martes, 15 de abril de 2008

El debate sobre la bolsa de dulces

Sería magnífico que el debate acerca de una reforma de Pemex se ampliara en términos conceptuales, pero ningún político mexicano parece querer eso. Quienes tienen más que perder con un debate amplio, sin áreas vedadas, son los retro-progresistas que ya han proclamado – sin más argumento que el fervor mítico- que la Constitución no puede ser tocada.

Por increíble que parezca hay un extendido y firme consenso entre todos los partidos y políticos de México acerca del petróleo: Todos quieren que los ingresos petroleros (la llevada y traída “renta petrolera”) sigan siendo recursos fiscales, esto es: riqueza que los políticos tengan para repartir.

Los políticos suelen guardar su más encendida y fervorosa oratoria (la de las fibras sensibles y los mitos nacionalistas) justamente para pelear los intereses más prosaicos y pedestres. Así ha sido en el caso del petróleo en México. No estamos hablando, como escribió una cursi colega, de la “quintaesencia” de la patria, sino de dinero y de cómo vamos a apropiárnoslo y cómo vamos a repartirlo.

Una de las expresiones básicas de ese consenso político (“pase lo que pase, nosotros, la clase política, seguiremos disponiendo y repartiendo la renta petrolera”) se traduce en la primera restricción gigantesca: “En este asunto, la constitución no se puede tocar”. Aunque el veto se expresa con fervor de dogma –es decir: no se argumenta- expresa en realidad el temor racional de los políticos a que un cambio más profundo (esto es: constitucional) pudiese en el futuro des-petrolizar las finanzas gubernamentales (federales, estatales y hasta municipales) e hiciese realidad la peor de sus pesadillas: reducir de veras el gasto gubernamental y la injerencia de los gobiernos en la vida económica y, con ello, el poder de los políticos. Perder la bolsa de los dulces. Como suele decir un senador del PRI: “La política es dos cosas: tener la información y tener la bolsa de los dulces para repartir”.

Los más reaccionarios no se han dado cuenta de que hay que cambiar algo, aunque sea lo mínimo, para que la bolsa de dulces no se agote; los promotores de la reforma acotada sólo son un poco más creativos: buscan que la bolsa siga llenándose.

Ojalá el debate fuera tan amplio cómo para des-petrolizar a las finanzas públicas y a los políticos. Pero eso no sucederá.

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