“Los muertos matan a los vivos”
Nuestro discurso político está lleno de anacronismos; confunde sentido de la historia con lo menos histórico que puede haber: Las convicciones erradas del fatalismo y del anacronismo.
Hablando de la España de hoy – y de la desesperante desconexión entre el discurso de algunos destacados políticos españoles y la realidad cotidiana de un país pujante- Fernando García de Cortázar regaló una espléndida reflexión a los lectores del diario ABC del martes pasado, 6 de septiembre.
Lo que estremece, con el Atlántico de por medio, al leer esa reflexión desde México es que parece a todas luces una descripción puntual de la precariedad de nuestro propio entorno político. García de Cortázar, por ejemplo, trae a colación la profética advertencia que formulaba Ortega y Gasset hace décadas: “¿No es cruel sarcasmo que luego de tres siglos de descarriado vagar, se nos proponga seguir en la tradición nacional? ¡La tradición! La realidad tradicional en España ha consistido en el aniquilamiento progresivo de la posibilidad de España”. Cambiemos el vocablo “España” por el vocablo “México” en la cita anterior y nos encontraremos con la crítica más puntual y aguda que pueda hacerse al discurso político vigente en México.
Hoy, cuando los fantasmas del patrioterismo recorren el país, montados en la propaganda cursilona tanto de los políticos como de la televisión (y sus convocatorias a festejar lo ricos que algunos se han hecho merced a la cancelación de un país moderno y competitivo), todo esa parafernalia del mes de septiembre y los míticos héroes – ajenos, por cierto, a los personajes de carne y hueso- se nos muestra como lo que en realidad es: Una tremenda fuga hacia atrás, hacia una tradición de pastiche en la que el país es un eterno adolescente embelesado en la contemplación de su ombligo. Un personaje que grita a los cuatro vientos su voluntad de ser adulto al tiempo que multiplica todas las trampas que le eviten confrontarse con la realidad.
Cita también Garcia de Cortázar lo que dice un sirviente en la tragedia de Esquilo, las Coéforas: “Sábelo, los muertos matan a los vivos”. Esos muertos de utilería, esas estatuas de bronce, esos fantasmas que pululan en los discursos, descarnados y convertidos en etiqueta – los héroes – se vuelven instrumentos promotores del fatalismo y del anacronismo.
Y hasta las mentes con mayor lucidez – o fama de tenerla – sucumben el embrujo de esta falsificación histórica. Así, suena políticamente correcto exhortar a “la izquierda” a reconciliarse con el liberalismo del siglo XIX (Enrique Krauze). Es una súplica de piedad que hace el rehén a su verdugo: “Mira con misericordia, izquierda omnisciente y suprema autoridad moral, al liberalismo”. Ahora resulta que la encarnación histórica de la fatalidad y el anacronismo – que eso es la izquierda - debería absolver al liberalismo del odioso pecado de la modernidad. Absurdo.
Si ser liberal es ser de derechas, soy de derechas a mucha honra. No requiero que los herederos de Stalin me extiendan ninguna carta de buena conducta.
Hablando de la España de hoy – y de la desesperante desconexión entre el discurso de algunos destacados políticos españoles y la realidad cotidiana de un país pujante- Fernando García de Cortázar regaló una espléndida reflexión a los lectores del diario ABC del martes pasado, 6 de septiembre.
Lo que estremece, con el Atlántico de por medio, al leer esa reflexión desde México es que parece a todas luces una descripción puntual de la precariedad de nuestro propio entorno político. García de Cortázar, por ejemplo, trae a colación la profética advertencia que formulaba Ortega y Gasset hace décadas: “¿No es cruel sarcasmo que luego de tres siglos de descarriado vagar, se nos proponga seguir en la tradición nacional? ¡La tradición! La realidad tradicional en España ha consistido en el aniquilamiento progresivo de la posibilidad de España”. Cambiemos el vocablo “España” por el vocablo “México” en la cita anterior y nos encontraremos con la crítica más puntual y aguda que pueda hacerse al discurso político vigente en México.
Hoy, cuando los fantasmas del patrioterismo recorren el país, montados en la propaganda cursilona tanto de los políticos como de la televisión (y sus convocatorias a festejar lo ricos que algunos se han hecho merced a la cancelación de un país moderno y competitivo), todo esa parafernalia del mes de septiembre y los míticos héroes – ajenos, por cierto, a los personajes de carne y hueso- se nos muestra como lo que en realidad es: Una tremenda fuga hacia atrás, hacia una tradición de pastiche en la que el país es un eterno adolescente embelesado en la contemplación de su ombligo. Un personaje que grita a los cuatro vientos su voluntad de ser adulto al tiempo que multiplica todas las trampas que le eviten confrontarse con la realidad.
Cita también Garcia de Cortázar lo que dice un sirviente en la tragedia de Esquilo, las Coéforas: “Sábelo, los muertos matan a los vivos”. Esos muertos de utilería, esas estatuas de bronce, esos fantasmas que pululan en los discursos, descarnados y convertidos en etiqueta – los héroes – se vuelven instrumentos promotores del fatalismo y del anacronismo.
Y hasta las mentes con mayor lucidez – o fama de tenerla – sucumben el embrujo de esta falsificación histórica. Así, suena políticamente correcto exhortar a “la izquierda” a reconciliarse con el liberalismo del siglo XIX (Enrique Krauze). Es una súplica de piedad que hace el rehén a su verdugo: “Mira con misericordia, izquierda omnisciente y suprema autoridad moral, al liberalismo”. Ahora resulta que la encarnación histórica de la fatalidad y el anacronismo – que eso es la izquierda - debería absolver al liberalismo del odioso pecado de la modernidad. Absurdo.
Si ser liberal es ser de derechas, soy de derechas a mucha honra. No requiero que los herederos de Stalin me extiendan ninguna carta de buena conducta.
1 Comentarios:
Claro que los muertos matan a los vivos; lástima que en vez de suicidarse sigan acabando con la carne viva y quedándose escondidos en los clósets de sus ideologías simplotas, laterales.
La geometría (izquierdas, derechas) limita decisivamente la visión de lo más variable y evanescente, rico y generoso, que es la conducta humana y su visión de la cosa pública.
Tomo de Armando de la Torre, el gran maestro guatemalteco, una noción que me ha influido vivísimamente: "el liberalismo no es ideología". Y claro que no lo es, si la libertad es consustancial al hombre (no lo son las estructuras políticas, ni los cuerpos ideológicos, y mucho menos las dos únicas lateralidades, inconducentes y desorientadoras). Por eso ni los stalinistas ni los nazis ni los perredistas, ni tampoco los conservadores panistas, comprenden la riqueza que anima a la persona no estructurada, a la persona libre; sólo atinan a catalogarla como "derecha" o "izquierda". Ni modo; ellos se lo pierden.
Y claro que concuerdo en que a los liberales nos llamen como se les pegue la gana; hasta que nos insulten con eso de "neoliberales". ¿Qué importancia puede tener un apelativo nacido de su vil simplonería, que sólo atina a ver dos lados al colocarse en uno?
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