lunes, 18 de julio de 2005

Fundamentalismo: “No hay civiles”

El hecho de que al menos tres de los terroristas responsables de la masacre del pasado 7 de julio en Londres sean musulmanes que nacieron y crecieron en la Gran Bretaña despierta, con razón, las mayores preocupaciones.
Por lo pronto, ha quedado como una soberana tontería el mito del choque de civilizaciones para explicar el terrorismo. No se trata de dos civilizaciones enfrentadas, se trata de la civilización contra la barbarie.
El doctor Hani Al-Siba’i, director del Centro de Estudios Históricos Al-Maqreze de Londres lo dijo con toda claridad al día siguiente de los atentados en una entrevista para la televisora Al-Jazeera: “El término civiles no existe en la ley religiosa islámica (…) no existe tal término como civiles en el sentido occidental moderno. La gente es o Dar Al-Harb o no lo es”. Ser “Dar Al-Harb” es ser infiel, formar parte del territorio abierto a la conquista musulmana. (Ver la versión de la entrevista en www.memri.org)
El concepto de “civiles” proviene de civilización. Para el fundamentalismo islámico no hay tal cosa como la “ciudad”, un espacio de respeto o tolerancia en el que las personas puedan convivir sin importar sus creencias religiosas, bajo leyes precisamente civiles, no religiosas. El Islam, para el fundamentalista, lo explica todo y divide tajantemente a la humanidad entre musulmanes e infieles. La vida de estos últimos no merece ser respetada por sí misma, sino en función de razones tácticas o coyunturales.
De hecho, la Gran Bretaña se consideró en algún momento – y así lo expresaron algunos fundamentalistas islámicos – como una especie de “santuario” protegido de ataques terroristas porque en su territorio habían sido acogidos decenas de miles de musulmanes. Según explica un revelador análisis de Daniel Pipes en el semanario de “Libertad Digital” (ver en http://exteriores.libertaddigital.com/articulo.php/1276230441) para algunos “imanes” dejó de existir ese acuerdo implícito de seguridad a raíz de la legislación antiterrorista que se estableció en la Gran Bretaña tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 (ojo, pacifistas bobalicones: Eso fue antes de la invasión a Irak).
Lo cierto es que, como señala en su última edición la revista británica The Economist: “En una era de ideologías globalizadas, comunicaciones globalizadas y fronteras porosas no hay una distinción real entre amenazas internas y amenazas externas”. Si inmediatamente después del 11 de septiembre la base operaciones de Al-Qaeda se ubicaba en Afganistán, hoy esa base de operaciones se llama Internet y está en todas partes. En efecto, por la red circulan – a la caza de reclutas susceptibles- lo mismo llamados a exterminar a los infieles que instructivos para fabricar bombas caseras, efectivas para matar a decenas de personas en un ataque suicida; ahí, precisamente, en la ciudad donde conviven los “civiles”.
Y otra pregunta inquietante – de muy difícil respuesta – es la que se hace hoy día la misma publicación británica: ¿Cómo se convierte en terrorista un joven musulmán que nació en la Gran Bretaña y que aparentemente no tenía más intereses que cometer pequeñas fechorías y seguir puntualmente los resultados de los encuentros de futbol o de cricket?

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