martes, 15 de noviembre de 2005

Las otras ratas desmoralizadoras

Por la noche, miles de ratas abandonan sus habitáculos subterráneos y toman posesión del centro de la Ciudad de México; aunque estas ratas hablan muy bien de la incuria de gobiernos y políticos, nadie las ha grabado recibiendo, devolviendo u ofreciendo maletas con un millón de dólares.

Se van los ambulantes y aparecen las ratas junto con los sufridos barrenderos que le dan una pasadita a la suciedad más evidente de las calles. Inútil sería pedir una limpieza a fondo. Brotan de inmediato las tres palabras mágicas, el conjuro de nuestra mediocridad: “No se puede”.
Alguna vez me pregunté para qué habrán perdido tanto tiempo – y, por lo general, cuantiosos recursos de los contribuyentes – dizque estudiando, esos “licenciados” y “contadores” que durante su vida profesional lo que más repetirán –ante cualquier llamado al abandono de las viejas y malas costumbres – serán esas tres palabras: “No se puede”. Quién sabe. Tal vez sólo tras largos años de estudio se pueden idear pretextos plausibles para esa sentencia fatal: “No se puede”.
No se puede, supongo, terminar con las ratas; me refiero a las que infestan el centro de la Ciudad viviendo de la basura que generosamente producen vendedores ambulantes, manifestantes, acarreados, policías obesos que escupen de soslayo, burócratas que matan el tiempo en los portales del palacio de gobierno de la capital, turistas variopintos y los ejemplares más grotescos de la especie humana para quienes el centro de la Ciudad ejerce alguna secreta e irresistible fascinación: Desde punks hasta danzantes – a quienes se les asoma el resorte de los calzones Calvin Klein – pasando por chamanes que hacen “limpias” anímicas, pero no de roedores, y profetas con megáfono que llaman al arrepentimiento ante la proximidad del juicio final
Ya se sabe que el centro de la capital mexicana es un asco; parece saberse también que es un asco irredento. Supongo que por eso las autoridades de la Ciudad no gastan en botes de basura: La invitación es elocuente: “Viajero, has llegado al basurero más grande del continente, coopera con tus excrecencias”. Alguna vez María Félix dijo que el centro de México olía a orines. Se quedó corta: El centro es también un gigantesco excusado público: Una señora de edad indescifrable y de suciedad histórica se para en una esquina de la plaza, abre las piernas y descarga sin pudor las urgencias líquidas que le ordena su fisiología.
Y es una cueva de ladrones. Desde los raterillos más o menos violentos hasta los políticos que llevan – ahora lo sabemos- de aquí para allá maletas llenas de dólares.
Supongo que tampoco se puede terminar con esas ratas. El asunto no es combatir la corrupción ni desincentivar la abrumadora inmoralidad. Eso, ya lo dije, no se puede. Lo que sí es rentable es exhibir trozos selectos de la inmundicia. Sirve para pegarle un “estate quieto” a los compañeros de partido que incordian y para desmoralizar – justo ése es el verbo – a los ciudadanos.

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