jueves, 14 de julio de 2005

“Ley cañera”: Monumento a la improductividad

Ricardo Medina Macías
Imagine una ley que le garantice a un duopolio gremial (subordinado a un partido político) mano de obra cautiva, rentas crecientes para el duopolio sin importar las condiciones del mercado, los precios más altos del mundo para los consumidores – igualmente cautivos- y prohíba cualquier mejora en la productividad o la búsqueda de alternativas de mayor valor agregado para el consumidor. Ya está. Esa ley se aprobó el pasado 21 de junio.
Los consumidores mexicanos pagamos el azúcar más cara del mundo. La flamante Ley de Desarrollo Sustentable de la Caña de Azúcar aprobada por el Congreso el pasado 21 de junio pretende garantizar que lo sigamos haciendo. La ley parece diseñada – cuidadosa o demencialmente, según se vea- para incrementar aceleradamente la improductividad de esa industria – que ya es hoy notoriamente improductiva y está fuera de los estándares de competencia en los mercados internacionales – y evitar que los cultivadores de caña puedan adaptarse a las condiciones que impone la competencia global, buscando mejores alternativas de vida y de trabajo.
Parece, la ley citada, un absurdo esfuerzo para postergar lo inevitable a un costo brutal para el país: para los consumidores, para los trabajadores y para el erario. Postergar lo inevitable es cerrar los ojos a la realidad del mercado mundial y a las exigencias de productividad que impone una economía global. Pierden los consumidores, pierden los trabajadores y pierden los contribuyentes – debido a un mayor gasto público – en un esfuerzo desquiciado por prolongar, tal vez por dos o tres años, un paraíso de rentas extraordinarias para los líderes gremiales a través de las múltiples cuotas exigidas a los cañeros (y que pagaríamos los consumidores vía mayores precios y los contribuyentes, a través de un mayor gasto público).
Alguien que sabe bien lo que esto significa es Fidel Castro. Sí, el mismo dictador que casi durante 40 años se empeñó contra toda lógica y sentido común en el fetichismo de la producción de azúcar, como monocultivo que sustentaría su desquiciado “modelo económico” para Cuba. El pasado 19 de marzo, Castro sentenció en un gesto de realismo: “Cuba jamás volverá a vivir de la industria azucarera”, por si quedaran dudas añadió: Ese cultivo “pertenece a la época de la esclavitud y de un pueblo lleno de semianalfabetos”.
También sabe de qué estamos hablando Fan Junfang, un cultivador de caña en la región autónoma china Zhuang de Guangxi, quien desde 2001 ha obtenido utilidades crecientes aplicando conocimientos y tecnología que le ayudaron a incrementar la productividad por hectárea cultivada. El gobierno chino, sabedor de que China debería competir en el mercado mundial del azúcar con su incorporación a la OMC, generó incentivos para que los campesinos aumentaran la productividad – que, ¡por favor!, no es lo mismo que incrementar la producción – y se adaptaran rápidamente a las condiciones de una libre competencia global.
En México, la flamante ley cañera – que por fortuna podría ser vetada por el Presidente – apunta totalmente en la dirección contraria. Tal parece que los líderes gremiales que la promovieron están intentando una hazaña que se antoja milagrosa: “Detener la rueda de la historia” (digo, para citar a un viejo clásico hoy olvidado que se llamaba Karl Marx).

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