Cambiar de modelo (III)
La distancia y las versiones interesadas han minimizado la magnitud del desastre que heredaron las administraciones de Echeverría y López Portillo a sus sucesores. Por lo mismo, tampoco se ha valorado la magnitud de la reconstrucción.
Durante lo que he llamado la cuarta etapa de la evolución del modelo económico de México – etapa que va de 1970 a 1982- se generaron, por políticas públicas deliberadas, distorsiones monstruosas en la economía. Vale la pena recordarlas porque no estamos hablando de meros coqueteos inocentes o simpáticos con una retórica socializante o de episodios más o menos folclóricos de “agua de jamaica para todos” o de “orgullos del nepotismo” o de perros que se revelaron como incompetentes defensores del valor de la moneda.
Estamos hablando de un desastre económico en toda la línea.
José López Portillo dejó el gobierno, al iniciarse diciembre de 1982, con un déficit fiscal equivalente a 17 por ciento del PIB. Debe notarse que ese es el déficit medido convencional y tradicionalmente – diferencia entre egresos e ingresos del gobierno federal- al que podrían sumarse deudas implícitas y requerimientos financieros del sector público no reconocidos, pero existentes, que también pesaban sobre el balance fiscal. También debe notarse que la inflación desbocada actuaba, en forma perversa, como una suerte de “creativo” mecanismo de financiamiento del déficit público al facilitar la licuefacción de las deudas por su amortización acelerada (todo ello en detrimento especialmente de quienes mantienen sus activos líquidos, como asalariados y pensionados), lo que, a la postre, incentivaba una “fuga hacia delante”: Resolver demagógicamente los problemas de corto plazo con mayor inflación.
Las consecuencias de ese desequilibrio escalofriante de las finanzas públicas, en términos de bienestar, fueron terribles: Empobrecimiento generalizado; regresiones brutales en la distribución del ingreso: no sólo más pobres sino más empobrecidos; crecimientos ilusorios del producto (llegada a cierto punto la inflación contamina incluso los resultados deflactados, porque las distorsiones en los precios relativos impiden establecer deflactores confiables); corrupción generalizada, no sólo en un aparato público que se hacía omnipresente, sino también en la actividad privada porque la inflación desbocada induce la asignación perversa de los recursos y la búsqueda de rentas derivadas de la propia inflación, no de la creación de valor; reforzamiento del mercantilismo en beneficio de contadas elites en connivencia con el poder público (dicho coloquialmente: nuevas camadas de supermillonarios creadas al amparo del gobierno) y, en fin, un ambiente generalizado de cinismo e improductividad.
Esas son las consecuencias, pero ¿cómo se llegó a ello? La causa original del desastre fue, precisamente, la inopinada propuesta de “cambiar el modelo económico” para pasar del “desarrollo estabilizador” (que, en efecto, estaba a punto de agotarse) a un modelo justiciero con una agresiva participación del Estado en la asignación de los recursos (las entidades paraestatales eran, al final, más de 1,200), deteriorando aún más el de suyo débil régimen de derechos de propiedad.
Durante lo que he llamado la cuarta etapa de la evolución del modelo económico de México – etapa que va de 1970 a 1982- se generaron, por políticas públicas deliberadas, distorsiones monstruosas en la economía. Vale la pena recordarlas porque no estamos hablando de meros coqueteos inocentes o simpáticos con una retórica socializante o de episodios más o menos folclóricos de “agua de jamaica para todos” o de “orgullos del nepotismo” o de perros que se revelaron como incompetentes defensores del valor de la moneda.
Estamos hablando de un desastre económico en toda la línea.
José López Portillo dejó el gobierno, al iniciarse diciembre de 1982, con un déficit fiscal equivalente a 17 por ciento del PIB. Debe notarse que ese es el déficit medido convencional y tradicionalmente – diferencia entre egresos e ingresos del gobierno federal- al que podrían sumarse deudas implícitas y requerimientos financieros del sector público no reconocidos, pero existentes, que también pesaban sobre el balance fiscal. También debe notarse que la inflación desbocada actuaba, en forma perversa, como una suerte de “creativo” mecanismo de financiamiento del déficit público al facilitar la licuefacción de las deudas por su amortización acelerada (todo ello en detrimento especialmente de quienes mantienen sus activos líquidos, como asalariados y pensionados), lo que, a la postre, incentivaba una “fuga hacia delante”: Resolver demagógicamente los problemas de corto plazo con mayor inflación.
Las consecuencias de ese desequilibrio escalofriante de las finanzas públicas, en términos de bienestar, fueron terribles: Empobrecimiento generalizado; regresiones brutales en la distribución del ingreso: no sólo más pobres sino más empobrecidos; crecimientos ilusorios del producto (llegada a cierto punto la inflación contamina incluso los resultados deflactados, porque las distorsiones en los precios relativos impiden establecer deflactores confiables); corrupción generalizada, no sólo en un aparato público que se hacía omnipresente, sino también en la actividad privada porque la inflación desbocada induce la asignación perversa de los recursos y la búsqueda de rentas derivadas de la propia inflación, no de la creación de valor; reforzamiento del mercantilismo en beneficio de contadas elites en connivencia con el poder público (dicho coloquialmente: nuevas camadas de supermillonarios creadas al amparo del gobierno) y, en fin, un ambiente generalizado de cinismo e improductividad.
Esas son las consecuencias, pero ¿cómo se llegó a ello? La causa original del desastre fue, precisamente, la inopinada propuesta de “cambiar el modelo económico” para pasar del “desarrollo estabilizador” (que, en efecto, estaba a punto de agotarse) a un modelo justiciero con una agresiva participación del Estado en la asignación de los recursos (las entidades paraestatales eran, al final, más de 1,200), deteriorando aún más el de suyo débil régimen de derechos de propiedad.
