domingo, 14 de septiembre de 2008

El mito genial de la competitividad (22 de agosto)

¿"Competitividad" es una etiqueta confortable para ocultar la incompetencia?, ¿por qué la palabra "competitividad" es políticamente correcta y la palabra "productividad" es políticamente incómoda y hasta incorrecta?, ¿se trata de que "México Pyme S.A. de C.V." gane en el futuro una medallita de bronce en algún listado de países, a golpe de subsidios, apoyos, estímulos, cabildeos legislativos, discursos y argucias proteccionistas?



Tengo entendido que la medalla de oro que ganó un mexicano en China compitiendo es un logro individual. No es fácil, ante esa "odiosa muestra de individualismo" (talento, capacidad y esfuerzo personales), que el gobierno, los políticos o alguna entidad abstracta y colectiva – por ejemplo, una hipotética ONG promotora de la competitividad deportiva de México- se cuelguen la medallita y la presuman.

Nadie, que yo sepa, puede decir: "Fulano ganó el oro para México porque nosotros, en la legislatura número tantos, aprobamos visionariamente tantos miles de millones de pesos de estímulos al deporte en el presupuesto de egresos".

Tampoco nadie, que yo sepa, puede decir: "Este es el resultado del trabajo que ha llevado a cabo la banca de fomento (Bancode, Banco Nacional de la Competitividad Deportiva, cuyo lema es 'hemos abaratado el oro para que no sufras más') gracias a los créditos preferenciales otorgados para estimular la competitividad de los pequeños y medianos atletas nacionales".

Ni siquiera algún político, que yo sepa, puede asegurar que la medalla es el fruto de la defensa férrea de la soberanía nacional frente a las acechanzas de "extraños enemigos" que osaban "profanar con sus plantas" los suelos – y los subsuelos- de la patria.

Hay miles de mexicanos triunfando individualmente en México y en el mundo. Brillantes ingenieros, médicos, economistas, matemáticos, biólogos, físicos. Me atrevo a decir que ninguna de esas historias de éxito se forjó eludiendo los rigores de la competencia pareja, con reglas iguales para todos los competidores y con un terreno de juego más o menos igual para todos.

Esto quiere decir algo terrible: que el discurso político convencional de la competitividad es un fracaso.

¿Por qué? Porque le teme, como a la peste, a la productividad, a la competencia pareja y al individualismo liberal y capitalista (¡qué horror!, no deberían permitir esas malas palabras en un periódico; aunque en El Economista, no sólo las permiten sino que su director general, yo, las escribe).

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