lunes, 9 de marzo de 2009

El precio de los “activos tóxicos”

Una muestra clara de la zozobra en el área de urgencias de la economía estadounidense es el empeño de los médicos (encabezados por Tim Geithner, secretario del Tesoro) en considerar que los llamados “activos tóxicos” deben valer más de lo que dicen los mercados.

Incluso Paul Krugman, a quien nadie puede acusar de falta de entusiasmo y simpatía por Barack Obama y su nuevo-nuevo-nuevo trato (the newest new deal, podríamos llamarlo), ha enderezado una cáustica crítica a los sucesivos planes tentativos que ha lanzado el Tesoro de Estados Unidos para rescatar bancos en problemas y que, una y otra vez, son mal recibidos por los mercados y tienen que regresar a la mesa de diseño.

La de Krugman en este caso es una crítica que da en el blanco: El Tesoro insiste en que los “activos tóxicos” deben valer más de lo que hasta ahora han dejado saber los escasos compradores potenciales que pudiera haber para los mismos. ¿Por qué? Pues, porque si así fuera estaríamos ante una solución casi mágica e inmediata a la insolvencia de muchas instituciones financieras. Si los activos tóxicos – préstamos malparidos- valen más, todo quedaría en un mal sueño, la “insolvencia” sólo habría sido un error de percepción.

Para sostener su punto de vista – que en el fondo es un deseo ardiente más que una hipótesis razonada - Geithner se ha inventado una curiosa distinción entre el “valor económico inherente” y el “valor depreciado de manera artificial” de dichos activos. Obvio: Geithner “sabe” cuál es ése valor inherente que los mercados, tontos o miedosos, no reconocen.

Lo único divertido de todo esto es leer en palabras de Krugman una crítica que parece un eco de la condena que hiciera F. A, Hayek de “la fatal arrogancia” socialista fijando precios a despecho de la oferta y la demanda.

Pero cuando hasta los economistas en la izquierda del espectro, como Krugman, lamentan que el gobierno de Obama quiera establecer “precios de gabinete” contra “precios de mercado” hay razones para asustarse.

Esta insistencia por corregir al mercado sólo profundizará la crisis y la extenderá como una mancha imparable por todo el mundo.

En medio de esta lucha sorda entre la dura realidad y los ardientes deseos es imposible, por ejemplo, saber siquiera cuál es el valor auténtico de Citigroup, con o sin “joya de la corona” (la etiqueta adocenada para denominar a Banamex) en sus alforjas.

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