Un terreno parejo de juego
Los gobiernos no deben meterse a la cancha a jugar o a manipular el marcador. Su deber es nivelar el terreno de juego para que las personas puedan desarrollarse libremente en igualdad de condiciones. Recuérdese que igualdad de condiciones NO es en absoluto igualdad en los resultados.
Pero el símil es erróneo en la medida que eso – apostarle a los personajes y a los carismas deslumbrantes – NO es la democracia. La frustración será inevitable si depositamos las esperanzas en que “él sabe cómo hacerlo”, le damos nuestro voto y nos desentendemos del asunto…hasta la siguiente amarga decepción y hasta la siguiente promisoria elección en la que un sapito más o menos adecentado por la propaganda nos prometa que ahora sí las cosas van a ser diferentes. Error. Volvamos al inicio.
Primero, ¿para qué el gobierno? La respuesta no es para que seamos felices (incluso, a pesar nuestro o en contra de nosotros mismos), sino para garantizar unas cuantas cosas fundamentales: Respeto a la vida, a la propiedad, a los contratos y, desde luego, a la libertad de los ciudadanos. Nada más y nada menos.
Vistas así las cosas, no se trata de seleccionar potenciales prìncípes azules entre una legión de horrendos sapos, sino de elegir, en el mejor de los casos, a quien garantice – por sus principios y por sus propuestas – esas garantías básicas; o de seleccionar, entre los sapitos propuestos, a quien menos daño pueda hacer a esas condiciones básicas.
Otra forma de referirse a esas condiciones básicas – Estado de Derecho, libertad de mercados, respeto a los derechos de propiedad – es con el símil del terreno de juego nivelado. El gobierno NO debe decidir quién ganará en la cancha de juego, ni siquiera debe establecer reglas para beneficiar a unos – supuestamente débiles- en contra de otros –supuestamente fuertes. Debe garantizarnos reglas iguales para todos los jugadores y que el terreno de juego no se incline a favor de alguien porque presiona más, grita más o hasta extorsiona.
En algunos países como México la cancha de juego sigue llena de irregularidades que impiden un buen juego (y digo “bueno” tanto en el sentido ético, como productivo) y penosamente se arreglan algunas irregularidades del terreno, cuando ya surgieron otras. La tarea del gobierno debe limitarse a emparejar, lo más rápidamente posible y sin titubeos, la cancha de juego.
Los sapos, desengañémonos, NO se convierten en príncipes apuestos. Desconfiemos de esos prospectos de gobernantes que se desentienden de la tarea de nivelar la cancha de juego y se presentan como futuros goleadores. Recordémosle a esos batracios que ellos no juegan, sino nosotros.
“Ya me cansé de besar sapos en vano, sin que aparezca un príncipe azul”dice más o menos – confio en la traicionera memoria- una canción de Shakira. El símil parece ajustarse a la frustración que sufrimos los electores en casi todo el mundo, a quienes en épocas electorales se nos proponen – para ser besados, para ser votados- personajes políticos llenos de promesas y de buenas intenciones.
Pero el símil es erróneo en la medida que eso – apostarle a los personajes y a los carismas deslumbrantes – NO es la democracia. La frustración será inevitable si depositamos las esperanzas en que “él sabe cómo hacerlo”, le damos nuestro voto y nos desentendemos del asunto…hasta la siguiente amarga decepción y hasta la siguiente promisoria elección en la que un sapito más o menos adecentado por la propaganda nos prometa que ahora sí las cosas van a ser diferentes. Error. Volvamos al inicio.
Primero, ¿para qué el gobierno? La respuesta no es para que seamos felices (incluso, a pesar nuestro o en contra de nosotros mismos), sino para garantizar unas cuantas cosas fundamentales: Respeto a la vida, a la propiedad, a los contratos y, desde luego, a la libertad de los ciudadanos. Nada más y nada menos.
Vistas así las cosas, no se trata de seleccionar potenciales prìncípes azules entre una legión de horrendos sapos, sino de elegir, en el mejor de los casos, a quien garantice – por sus principios y por sus propuestas – esas garantías básicas; o de seleccionar, entre los sapitos propuestos, a quien menos daño pueda hacer a esas condiciones básicas.
Otra forma de referirse a esas condiciones básicas – Estado de Derecho, libertad de mercados, respeto a los derechos de propiedad – es con el símil del terreno de juego nivelado. El gobierno NO debe decidir quién ganará en la cancha de juego, ni siquiera debe establecer reglas para beneficiar a unos – supuestamente débiles- en contra de otros –supuestamente fuertes. Debe garantizarnos reglas iguales para todos los jugadores y que el terreno de juego no se incline a favor de alguien porque presiona más, grita más o hasta extorsiona.
En algunos países como México la cancha de juego sigue llena de irregularidades que impiden un buen juego (y digo “bueno” tanto en el sentido ético, como productivo) y penosamente se arreglan algunas irregularidades del terreno, cuando ya surgieron otras. La tarea del gobierno debe limitarse a emparejar, lo más rápidamente posible y sin titubeos, la cancha de juego.
Los sapos, desengañémonos, NO se convierten en príncipes apuestos. Desconfiemos de esos prospectos de gobernantes que se desentienden de la tarea de nivelar la cancha de juego y se presentan como futuros goleadores. Recordémosle a esos batracios que ellos no juegan, sino nosotros.
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