lunes, 6 de octubre de 2008

¿Pirómanos al rescate?

Entre otros, tres gigantescos problemas que tendrá el rescate de los activos financieros tóxicos: 1. ¿Cómo fijar un precio para los activos que no sea tan bajo que inutilice el rescate y que no sea tan alto que defraude a los enojados contribuyentes?, 2. ¿Con qué activos empezar y qué instituciones deben ser las primeras en la lista?, 3. ¿Cómo explicar al público que sólo los mismos que causaron el desastre están capacitados para administrar con probidad ese gran fondo público de activos tóxicos?

Por el bienestar del mundo más nos vale que el rescate aprobado por el Congreso estadounidense funcione con alguna eficiencia y eficacia.

Sin embargo, no hay grandes motivos para estar optimistas. En un mes, a lo sumo, deberán iniciarse las subastas en reversa – "gana" quien ofrezca el precio más bajo en ofertas sucesivas- de los activos financieros tóxicos y, sean cuales sean los activos y las instituciones elegidas para encabezar la lista, el equipo conformado por Henry Paulson será severamente criticado.

No es para menos: Se intenta "recrear" un mercado de invernadero – sufragado con cuantiosos recursos públicos- en el que unos cuantos iluminados de Wall Street decidirán cuáles son los "precios correctos" que los contribuyentes deberán pagar por unos activos financieros que nunca solicitaron y por los cuales no existe hoy ninguna rebatiña entre ansiosos compradores (en cambio, son legión los que quieren deshacerse de ellos).

Recuerde este nombre: Ed Forst. Así se llama un egresado de Goldman Sachs – el mismo banco de inversión de donde viene Paulson-, que sólo por unos días fue profesor en Harvard antes de ser contratado por Paulson para encabezar el equipo de administradores del gigantesco fondo de inversiones tóxicas. Como Forst, la casi totalidad de los administradores que tomarán las decisiones sobre qué activos comprar, a qué precios, en qué condiciones y en qué volúmenes, serán banqueros de inversión y/o administradores de fondos pletóricos del mismo tipo de activos que han intoxicado al sistema financiero. ¿Por qué? Porque sólo ellos saben, al parecer, desenredar lo que enredaron.

Salta a la vista que reclutar a los pirómanos – o a sus amigos – para apagar el incendio no es precisamente algo que despierte aplausos o suspiros de alivio entre los contribuyentes y entre los atribulados del mundo (todos), que estamos – la mayoría sin deberla ni temerla – afectados por este caos.

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