lunes, 16 de mayo de 2005

El supersticioso reino de las intenciones

Ricardo Medina Macías
Las intenciones, por definición, son inescrutables. Sin embargo, suelen esgrimirse a diario, como vara de medir, en la arena polìtica. Los resultados de ese escrutinio de lo inescrutable suelen ser nefastos.
Si usted cree que la mejor forma de discernir en la vida pública entre “buenos” y “malos” es atender a las intenciones, lo más probable es que usted elija – en la política o en los negocios- al mentiroso más hábil o al beato más incompetente.
Recuerdo la formidable crítica que Gabriel Zaid le hiciera, hace ya muchos años, a Carlos Fuentes, cuando el segundo pedía que la opinión pública y los ciudadanos en general apoyasen a Luis Echeverría Álvarez contra viento y marea, porque – decía Fuentes- a él le constaba que LEA era una persona “honesta y patriota”.
Vale la pena citar textual la respuesta de Zaid a este disparate del amigo de Echeverría: “Que a ti te conste que Echeverría es sincero y que a mí no me conste, pertenece al orden privado y carece de interés público. A un funcionario se le juzga por sus actos públicos. Incluyendo sus actos de omisión”.
Recordemos: Al “sincero” Echeverría le preguntó públicamente un periodista (Jacobo Zabludovsky) respecto de los crímenes del 10 de junio de 1971: “¿Serán castigados los culpables, señor Presidente?” y el “sincero” Echeverría respondió: “Categóricamente, sí”.
A la distancia, ya sabemos lo que valían las “intenciones” del “sincero” Echeverría.
Y es que juzgar “por sus intenciones” a una persona no es juzgar, sino hacer una apuesta irracional: Las intenciones son incognoscibles y, como tales, carecen de validez en la vida pública. Si el mejor intencionado político lleva a su país al desastre no debemos juzgarlo por sus “buenas intenciones” (que, repito, son incognoscibles y serían en todo caso materia de fe) sino por sus hechos y omisiones, por los resultados de sus actos.
Lea usted los discursos de varios políticos y los comentarios que, sobre ellos, hacen algunos sesudos “analistas”. Seguramente encontrará muchos ejemplos de esta falacia de las buenas o las malas intenciones.
El fraude de las intenciones también funciona al revés: El demagogo acusa a sus adversarios políticos, no por sus hechos, sino por sus presuntas – e incognoscibles, repito por tercera vez- malas intenciones: “Es que no quieren que les gane en las urnas; es que me quieren perjudicar; es que todo es una conjura”.
Presumir que se conocen las intenciones del prójimo en la vida pública es superstición. No me importa – porque no soy su confesor o su director espiritual- si el empresario Fulano que engañó a sus accionistas minoritarios no tenía intención de hacerlo, me importa el hecho de que los engañó.
No me importa si el político Zutano no abrigó ninguna mala intención al recibir un regalo prohibido por la ley, el hecho relevante es que violó la ley y es responsable de sus actos. Que ante Dios o ante su conciencia esgrima sus presuntas buenas intenciones. En la arena política, no.

Correo: ideasalvuelo@gmail.com

0 Comentarios:

Publicar un comentario

Suscribirse a Comentarios de la entrada [Atom]

<< Página Principal