martes, 10 de enero de 2006

¿Emigrar a Utopía? (I)

Cuatro palabras: “No hay tal lugar”. Esa es la definición de Utopía. ¿Será por eso que no hay grandes corrientes migratorias hacia Cuba, Venezuela o, más recientemente, Bolivia?

Cada vez sale más caro vender utopías. Pregúntenle si no a los encargados del financiamiento de las campañas electorales.
Sin embargo, las utopías se siguen vendiendo (basta encender la televisión para comprobarlo) y en cierta forma se siguen demandando. ¿Por qué? Una respuesta simplista sería decir que las utopías se siguen vendiendo porque representan pingües ganancias para los vendedores (digamos, para los políticos). Pero esa es una respuesta totalmente insatisfactoria. Explica en todo caso la oferta de utopías, pero no su demanda. Deja en la oscuridad el hecho – comprobable y desafiante- de que las utopías conservan su atractivo de paraísos terrenales a pesar de los fracasos repetidos en la historia (mencionemos el caso más obvio: el fracaso del comunismo). La persistencia de las utopías, y de su búsqueda, desafia al mecanicismo habitual de los economistas. Tal vez, para superar ese obstáculo en el análisis, debamos atender a un concepto que acuñó Albert O. Hirschman: El empeño (striving) “un término que capta la falta de relación confiable entre el esfuerzo y el resultado. En estas circunstancias el cálculo costo-beneficio es imposible”. Ojo, el “empeño” NO es el “interés”.
En otras palabras: Hay cosas que hacemos, en las que invertimos esfuerzo, y en ocasiones hasta estamos dispuestos a enfrentar grandes penalidades para lograrlas, que de antemano sabemos o intuimos que NO nos van a reportar un beneficio tangible. Nos empeñamos en hacer esas cosas porque “debemos” hacerlas (integridad u honestidad intelectual) o porque son tan deseables que la bondad que irradian oscurece todo cálculo racional. En esta segunda categoría, supongo, entran las utopías.
Hay otro poderoso elemento que alimenta las utopías: el disgusto y hasta el rechazo asoluto al estado actual de las cosas. Decía Arthur Koestler que cuando la fe del militante marxista que él era flaqueaba – por ejemplo a la vista de las hambrunas que había provocado la utopía soviética a principios de los años 30- el elemento de rechazo a la opción alternativa – capitalismo burgués- salvaba la fe del creyente comunista; bastaba, señala Koestler, echar una ojeada al infierno nazi en Alemania para volver a creer en Stalin. Dicho en términos actuales: ¿Cuántos creyentes en una utopía social-populista en América Latina recurren a la más reciente estupidez – real o aparente - de George W. Bush o de Estados Unidos para reforzar su fe en la utopía?
Por su parte Augusto del Noce – parafraseando el célebre pasaje de Marx sobre la religión como el opio del pueblo- señalaba que la utopía marxista era “querida” ahí donde aún no se había aplicado y a la vista de las injusticias persistentes en una sociedad opulento-tecnológica. Es decir, la persistencia de la utopía (marxista, social-populista o social-burócrata) se explicaría por la persistencia de las condiciones de opresión causadas – real o aparentemente, lo mismo da- por su alternativa: capitalismo global, neoliberalismo, desigualdad. La utopía, pues, como el opio del pueblo; el suspiro de la criatura abrumada.

Artículos relacionados: ¿Emigrar a Utopía? (II), ¿Emigrar a Utopía? (III y final), En Utopía también llueve.

0 Comentarios:

Publicar un comentario

Suscribirse a Comentarios de la entrada [Atom]

<< Página Principal