¿Qué debe hacer el gobierno?
La misión del gobierno – de cualquier gobierno en el mundo- es simple: Debe proteger la vida, la libertad y la propiedad de las personas. Fatalmente cuando un gobierno se fija otras tareas incumple con su misión.
El gobierno nunca crea riqueza. Puede, en el mejor de los casos, garantizar las condiciones para que las personas puedan crear riqueza y prosperidad. Mantener y acrecentar esas condiciones – la vida, la libertad y la propiedad de las personas- es la única tarea legítima de cualquier gobierno.
Por desgracia, muchos gobiernos se proponen hacer otras cosas – por ejemplo, imponerle a las familias un número “ideal” de hijos, castigar a quienes beben o fuman, diseñar paraísos terrenales, obligar a la gente a leer “buenos” libros, a celebrar las festividades “auténticas”, a creer en los valores “correctos” y hasta imponer a los habitantes de un país un modelo de felicidad único e inobjetable- y en la misma medida abandonan su tarea fundamental. En lugar de los prometidos paraísos terrenales acaban creando insoportables infiernos en la tierra.
Cada vez que un gobierno, así sea con la mejor de la intenciones, establece normas que estimulan o castigan determinadas conductas de los ciudadanos lo hace con la vista puesta en un determinado modelo de valores al que desea que se ajuste la realidad. Si dicho modelo propuesto por el gobierno va más allá de respetar la vida, la propiedad y la libertad de las personas, se trata de una imposición arrogante e injustificada.
El gobierno debe castigar el homicidio, el robo en sus diferentes formas y toda conducta mediante la cual alguien pretende imponerse a otro contra su voluntad. Hasta ahí. Lo demás es un abuso intolerable por parte del gobierno.
Ejemplos: Un gobierno no debe impedir a las personas comerciar libremente, por lo tanto ningún gobierno debiera establecer monopolios “patrióticos” – verbigracia, sobre el petróleo u otros energéticos-, sino combatir eficazmente cualquier monopolio público o privado.
Es deseable que un gobierno establezca reglas que impidan la divulgación de información falsa en los mercados de valores, porque así el gobierno está protegiendo los derechos de propiedad de los accionistas a quienes se pretende defraudar con dicha información, pero es intolerable que un gobierno pretenda determinar quiénes deben ganar y quiénes deben perder en un mercado…, cuándo y cuánto.
Es deseable que un gobierno impida que un conductor alcoholizado atente contra la vida de los demás, pero es intolerable que un gobierno prohíba la venta de bebidas alcohólicas tratando de imponer a los ciudadanos una determinada moral.
El gran problema de la economía planificada centralmente y de sus derivaciones actuales, como los modelos de “bienestar social”, la social-democracia (que en realidad es social-burocracia), los populismos de toda laya y otros “modelos alternativos” que ofrecen la felicidad por decreto gubernamental, es que, al otorgarle al gobierno tareas que no le corresponden, destruyen moral y hasta fìsicamente los tres valores que el gobierno debe proteger: la vida, la libertad y la propiedad.
El gobierno nunca crea riqueza. Puede, en el mejor de los casos, garantizar las condiciones para que las personas puedan crear riqueza y prosperidad. Mantener y acrecentar esas condiciones – la vida, la libertad y la propiedad de las personas- es la única tarea legítima de cualquier gobierno.
Por desgracia, muchos gobiernos se proponen hacer otras cosas – por ejemplo, imponerle a las familias un número “ideal” de hijos, castigar a quienes beben o fuman, diseñar paraísos terrenales, obligar a la gente a leer “buenos” libros, a celebrar las festividades “auténticas”, a creer en los valores “correctos” y hasta imponer a los habitantes de un país un modelo de felicidad único e inobjetable- y en la misma medida abandonan su tarea fundamental. En lugar de los prometidos paraísos terrenales acaban creando insoportables infiernos en la tierra.
Cada vez que un gobierno, así sea con la mejor de la intenciones, establece normas que estimulan o castigan determinadas conductas de los ciudadanos lo hace con la vista puesta en un determinado modelo de valores al que desea que se ajuste la realidad. Si dicho modelo propuesto por el gobierno va más allá de respetar la vida, la propiedad y la libertad de las personas, se trata de una imposición arrogante e injustificada.
El gobierno debe castigar el homicidio, el robo en sus diferentes formas y toda conducta mediante la cual alguien pretende imponerse a otro contra su voluntad. Hasta ahí. Lo demás es un abuso intolerable por parte del gobierno.
Ejemplos: Un gobierno no debe impedir a las personas comerciar libremente, por lo tanto ningún gobierno debiera establecer monopolios “patrióticos” – verbigracia, sobre el petróleo u otros energéticos-, sino combatir eficazmente cualquier monopolio público o privado.
Es deseable que un gobierno establezca reglas que impidan la divulgación de información falsa en los mercados de valores, porque así el gobierno está protegiendo los derechos de propiedad de los accionistas a quienes se pretende defraudar con dicha información, pero es intolerable que un gobierno pretenda determinar quiénes deben ganar y quiénes deben perder en un mercado…, cuándo y cuánto.
Es deseable que un gobierno impida que un conductor alcoholizado atente contra la vida de los demás, pero es intolerable que un gobierno prohíba la venta de bebidas alcohólicas tratando de imponer a los ciudadanos una determinada moral.
El gran problema de la economía planificada centralmente y de sus derivaciones actuales, como los modelos de “bienestar social”, la social-democracia (que en realidad es social-burocracia), los populismos de toda laya y otros “modelos alternativos” que ofrecen la felicidad por decreto gubernamental, es que, al otorgarle al gobierno tareas que no le corresponden, destruyen moral y hasta fìsicamente los tres valores que el gobierno debe proteger: la vida, la libertad y la propiedad.
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