4 Comentarios:
Ricardo, siempre te leemos con mucho gusto. Quería decirte que puse un link de Tus ideas al vuelo en mi blog wwww.lasalasdelalacran.blog.com
que por supuesto estás invitado a leer si gustas.
Un saludo afectuoso, Liliana V. Blum
Gracis, Liliana.
Encontré en este blog pro amlo (http://www.senderodelpeje.blogspot.com/) esta perla de sabiduría económica.
¿Hacia este modelo piensan cambiar? ¡horror!
LA FALACIA DE LA INFLACIÓN
Lo único de lo que se ufanan los panistas como "logro" de Fox es el contener el aumento de la inflación. (Para los que no saben, la inflación es el término que se usa para referirse al ritmo al que aumentan los precios.) Lo han estado haciendo todo el sexenio. Quesque la inflación más baja en la historia y que quien sabe que más.
Y la respuesta que nunca quieren escuchar es la misma: hay inflación baja por que hay un alto DESEMPLEO (el más alto en décadas) y, al no tener la gente dinero para comprar más, los comerciantes se ven obligados a mantener los precios practicamente iguales. Eso y el hecho de que ha ido en aumento el precio del petróleo desde el 2001 mientras que el dólar ha ido perdiendo valor frente al euro.
Es decir: Fox no logró nada. Está haciendo caravana con sombrero ajeno. Simple y sencillamente Fox no puede decirle a los comerciantes cuanto cobrar por lo que venden ni tampoco tiene control sobre los factores internacionales que afectan a la economía nacional. O bueno, si tiene control sobre UN factor: el precio del petróleo. El cual lo vende a menos de la mitad del precio internacional a Estados Unidos para quedar bien con Washington.
Pero bueno, vamos a darle a Fox el beneficio de la duda con esto de la inflación y vamos a decir que SÍ es por obra y gracia de Fox que haya una inflación de 3.33%. ¿Eso le beneficia al pueblo de México? Según este análisis de Bizet, NO:
inflacion 3.33% intereses 37%+ iva*...algo anda mal
no hay congruencia.
los usonianos tienen un a inflación del 4% y pagan intereses de 15% en sus tarjetas de crédito.
en europa hasta menos.
conlusiónes
1.-la baja inflación beneficia a los banqueros no al público consumidor.
2.-la baja inflación no ha aumentado la capacidad de compra pues ell monto de la deuda en tarjetas va en aumento y también en aumento los plazos para liquidar adeudos.
3.-los bajos precios son de productos importados-adivinó-de china principalmente y no generan empleo al contrario.
la tarjeta de wallmart 41% anual + iva bancomer
comercial mexicana cotsco 40% + iva banamex
mejor una inflacion del 12% y las tarjetas que se queden igual.
sería más justo.
entonces la baja inflación ha beneficiado al sector financiero.
cual fue el factor determinate en la baja inflación?
la revaluación del peso ¿gracias a que?
al precio del petróleo y la devaluación internacional del dólar.
Lo cual me parece muy acertado. La realidad es que en el país sigue la gente igual de amolada. Un profesor de primaria (uno de los trabajos más VITALES para el desarrollo del país) tiene que trabajar en dos trabajos para poder subsistir. La gente se va por oleadas a Estados Unidos arriesgando la vida.
Y los únicos que DE VERDAD salieron de pobres son los hijitos de la martuchis.
¿De verdad queremos otros 6 años de la misma MIERDA? Desde luego que no.
Una razón más para votar por el peje en el 2006.
En efecto, el comentario de dicho blog de propaganda político-electioral es una "perla" que muestra la profunda ignorancia de algunas personas acerca de lo que es la inflación, cuáles son sus causas, cuáles sus consecuencias y, en general, acerca de cómo funciona la economía.
No me meteré a discutir la propaganda fanática. Me limito a señalar:
1. Ningún economista serio en el mundo sigue sosteniendo la peregrina tesis de que hay una correlación positiva entre inflación y crecimiento económico ("a mayor inflación, mayor crecimiento económico y viceversa").
2.El iluso autor del comentario supone que con una inflación elevada (12% anual) la economía crecería más. Sucedería lo contrario: Crecería menos que ahora. Simplemente basta considerar que con una inflación de esa magnitud se desplomaría el crédito a la vivienda y con él la industria de la construcción y el empleo que genera.
3. Es impertinente - no viene al caso- comparar cifras de inflación con tasas activas ¡de tarjetas de crédito! Como cualquiera sabe, las tasas activas del crédito al consumo son las más altas en cualquier mercado porque cobran sobre saldos insolutos. Cualquier persona medianamente sensata no se financia con la tarjeta de crédito, sino que la utiliza como tarjeta de servicios y liquida la totalidad de sus adeudos cada fecha de corte.
4.Es obvio, además, que los más pobres en México NO son sujetos de crédito bancario o comercial al consumo (tarjetas de crédito). También es obvio que el poder adquisitivo se mide con los salarios reales promedio, es decir: los salarios restada la inflación; cualquiera que esté un poco enterado sabe - tenga la ideología que tenga- que los salarios reales (léase, el poder adquisitivo) se ha recuperado conforme ha disminuido la inflación.
5. Aún es más obvio - si cabe- que con una inflación de 12% anual como la que propone este personaje, ¡las tasas de interés que cobran las tarjetas de crédito al consumo subirían más que proporcionalmente!
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