lunes, 16 de enero de 2006

Cambiar de modelo (IV)

“Sin petróleo y con Rodrigo Gómez, México creció más que con petróleo, pero sin capacidad para decir ‘no’”
: Arnold C. Harberger.


La cita que encabeza este artículo es una síntesis dramática de las causas del desastre económico que heredó la llamada “docena trágica” (1970-1982) de México a los siguientes gobiernos y a las siguientes generaciones.
Gran parte de la actual clase dirigente – tanto en el gobierno como en las empresas – se formó, para bien o para mal, en esos años aciagos. Más tarde, algunos aprendieron dolorosamente la lección de a dónde conduce ignorar – en nombre de alguna utopía o de algún modelo preconcebido – la dura realidad, otros en cambio han intentado sucesivas “fugas hacia delante” para salvar la utopía original y han hecho del rechazo a la reconstrucción económica y a la liberalización su mejor bandera. Cuando estos últimos nos proponen “cambiar de modelo económico” en realidad proponen recrear – contra toda lógica y sentido común – los errores originales que condujeron al desastre que era la economía mexicana en diciembre de 1982.
He mencionado que el esquema de crecimiento en el que se basaba el llamado “desarrollo estabilizador” – más o menos del período de Miguel Alemán al de Gustavo Díaz Ordaz- mostraba ya señales inequívocas de agotamiento. Algunas de estas señales eran claramente políticas – en cierta forma, aquí se ubica el llamado movimiento estudiantil de 1968 y la respuesta represiva de las autoridades de entonces-, pero también había indicios de agotamiento en el frente económico. Consíderese, sólo por poner el ejemplo más obvio, que el modelo de crecimiento hacia dentro y de sustitución de importaciones de cualquier forma habría colapsado con la desaparición de los tipos de cambio fijos en el mundo (1972).
La respuesta, ante el agotamiento del “desarrollo estabilizador”, no pudo ser más desafortunada: Se hizo un mal diagnóstico y se propuso un nuevo esquema que conducía a un callejón sin salida (o cuya única salida, como sucedió tardíamente en 1983, fue la dolorosísima rectificación, empezando por el origen: Las finanzas públicas que, a toda costa y a un gran costo, tuvieron que empezaron a sanearse). El esquema de “desarrollo compartido” propuesto por Luis Echeverría supuso incrementar sustancialmente la presencia y actividad del Estado en la vida económica – lo que sólo acabó por vulnerar más el débil régimen de derechos de propiedad-, desdeñar irresponsablemente los tremendos peligros del déficit público y desperdiciar la preciosa oportunidad de abrir la economía mexicana al mundo, justo cuando todo el escenario mundial había decretado la inviabilidad de los modelos de desarrollo más o menos autárquicos.
José López Portillo y el “boom” petrolero – “la administración de la abundancia”, justo cuando la economía siempre es lo contrario: el reconocimiento de la inescapable escasez de los recursos- sólo agravaron más el problema. El petróleo fue, literalmente, una maldición, un opio para las finanzas públicas y para el país, que sólo agravó y prolongó el desastre. Sobre eso comentaré mañana.

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