Los profesionales del “ablandamiento”
Una variante del empleado de la mafia que se dedica a “romper piernas” de los extorsionados como método de persuasión es la del esbirro político que, siguiendo las instrucciones del “capo”, ablanda a los clientes provocando crispación, minando la confianza en las instituciones y sembrando maliciosas dudas sobre la reputación de sus competidores.
Los políticos también son, por sorprendente que parezca, animales racionales. La racionalidad, desde luego, no es una garantía frente a la eventualidad del fracaso; simplemente significa que actúan, como todos los demás, buscando maximizar su beneficio.
¿Qué explicaría que un político, compitiendo en una democracia con reglas e instituciones conocidas, actúe minando la confianza del público en tales reglas e instituciones? Tal político actúa racionalmente: Calcula que obtendrá un mayor beneficio para su causa – llegar al poder – fuera de las reglas del juego que dentro de ellas. Dicho en sentido inverso: Teme ser derrotado si la competencia se ciñe a las reglas del juego conocidas y aceptadas de antemano.
No son escasos los políticos que actúan así – promoviendo racionalmente la irracionalidad, el quiebre del sistema – en el mundo y en el país. Lenin, por ejemplo, diseñó minuciosas estrategias de agitación y propaganda para erosionar la que él motejaba como democracia burguesa, expresión acabada en lo político del sistema económico capitalista. Hitler actuó en forma premeditada para desprestigiar la política parlamentaria y minar las bases del sistema democrático en Alemania; así se hizo del poder, una vez que “ablandó” al gobierno electo y a los demócratas poniéndolos a la defensiva.
Este método del “ablandamiento” de los adversarios políticos y de la sociedad en general requiere de la colaboración eficaz y persistente de personajes que actúan como “golpeadores” en las tribunas políticas y en los medios de comunicación, el equivalente exacto de los “golpeadores” que usan las mafias criminales para cobrar cuentas, persuadir a los reticentes y apurar a los remisos.
Todo esto viene a cuento – aquí y ahora- entre otras cosas por la persistencia que muestra algún sedicente periodista, quien hoy es colaborador abierto del aspirante presidencial Andrés M. López, en la ingrata tarea de mentir para erosionar la credibilidad que merece el Instituto Federal Electoral y en fabricar juicios morales gratuitos para enlodar las reputaciones de los eventuales adversarios de su jefe.
La finalidad es racional (en el caso del IFE se trata minar la autoridad del árbitro electoral y de las reglas del juego democrático para ensayar la vía del golpe de mano callejero; en el caso de los adversarios, notoriamente de Felipe Calderón a quien en el entorno de López se percibe como rival muy peligroso, de desprestigiarlo para eludir el debate racional en el que calculan, con razón, que saldrían perdiendo) y nadie puede decir que estos señores – los “golpeadores”- se hayan vuelto locos.
Otra cosa, también cierta, es que estos “golpeadores” no han sido especialmente talentosos. Digo, hasta para hacer esas sucias tareas se requiere de cierto disimulo y estos personajes de tan torpes se han vuelto puntualmente detectables y predecibles.
Los políticos también son, por sorprendente que parezca, animales racionales. La racionalidad, desde luego, no es una garantía frente a la eventualidad del fracaso; simplemente significa que actúan, como todos los demás, buscando maximizar su beneficio.
¿Qué explicaría que un político, compitiendo en una democracia con reglas e instituciones conocidas, actúe minando la confianza del público en tales reglas e instituciones? Tal político actúa racionalmente: Calcula que obtendrá un mayor beneficio para su causa – llegar al poder – fuera de las reglas del juego que dentro de ellas. Dicho en sentido inverso: Teme ser derrotado si la competencia se ciñe a las reglas del juego conocidas y aceptadas de antemano.
No son escasos los políticos que actúan así – promoviendo racionalmente la irracionalidad, el quiebre del sistema – en el mundo y en el país. Lenin, por ejemplo, diseñó minuciosas estrategias de agitación y propaganda para erosionar la que él motejaba como democracia burguesa, expresión acabada en lo político del sistema económico capitalista. Hitler actuó en forma premeditada para desprestigiar la política parlamentaria y minar las bases del sistema democrático en Alemania; así se hizo del poder, una vez que “ablandó” al gobierno electo y a los demócratas poniéndolos a la defensiva.
Este método del “ablandamiento” de los adversarios políticos y de la sociedad en general requiere de la colaboración eficaz y persistente de personajes que actúan como “golpeadores” en las tribunas políticas y en los medios de comunicación, el equivalente exacto de los “golpeadores” que usan las mafias criminales para cobrar cuentas, persuadir a los reticentes y apurar a los remisos.
Todo esto viene a cuento – aquí y ahora- entre otras cosas por la persistencia que muestra algún sedicente periodista, quien hoy es colaborador abierto del aspirante presidencial Andrés M. López, en la ingrata tarea de mentir para erosionar la credibilidad que merece el Instituto Federal Electoral y en fabricar juicios morales gratuitos para enlodar las reputaciones de los eventuales adversarios de su jefe.
La finalidad es racional (en el caso del IFE se trata minar la autoridad del árbitro electoral y de las reglas del juego democrático para ensayar la vía del golpe de mano callejero; en el caso de los adversarios, notoriamente de Felipe Calderón a quien en el entorno de López se percibe como rival muy peligroso, de desprestigiarlo para eludir el debate racional en el que calculan, con razón, que saldrían perdiendo) y nadie puede decir que estos señores – los “golpeadores”- se hayan vuelto locos.
Otra cosa, también cierta, es que estos “golpeadores” no han sido especialmente talentosos. Digo, hasta para hacer esas sucias tareas se requiere de cierto disimulo y estos personajes de tan torpes se han vuelto puntualmente detectables y predecibles.
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