jueves, 6 de octubre de 2005

La pelea equivocada en la cancha equivocada

Amargas meditaciones a raíz de un disparate ostentoso.

Ayer en la mañana alguien “cabeceó” en la página de la internet de un diario mexicano (Milenio) lo siguiente: “Caen los precios del petróleo” y como cabeza secundaria esta disparatada explicación: “Se situó por debajo de los 64 dólares el barril ante el temor de que empiece a escasear”. Pocas veces hay un ejemplo tan brutal y directo de la estupidez: El anónimo redactor de esas dos líneas lanzó al ancho mundo de la red un contrasentido. ¿Así que los precios de un bien caen cuando se teme que ese mismo bien se haga más escaso? ¡Viva la sinrazón!
No sólo están reprobados en economía elemental el redactor de esas dos líneas y quienes vigilan su trabajo. Están reprobados en lógica.
Por supuesto, una vez que se leía el cuerpo de la nota proveniente de una agencia internacional de noticias se resolvía el absurdo: La causa aparente de la caída en los precios era que se habían disipado los temores de que hubiese una mayor escasez de petróleo. Acertada o no, la explicación causal que dio la agencia de noticias, para el hecho de los menores precios relativos, cuando menos no desafía la lógica elemental y el sentido común.
Supongo que el redactor del periódico que parió ese disparate mayúsculo exigirá al final de la quincena su salario y tal vez se quejará de que gana muy poco; supongo también que asistió a la universidad o cuando menos a una escuela preuniversitaria y que ahí le dieron algunas herramientas retóricas – de cuarta categoría – para detestar la globalización, la libre competencia y la jerarquía derivada del mérito del trabajo bien hecho y no de la transa, el enchufe o la herencia; por ejemplo, lecciones de marxismo recalentado.
Si comparamos este tristísimo caso con lo que sucede en otras partes del planeta – digamos con la auténtica invasión de estudiantes de posgrado chinos e indios en las mejores universidades de Estados Unidos o con la avidez de conocimientos ciertos y valiosos que manifiestan millones de jóvenes en Asia, en Europa del Este y hasta en América Central-, podremos entender que estamos jugando el juego equivocado, con los rivales equivocados, en la cancha equivocada.
Algún notable de la política o de los organismos empresariales lanzará el enésimo lamento contra la “desleal” competencia de China y pedirá protección al gobierno, vía precios subsidiados o restricciones a la competencia externa, para poder “competir”.
Todo esto me hace pensar que los muchachos de la selección de futbol de menores de 17 años que conquistaron el campeonato del mundo se han de sentir aquí como bichos raros: No sólo ganaron, compitieron de acuerdo a las reglas y no exigieron que les arreglaran la cancha, los rivales o el sistema de competencia para poder jugar. ¡Qué raros!
Más que festejar a estos triunfadores, deberíamos ponerlos en un museo de lo insólito y así, de paso, protegerlos de la mediocridad ambiente y de la dictadura de los incompetentes.

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