martes, 10 de enero de 2006

Los pornógrafos de la democracia

Bien vistas las cosas la más grave corrupción política es la falta de honestidad intelectual; de ella se derivan las demás corrupciones.

Durante 2005 la palabra en inglés que fue más buscada en el sitio en línea del diccionario Merriam-Webster fue “integrity”. ¿Por qué? No lo sabemos, pero se trata de un dato provocador.
Uno de los mejores maestros que he escuchado decía que íntegro es quien persigue la verdad y la defiende, aunque al hacerlo eventualmente vaya en contra de su propio interés. El sinónimo de integridad es honestidad. Y esto nos recuerda que la honestidad es mucho más que un asunto de dineros faltantes o sobrantes – sustraidos, en fin- o de expedientes más o menos inmaculados. La honestidad o es honestidad intelectual – apego a la verdad, aunque nos pese – o no es honestidad en absoluto.
Junto con el diálogo platónico de la apología de Sócrates – que ojalá siga siendo de lectura y reflexión obligadas en las escuelas – recuerdo una obra literaria cuyo protagonista es un ejemplo acabado de integridad: To kill a mockingbird (traducida al español como “Matar a un ruiseñor”) de la estadounidense Harper Lee (1926). El protagonista, el abogado sureño Atticus Finch, es descrito por otro de los personajes como alguien que dice exactamente lo mismo en el interior de su casa que en la vía pública.
La demagogia es corrupta y corruptora. Por su parte, las ideologías, en tanto que falsificaciones del pensamiento (la definción es del filósofo italiano Augusto del Noce) son fuente de corrupción. Hoy día la forma más común que adopta la demagogia política es la del populismo.
Populismo no siempre fue una mala palabra. En cierta tradición política estadounidense, por ejemplo, se suponía que el populismo era “el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo” en contraposición de las oligarquías o gobierno de las élites. Pero rápidamente la ideología populista se reveló como otra más de las falsificaciones de las ideas, como deshonestidad intelectual.
En la práctica, muchas de las élites depredadoras (en la vida política, económica, cultural y social) utilizan el populismo como herramienta idónea para seguir medrando dentro de la democracia; y para suprimir, a la postre, la misma vida democrática.
Ejemplo: El formidable potencial de los medios de comunicación masiva para esquematizar y distorsionar la realidad ha sido usado a lo largo de la historia contemporánea – recuérdese la poderosa demagogia que desplegaban los periódicos de William Randolph Hearst y véanse sonados ejemplos cercanos en países de Hispanoamérica- para complacer los oídos del pueblo, como masa, al tiempo que se engaña y defrauda a las personas concretas, de carne, hueso, entendimiento y voluntad libres.
El populista es – al igual que el demagogo- el adulador por excelencia del populacho. En la raíz está la deshonestidad intelectual: No hacer lo que se dice, ocultar lo que en realidad se hace, tergiversar el significado de las palabras, explotar las emociones para nublar los entendimientos.
Los populistas, en fin, son los pornógrafos de la democracia.

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