hidrocarburos, sea porque se nos acabe el petróleo susceptible de explotarse comercialmente, sea porque los precios bajen sustancialmente respecto de sus niveles actuales. La idea del súper fondo equivale a vivir el día a día sin gastarse la alcancía petrolera. Esas ocurrencias, por supuesto, sólo las tienen los noruegos; no los mexicanos.

Las discusiones de hoy sólo tienen sentido en el escenario – posible pero no sabemos qué tan probable- de que los precios altos duren cuando menos otra década, ¿y si no?

Si no, a guardar el becerro de chapopote y (con suerte) a disfrutar de gobiernos chiquitos, menos gastadores, menos entrometidos, con muchos menos caramelos para repartir y más eficaces.

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