Un Papa diferente, la misma verdad, la misma indiferencia
Está visto, el Papa Benedicto XVI no tiene el mismo “peso noticioso” que su antecesor. Esto, desde luego, no es culpa del Papa, sino de unos medios de comunicación incapaces de superar la miopía de “lo vistoso”.
Para los medios de comunicación parece que no es noticia que más de un millón de jóvenes dediquen varios días a escuchar a uno de los pensadores más sólidos de nuestro tiempo, un intelectual de veras que – además – les predica algo tan fuera de moda como la búsqueda de la felicidad a través de la defensa a ultranza de la verdad y que los exhorta a encontrar ambas cosas – la verdad y la felicidad que de ello se deriva- en la persona de Cristo.
Si eso no es noticia, estamos fritos.
Cuando la última visita de Juan Pablo II a México me tocó presenciar los entusiastas y costosos preparativos que se hicieron en una de las televisoras mexicanas con ese motivo. Había algo sumamente chocante en la avidez de la televisora por “conectar con las emociones de los mexicanos” y por usar la presencia y la figura del anciano y enfermo pontífice de la misma manera que usan a la selección nacional de futbol o a los chismes de cama – antes se decía: “chismes de alcoba”, pero las alcobas han pasado de moda- de algún personajillo de la farándula. De mi parte, le hubiese rogado a Juan Pablo II que no viniese a México, que no valía la pena mermar más su precaria salud para hacerle el caldo gordo a tantos vivillos dentro y fuera de los círculos eclesiásticos. Prácticamente nadie, de entre los entusiasmados promotores de la visita del Papa en esa televisora – que hoy se codeaban reverentes con cardenales y obispos, del mismo modo que ayer coqueteaban con la posibilidad de una entrevista exclusiva con Maradona o con Luis Miguel- podría repetir dos o tres conceptos del vasto mensaje doctrinal y pastoral que dejó Juan Pablo II, pero codiciaban – eso sí- un lugar de privilegio cerca del Pontífice.
Juan Pablo II era noticia. Al principio de su pontificado utilizó magistralmente el escaparate de los medios de comunicación para que el mensaje de la Iglesia Católica estuviera presente – aunque fuese envuelto en la frágil emotividad de los actos multitudinarios – en este mundo desquiciado.
Hoy, Benedicto XVI parece que no les gusta a los medios de comunicación. Demasiado austero y demasiado intelectual no parece despertar los efímeros entusiasmos que concitaba su predecesor. Sin embargo, el mensaje es esencialmente el mismo – si algún teólogo, junto con Henri de Lubac, inspiró a Juan Pablo II fue precisamente Joseph Ratzinger – y parece un bofetón certero a toda la frivolidad y corrupción en la que chapotean – con tanto entusiasmo – algunos medios de comunicación.
El mensaje es sencillo: Busquen la verdad, denle una oportunidad a Jesús de mostrarles la verdad, vivan conforme a la verdad y serán felices. Pero el mensaje no es noticia. No vende. No aumenta los índices de audiencia. No halaga la vanidad de clientes y patrocinadores.
Para los medios de comunicación parece que no es noticia que más de un millón de jóvenes dediquen varios días a escuchar a uno de los pensadores más sólidos de nuestro tiempo, un intelectual de veras que – además – les predica algo tan fuera de moda como la búsqueda de la felicidad a través de la defensa a ultranza de la verdad y que los exhorta a encontrar ambas cosas – la verdad y la felicidad que de ello se deriva- en la persona de Cristo.
Si eso no es noticia, estamos fritos.
Cuando la última visita de Juan Pablo II a México me tocó presenciar los entusiastas y costosos preparativos que se hicieron en una de las televisoras mexicanas con ese motivo. Había algo sumamente chocante en la avidez de la televisora por “conectar con las emociones de los mexicanos” y por usar la presencia y la figura del anciano y enfermo pontífice de la misma manera que usan a la selección nacional de futbol o a los chismes de cama – antes se decía: “chismes de alcoba”, pero las alcobas han pasado de moda- de algún personajillo de la farándula. De mi parte, le hubiese rogado a Juan Pablo II que no viniese a México, que no valía la pena mermar más su precaria salud para hacerle el caldo gordo a tantos vivillos dentro y fuera de los círculos eclesiásticos. Prácticamente nadie, de entre los entusiasmados promotores de la visita del Papa en esa televisora – que hoy se codeaban reverentes con cardenales y obispos, del mismo modo que ayer coqueteaban con la posibilidad de una entrevista exclusiva con Maradona o con Luis Miguel- podría repetir dos o tres conceptos del vasto mensaje doctrinal y pastoral que dejó Juan Pablo II, pero codiciaban – eso sí- un lugar de privilegio cerca del Pontífice.
Juan Pablo II era noticia. Al principio de su pontificado utilizó magistralmente el escaparate de los medios de comunicación para que el mensaje de la Iglesia Católica estuviera presente – aunque fuese envuelto en la frágil emotividad de los actos multitudinarios – en este mundo desquiciado.
Hoy, Benedicto XVI parece que no les gusta a los medios de comunicación. Demasiado austero y demasiado intelectual no parece despertar los efímeros entusiasmos que concitaba su predecesor. Sin embargo, el mensaje es esencialmente el mismo – si algún teólogo, junto con Henri de Lubac, inspiró a Juan Pablo II fue precisamente Joseph Ratzinger – y parece un bofetón certero a toda la frivolidad y corrupción en la que chapotean – con tanto entusiasmo – algunos medios de comunicación.
El mensaje es sencillo: Busquen la verdad, denle una oportunidad a Jesús de mostrarles la verdad, vivan conforme a la verdad y serán felices. Pero el mensaje no es noticia. No vende. No aumenta los índices de audiencia. No halaga la vanidad de clientes y patrocinadores.
2 Comentarios:
Por primera vez participo en un blog, por lo tanto no sé si sea un blogger pero desde luego no soy anónimo, así que pondré other.
Ricardo, desde que lo conozco, es decir desde que lo leo y ya es un rato, disfruto su estilo y agudeza.
Hoy lo corroboro porque este artículo es estupendo. Felicidades.
Total que qué... bárbaro. Quedamos en que no era anónimo. Reciba mis felicitaciones renovadas.
Cordialmente,
James H. Stout
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